Si existe un lugar común para los venezolanos de bien que permanecemos aquí, o para aquellos que se encuentran en la diáspora, la constituye la innominada, insoportable e incompatible crisis económica que atravesamos de manera colectiva y que van suprimiéndole al país las cualidades mínimas de funcionamiento.

El país es una enorme extensión de terreno, sin institucionalidad, sin normas, sin aparato jurídico, sin escala moral, una verdadera aproximación con fronteras al estado natural del hombre, todas las virtudes ciudadanas fueron levantadas por una hegemonía perversa en el poder, la estabilidad como desiderátum económico y social fue extirpada y sustituida por el desorden y la entropía, el caos que produce miseria y pobreza, pero garantiza la perpetuación en el poder.

El caos monetario existente en la república y la terrible inequidad que este embrida, quedan “justificados”, pues la permiten a la coalición dominante perpetuarse en el poder e imponer su lógica de supervivencia al ciudadano de a pie, así como destruir el concepto del trabajo, ese impuesto por Marx y que para una ideología basada en sus aportes, resulta un oxímoron destruir el criterio marxista del trabajo.  Es así como para Carlos Marx, el trabajo “Es todo acto que reciba una contraprestación que permita al empleado, cubrir sus niveles de vida”, pues nada de esto existe en Venezuela, sobre todo si nos referimos al trabajo en el sector público, expoliado y desprovisto de las mínimas cualidades de remuneración valida, el trabajo ha quedado reducido  a un acto colaborativo, sin contraprestación salarial.

Esta destrucción del salario se inicia con un proceso de expolio de cualidades monetarias al bolívar.El desplazamiento de este por el dólar le imprime un rictus infinitamente injusto y de cruel desigualdad al grueso de la población que no tiene acceso a los dólares y que menos aún pueden ahorrar en esta especie monetaria.

En relación con el anuncio de las cuantas en divisas ofrecidas por el gobierno en la industria bancaria local, la realidad prevalece sobre los anhelos, obviamente no se tendrá acceso a dólares, los bancos que perciban las divisas entregarán su contraparte en bolívares y deberán automáticamente ofrecerlas al Banco Central de Venezuela, sin que la banca local pueda revender estas divisas, esta práctica no constituye para nada una apertura y menos si aunamos a este desorden monetario la prohibición de emplear los recursos percibidos en bolívares para ofrecer créditos, es decir, la válvula de escape que ofrece la dolarización así como fuera definido por Nicolás Maduro, es de facto una válvula de escape hacia la iniquidad, la desigualdad y la injusticia.

En medio de esta soledad, el tipo de cambio oficial supera a las cotizaciones paralelas, con lo cual podría extrapolarse que se trata de una cotización oficial con  propensiones criminales, si retomamos la oratoria del régimen, con la cual este intenta endilgar las responsabilidades del inmenso fracaso económico a sus adversarios.

La frontera de destruir al bolívar como institución social es un artero avance hacia la destrucción de las reservas de confianza de la sociedad, imprime discrecionalidad, improvisación y disfuncionalidad a las más pedestres y elementales actividades del ser humano, estas discrecionalidades en torno a una moneda externa, que hace las veces de patrón de cambio, pasan por la evaluación de los patrones estéticos de los billetes y las monedas, hasta el colmo de instruir que no serán aceptados billetes por sus fechas de emisión. En medio de estas hostilidades no se vislumbra un atisbo por intervenir en el desarrollo de las mismas, por el contrario ignorar todo parece ser una política de estado, hacer leve al mal es el fin vertebral de esta hegemonía.

En medio de este circunloquio reside el ciudadano, ya no desincluido o desintegrado, el venezolano, defenestrado de la lógica de supervivencia en medio de este caos económico y monetario inoculado por el régimen de Maduro y sus cercanos. La maldad es política de Estado y también puede ser considerada política económica, una que entienda que toda su acción es contraria a los fines de la estabilidad, y que lejos de eso embrida incertidumbre y desanimo, soledad y anomia.

No tendremos estabilidad económica, ni monetaria, ni fiscal, mucho menos mercados políticos que sean funcionales, si la hegemonía en el poder ha mutado desde una forma totalitaria con visos sultánicos, hacia un evidente y perverso estado gansteril, quien además ha desmontado el lenguaje como instrumento de significación, intoxicándolo para lograr sus fines de validación de la posverdad, en tal sentido, si el lenguaje y ulteriormente el pensamiento y la gnosis, son instrumentos para decodificar la crisis impuesta de la verdad, el camino de la servidumbre esta allanado.

La situación económica, ese monstruo a lo Leviathan de Hobbes, no es otra cosa que el Estado total, y ante tal proceso de coaptación de los estadios más íntimos de la existencia, no es raro sentir que estamos absolutamente solos, en medio de estas hostilidades que retan a cualquier estoicismo viable, para lograr la paz del espíritu.

Solos, abandonados, vapuleados, humillados y traicionados, ya solo somos un fardo sangrente de lo que alguna vez fue una sociedad.

 

“Huid de un país donde solo uno ejerce todos los poderes: Es un país de esclavos”

Simón Bolívar. 




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