La semana pasada hubo dos acontecimientos que, a mi parecer, ofrecen una perspectiva de la situación venezolana desde dos escalones diferentes. El primero es la acogida que recibió Maduro de una escasa representación popular que se encontraba en el parque a orillas del Lago de Maracaibo. El segundo es la solicitud de algunos representantes de Fedecámaras para que sean levantadas las sanciones que la comunidad internacional mantiene contra la dictadura venezolana.
En la celebración el 24 de junio del bicentenario de la Batalla Naval de Maracaibo,la televisión oficialista mostró al corpulento déspota enfundado en un impecable liquiliqui blanco recorriendo, agarradito de la mano con la llamada “primera combatiente”, un amplio y soleado espacio donde unos zalameros uniformados, también de impecable blanco, le van mostrando un grupo de esculturas, donde destaca una especie de chalupa de madera con una figura humana de bronce, supone uno que representa al general Padilla, mirando al horizonte con un brazo levantado y blandiendo una espada. Todo debe haber costado unos cuantos millones de dólares, incluida la consabida “comisión”. El video termina con el corpulento Nicolás dando la mano a los almirantes sin flota que, en línea, esperan ansiosos su saludo. Pero un video, difundido por el “Diario de las Américas”, al parecer tomado por un espontáneo asistente, muestra a la pareja “Nicky-Cilita” (como una vez dijo él) caminando por la avenida que bordea la orilla del lago, rodeado de agentes de seguridad en rigurosos trajes oscuros. La pareja mueve sus brazos en alto, como saludando a los que se han alineado a lo largo de la vía. Pero de repente comienzan a oírse voces de repudio e insultos, y especialmente se escucha uno, posiblemente emitido por una voz femenina, que repite el que los venezolanos pronuncian todos los días; al escucharlo, el hombretón da una intempestiva media vuelta y se dirige, seguido por la “primera combatiente”, al SUV que los ha traído hasta el lugar. El episodio, si bien irrelevante por lo escaso de la concurrencia que lo abucheaba, es una muestra más del repudio que el pueblo venezolano siente hacia el continuador de la destructora obra del Monstruo de Sabaneta, que ya ha visto, oído y sentido en eventos anteriores, como el ocurrido en el estadio de beisbol de La Guaira. Que sin embargo, es un repudio general que no termina de explotar, retenido por la esperanza de unas elecciones que, hasta ahora, se vislumbran cargadas de trampas y artimañas para impedir el triunfo de la oposición.
Desde el segundo escalón podemos contemplar la manifestación del sector empresarial pidiendo el levantamiento de sanciones impuestas por los países con gobiernos democráticos contra el régimen venezolano, en represalia por su ilegitimidad y la persistente corrupción administrativa que ha causado el deterioro de los servicios públicos, de las instalaciones petroleras, educativas y asistenciales, y el suministro de alimentos y medicinas.Los empresarios quieren hacer negocios, y desde hace dos décadas vienen sufriendo las consecuencias de las sanciones, que perjudican el suministro de bienes y servicios y su importación y exportación. Su aspiración es, por supuesto, legítima, y aún algunos opinan que las sanciones auspician la corrupción. Pero con elecciones a la vista, que buscan adecentar la administración pública, sacando al bandidaje de sus privilegiadas posiciones, la propuestase parece mucho a la muy criolla expresión de “pedir cacao”.
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