Como toda manifestación humana, es compleja la cultura que nos ha tocado, y que nos toca seguir viviendo. En una buena proporción, esa cultura nos ha llegado desde España, y la hemos enriquecido con variantes del oeste y sur de Europa. Italia es el ejemplo más manifiesto. El idioma inglés también ha tenido una influencia poderosa.

En el artículo de hoy vamos a referirnos a algunos elementos muy expresivos y propios de la cultura venezolana. Hablaremos de los apodos, seudónimos, y otras formas propias del gentilicio. Lo haremos a través de la narración de un caso ocurrido en la realidad, sólo que para encubrir a personas involucradas, hemos sustituido los nombres propios de los principales personajes que intervienen en la narrativa. Veamos, entonces, de qué se trata el caso. Les comentamos:

Hace ya varios años, en una ciudad pequeña del país, aún antes de que naciera su hijo primogénito, una joven señora, a quien llamaremos “Mamita”, había decidido llamar “Jaimito” (diminutivo de “Jaime”) a su esperado, y ya nacido, primer hijo. Nunca se preguntó ella por qué le había gustado ese nombre. Tal vez el diminutivo del nombre haría que a su bebé se le percibiera como una figura más tierna y acariciable (y tal vez sobre protegida). “Mamita” siempre recordaba, ahora, que el día del bautizo, en el instante del acto religioso, el cura parroquial le había sugerido no llamar ‘Jaimito’ a su hijo, y propuso escogerle un nombre que, según él, fuese “realmente” cristiano. ¿No valían los diminutivos?, -se preguntó “Mamita”-. ¿Quedaba fuera su Jaimito? “Mamita” comprendió entonces por qué, una vez pasado formalmente ante la pila bautismal, todo nombre es de “pila”, y por lo tanto cristiano…

El fallido Jaimito fue bautizado con el nombre de Fabián (significado bíblico: hijo de Fabio). Fabián tiene ahora más de cuarenta años. Su “Mamita”, en rebeldía permanente, entonces le llamó siempre “Fabi”, como “sobrenombre”. Eso trajo problemas a Fabián en la escuela, en la calle, al casarse, al cobrar cheques, y en otras actividades, aunque él siempre manifestó sentirse bien con su identificación. Consideradas esas consecuencias, hoy “Mamita” recomienda no poner tan  “extraños” nombres a los hijos: Eso es lo que importa, -dice ella-, “sin ser filóloga de profesión”.

Hoy en las culturas del mundo hispánico y de otras procedencias hay un viraje hacia los nombres de los antepasados. Muchos nombres vinieron del pueblo judío. Más tarde de los griegos clásicos, y de Roma. El cristianismo recogió y mezcló estas distintas fuentes, y utilizó las lenguas griega y latina para generar nombres específicos, que aplicaron a sus mártires, y que ocupan la mayor parte de los santorales. Nombres que están en desuso, pero merecen ser reactivados. El primer paso en este proceder es hacerles conocidos. Prescindir de nombres por su rareza, o porque no estén a la moda, empobrece el repertorio onomástico, y nombres habituales en este siglo XXI. Nombres como Juan, José, María, o Manuel, pueden quedar reducidos a meras palabras vacías… Favorablemente, no hay forma de que los emoticones puedan imponerse sobre los nombres y acabar con ellos, y eso nos deja más tranquilos…

¡Así son las cosas en estos tiempos!




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