Muchas tomamos como ciertas, aseveraciones que otros expresan o que hemos venido escuchando a lo largo de nuestra vida, y solo internalizamos estos conceptos como parte de nuestra identidad.

Siempre he sostenido que lo único que nos hace libre es la verdad y para llegar a ella tenemos que saber, que conocer, tener una información precisa que nos lleve a esa verdad y entonces al tener un conocimiento sólido tomar decisiones acertadas.

Esta ambigüedad ocurre con mucha frecuencia con la palabra adolescente, le damos una definición que no es precisa y entonces colocamos en ellos una etimología que no es una realidad.

La palabra adolescente se refiere a un joven entre la pubertad y el completo desarrollo de su cuerpo. La palabra adolescente y adulto derivan del verbo latino adolescere que significa crecer, desarrollarse. Adolescente deriva del participio presente activo por lo tanto es: el que está creciendo, por el contrario adulto deriva del pasado: el que ya ha crecido.

El latín Adolescens, de donde viene la palabra en castellano adolescente designaba entre los Romanos a un joven de hasta los 25 años. Teniendo este recuento presente, la palabra adolescente se reconoce desde la antigüedad romana y les ha llamado así: que crece, crecer, desarrollarse.

Es importante mencionar que aunque suele decirse que la palabra adolescente deriva de adolecer, ambos vocablos tienen diferentes raíces etimológicas.

Teniendo en cuenta este contexto un adolescente es una persona que se encuentra en una edad comprendida entre los 10 y los 25 años (algunos autores sostienen que la adolescencia dura hasta los 30 años), que está en un proceso de crecimiento y desarrollo.

Una planta a medida que crece necesita mayor cantidad de nutrientes, de luz, de espacio y de un suelo más fértil para su fortalecimiento, su prosperidad. En este momento ellas deben de ser trasplantadas con sumo cuidado a un sitio que tenga las características y las condiciones óptimas para que se desarrollen de forma adecuada. Un terreno que les permita tener raíces fuertes y solidas para afianzarse en ellas y entonces alcanzar poco a poco, paso a paso una madurez tal, que les permita extender sus ramas y dar flores hermosas y frutos con un sabor apetecible y muy particular.

Ese árbol que ha crecido y al que le hemos permitido ampliar sus ramas, tendrá la capacidad de oxigenar nuestra existencia, nos entregará un regazo de sombras donde descansar y un ambiente mucho mas placido para garantizar nuestro andar.

Comencemos entonces desde ya, a abonar el terreno para que nuestros adolescentes encuentren ese espacio vital que les permita un desarrollo integral. Con raíces fundamentadas en valores, en verdad. Alimentándolos día a día con amor, paciencia y bienestar. Dejémosle que  alcen sus brazos, sus ideas, sus sueños. Entreguémosle ese escenario infinito donde ellos construirán un mundo mejor para todos, lleno de flores de diversas formas y colores. De frutas frescas que renueven nuestras energías y nos llenen de su fortaleza para seguir acompañándoles en este camino de nunca acabar.

No dudemos nunca de su fortaleza, de su instinto, de su inteligencia, de su capacidad de amar y de crear. Ellos lo único que necesitan es que le demos una oportunidad.




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