“Adónde vamos a llegar”, decían nuestros padres ante las innovaciones, aunque fuesen pocas comparadas con enorme cantidad de las de ahora. Hasta hace unos 25 o 30 años, las máquinas de escribir manual o eléctrica eran dominantes. Se consideraban como el sistema más eficiente y avanzado en su campo: ¡Servían -simplemente- para escribir! Pero muy pronto, comenzaron a pasar a ser casi unas desconocidas. En encuestas conocidas, se mostraba que la mayoría de las personas pensaban que la máquina de escribir, conocida de todos los tiempos, jamás iba a desaparecer. ¡Pero, desapareció! ¡Aunque los que se negaban (y se niegan) a que esto iba a ocurrir, hoy se aferran a la idea de que todavía existen los teclados, que es lo indispensable para escribir!
La desaparición de otro utensilio tradicional ocurrió con las fotografías. Estas se tomaban con una cámara cargada con negativos de acetato de celulosa enrollados, que luego de ser utilizados para fotografiar, se llevaban a la tienda de fotografía donde, después de uno o dos días, nos las entregaban pasadas a papel cartulina especial. En general, las fotos eran de buena calidad. Los consorcios gigantes de la fotografía analógica o química, eran Kodak, Agfa y Fiuji. Pero, llegó la invasión de la fotografía digital, con cámaras y teléfonos celulares, y esto decretó la quiebra radical de la fotografía tradicional. Millones de tomas fotográficas, con memorias, escenas y momentos emotivos, quedaron como recuerdos para la historia.
¡Hace 30 años, el teléfono se usaba -lógicamente- para hablar! Era increíble pensar que muy pronto se aglutinarían novedosas ideas, variados sistemas, costumbres, creaciones y necesidades, en torno a los servicios de pequeños y poderosos equipos, conocidos ahora como teléfonos móviles inteligentes (Smart Phones). ¿Será correcto seguir llamando teléfonos a equipos que hacen de todo, además de permitirnos hablar y escuchar? Hoy los teléfonos Smart son estupendas cámaras fotográficas. Esos “teléfonos” detectan nuestra ubicación, pueden programarnos las vías que tomemos para que lleguemos a una dirección determinada, nos informan sobre los cambios y tendencias climáticas, pueden administrar equipos de la oficina, de la casa, de nuestro carro, y hasta hacen seguimiento a nuestra salud; son poderosos y livianos sistemas móviles de comunicación inalámbrica, sin fronteras. Desde ellos leemos y “escribimos” tocándoles, dándoles órdenes, sin escribir rasgos. ¡Y muchos más cambios gigantescos hemos visto en sólo 30 años!
Claro que las tecnologías del presente no son del todo nuevas; arrancan de antecedentes y precursores, porque como afirma el proverbio salomónico, “Nada hay nuevo bajo el sol”. Las mejorías y actualizaciones a lo existente comenzaron a ser radicales. Pero miles de tecnologías se desarrollan casi en progresión geométrica, y día a día alcanzan grados de madurez más impresionantes... ¿Qué será de todo esto, comenzamos a preguntarnos?
Hace 20 o 30 años los usuarios de automóviles y otros sistemas de transporte estaban pendientes de averiguar si algún elemento del vehículo mostraba estar vencido, roto, o si funcionaba fuera de lo deseable. Averiguábamos si había fallas en el sistema eléctrico de nuestra casa, o si había que actualizar cualquier otra cosa. Entonces, llamábamos por el servicio técnico o procedíamos por cuenta propia. Ahora las nuevas tecnologías responden por nosotros. Los carros modernos pueden avisar al conductor o al concesionario cuándo necesitan una reparación. En los países desarrollados, ya los sistemas de vigilancia pueden detectar probables fallas en vehículos, mediante sensores externos y a distancia. En algunos semáforos o peajes, los robots “fotografían” las placas (matrículas) de los carros, y envían cobros o multas al domicilio de los propietarios. Es una forma de acelerar el fluido y la seguridad del tránsito en zonas de mucha afluencia…
¿Y que otro tanto podemos pensar, cuando los carros sin conductor nos llegan a la casa y nos avisan que están listos para llevarnos a cualquier lugar? ¿Adónde vamos a llegar? Quizás hemos sido exagerados en cómo hemos reaccionado ante los cambios. Cambios han ocurrido en todos los tiempos históricos, en todas las sociedades mundiales. El cambio es parte de la naturaleza. Ya lo había dicho, hace mucho tiempo, Heráclito de Éfeso, el filósofo griego: Todo cambia, todo se transforma, nada es, “nadie se baña dos veces en el mismo río, porque todo cambia en el río, y el que se baña no es el mismo, cada vez que lo hace”. Los cambios no deben sorprendernos, ni hemos de temerles. Toda la vida es un cambio.