A la tentación de creerse el primer hombre sobre la tierra y acaso la tan frecuente como infundada, dicho en criollo de pensarse “la última cocacola en el desierto”, he visto llamar “adanismo” y me gusta. En este tiempo de justificado reclamo de equidad de género, habría que agregar “evismo” y no para atribuirle alguna complicidad con la serpiente tentadora, sino porque como en la cultura popular gallega, no es que uno crea en las meigas, pero “de haberlas, haylas”.

Aunque no le sean exclusivas, las autoestimas inflamadas se dan con profusión en la política, tanto en el campo de sus practicantes podríamos llamar de oficio, como en el vasto campo de los aspirantes a serlo, aunque lo hagan tras algún camuflaje que los proteja de esos ataques que el debate político y la mala fama que acarrea, sea ésta bien o defectuosamente fundada o incluso francamente calumniosa.

Aunque no siempre reconozca su condición clínica, la autoestima inflamada hace propenso o propensa a quien la padece, a imaginarse depositario o depositaria de una misión histórica, portador o portadora de un destino “escrito en el cielo” como alguna vez me asegurara un interesado.

El Adanismo y o Evismo se manifestaría en la creencia de estar inventando ese líder o aspirante a serlo una estrategia, una política o sencillamente una idea que a nadie se le había ocurrido antes. A cada rato oímos frases como “decisión histórica”, “la primera vez”, “sin precedentes”, “esto no se le había ocurrido a nadie”.

Presuntos adanes o evas hay en el poder o fuera de él, sean aferrados a sus estructuras y ventajas o en procura de alcanzarlas, incluso de izquierda o de derecha y reaccionarios o revolucionarios hasta dónde puedan distinguirse a estas alturas unos de otros.

El mesianismo implícito en esto de los Adanes y Evas ya es un obstáculo de entidad nada despreciable si se pretende estabilizar un sistema político propiamente dicho en Venezuela y al menos como aspira quien escribe, mucho más si se trata de uno democrático que permita la construcción de un estado de derecho, federal y descentralizado como pauta la Constitución con valores como los que señala en su artículo 2 y con fines como los del 3.

Al adanismo “revolucionario” no renuncia el discurso oficial por su utilidad instrumental para mantener su base y evitar conflictos en su cúpula, pues al modelo remite su legitimidad. En la alternativa, no superarlo es trágico pues le impide la unidad de estrategia y reglas.




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