El 5 de enero de 2019 asumió Juan Guaidó la presidencia de la Asamblea Nacional. 18 días después se declaró Presidente Interino de Venezuela, mientras en elección general se determinara quién sería el nuevo Presidente, basada tal decisión en la ilegitimidad constitucional de Nicolás Maduro para el ejercicio de ese cargo. El nuevo presidente fue reconocido por la OEA, el Parlamento Europeo y una cincuentena de países, y nuestra nueva representación diplomática fue bien recibida por ellos.

Muy bien. Parecía que las piezas azules habían puesto en jaque al rey rojo (¿quién dijo que las piezas del ajedrez tenían que ser negras y blancas?) y que en un par de jugadas más el jaque sería mate. Los cuantiosos fondos de Venezuela en el exterior estaban a salvo de la rapiña por parte de Bigote y sus secuaces, al igual que otras importantísimas inversiones en el exterior.

Pero otras piezas azules de ese ajedrez comenzaron a moverse en favor de las rojas, jugando a una “deslegitimación” de la ilegitimidad al aceptar favores de Bigote y sus secuaces y agradecerle al ilegítimo, generalmente en forma servil y complaciente (arrastrada, en fin), el haber dotado de vehículos de transporte a alguna universidad, aplicado pañitos calientes a algunos hospitales, aportado fondos para la recuperación de piscinas, enviado algunas cuadrillas para arreglos de jardines u otra gestión graciosa, que de todos modos era su deber hacerla, en alguna institución a su cargo. Nada más
lamentable que ver a un profesor de la UCV agradeciendo al ilegítimo la recuperación del complejo de piscinas de esa autónoma institución, sin señalar que, en flagrante violación de esa autonomía, el “benefactor” ha ofrecido permitir uso a todo el que se le antoje ir a bañarse en ellas. No es muy difícil imaginarse, en detrimento de los atletas que allí entrenan (o entrenarán algún día) los sancochos a sus orillas, bien rociados con líquidos espirituosos, pachanga y mucho reguetón. Y mañana les daremos las gracias por permitirnos respirar o, de haber motivo, por reír…

La jugada final fue la destitución de Guaidó, que dejó a la deriva el oro de Londres, CITGO y otros bienes de todos los venezolanos. Mientras la mayoría de los venezolanos sólo tienen cabeza para pensar en qué comerán a la noche o en cuál será la mejor ruta para atravesar Centroamérica y México o la Cordillera de Los Andes en toda su longitud; otros siguen pagando unos tributos impuestos por las autoridades ilegítimas, contribuyendo con el engorde de las cuentas secretas de los jerarcas cuestionados, o repitiendo improperios cada vez que se va la luz, el agua o tienen que pasar 72 horas en una cola para surtir gasolina. La partida está en “tablas”, esperando por la forma en que definitivamente realizaremos las elecciones primarias para sacar del sombrero el papelito con el nombre de quien definitivamente acabará con el Bigotazgo. O, mejor dicho, para contar cuál nombre aparece mayor cantidad de veces en los papelitos que iremos metiendo dentro de las cajas de la primaria que tenemos por delante. Por supuesto, se presenta nuevamente un caso de “deslegitimación de la ilegitimidad” al suplicar al CNE, otro organismo supuestamente ilegítimo por ser nombrado por autoridades, también ilegítimas, que nos ayude a contar esos votos con las manipulables máquinas que forman “el mejor sistema electoral del mundo”. O sea, pensar que podremos derrotar al ilegítimo usando sus armas, prestadas por un ratico.

Vendo gran caja de cartón con su ranura.




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