“La amistad, como principio político viene a ser el origen y la simiente de la humanización de la política de poder.» Óscar Godoy Arcaya

El diccionario nos ilustra que amistad es “el afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. En tanto que su etimología es un tanto compleja: que se deriva del latín “amicus”, que podría venir del verbo “amore” –amar- o de “animi” –que es alma- y custos (custodia), en este caso sería “el que guarda el alma”. También se dice que proviene del griego “a” (sin) y “ego” (yo) y que sería “sin ego”.

Desde la Antigüedad el debate sobre la amistad y la política estaba presente y era motivo de profundas desavenencias, pues tal como apuntaba Cicerón en su obra De Amicitia, en primer lugar se debía propiciar la fides, a saber, la confianza que se deposita en otro, lo que derivaría en confianza en sentido amplio: fidelidad al compromiso, honradez, rectitud moral, y la firmeza en buscar la virtud; afirmaba el Cónsul romano que el enemigo principal de la amistad es la política.

En su obra fundamental “Ética a Nicómaco”, Aristóteles buscaba dejar lecciones de vida a su hijo. Un propósito muy noble pues mucho podrán servirle en su porvenir. Así le enseñaba: «Sin amigos nadie querría vivir, aun cuando poseyera todos los demás bienes; hasta los ricos y los que tienen cargos y poder parecen tener necesidad sobre todo de amigos; porque ¿de qué sirve esa clase de prosperidad si se la priva de la facultad de hacer bien, que se ejerce preferentemente y del modo más laudable respecto de los amigos? ¿O cómo podría tal prosperidad guardarse y preservarse sin amigos? Porque cuanto mayor es, tanto más peligra. En la pobreza y en los demás infortunios se considera a los amigos como el único refugio.

Los jóvenes los necesitan para evitar el error; los viejos para su asistencia y como una ayuda que supla las carencias que la debilidad pone a su actividad; los que están en la flor de la vida, para las acciones nobles: Dos marchando juntos, así, en efecto, están más capacitados para pensar y actuar». Sostenía Aristóteles que cuando dos personas son amigas, tienden a tratarse con justicia; tratan de ser justos entre sí, aunque personalmente sean injustos.

Sin embargo, debemos aclarar que Aristóteles se refería a la amistad política, considerando al político a ese que forma parte de la polis; de aquella ciudad griega. En dos máximas del pensador podríamos condensar estas ideas: «La amistad es el cimiento de la actitud política»; y “la estabilidad de la polis depende del sentimiento estable de amistad entre los hombres buenos”.

A qué viene esta larga cita del sabio estagirita, se preguntarán muchos. Simplemente, hoy presenciamos como todos desconfían de todos, una vez más está presente la lucha de intereses contrapuestos; se evidencia la amarga pelea entre pares, resulta inocultable la enemistad cívica. Se afirma como ineludible sentencia que en la política – esa que busca el poder – no hay amigos, lo que hay son aliados temporales e intereses.

Realmente resulta complejo entrelazar la política con la amistad, pues la amistad viene de los sentimientos afectuosos en tanto que la política del poder. La amistad supone el desprendimiento y la política el interés. La amistad es armonía y compartir y la política es confrontación y antagonismo. Quienes han participado en la política con hidalguía y principios saben cómo la amistad logra unir en las derrotas y en los triunfos; en las alegrías y en las tristezas en esas labores de hilvanar con perseverancia el descocido tejido social.

Sin embargo, muchas veces el poder o la búsqueda de él – como también el dinero- resquebraja en mil pedazos las más firmes amistades. Y así muchos amigos políticos se han dejado ver las costuras. Actualmente los ciudadanos detestan en los partidos políticos sus sempiternas disputas internas, pero también esa verbal hipocresía al llamarse entre ellos “camaradas o compañeros, altos panas o hermanos del alma”; pues puede ser compatible un vínculo de estrecha amistad con la convicción de que el otro será una pieza utilizable, manipulable, descartable en un momento dado, cuando la política se transforma en ese campo minado que puede desfigurar las relaciones humanas. Los liderazgos suelen ser efímeros y como lo hemos visto, se ponen en duda, en un principio con cierta sutileza y luego con rotunda rudeza. Siempre ha sido así y por eso es tan habitual la traición, porque no hay alianzas perennes en aquellos que aspiran el poder. Sin embargo, albergamos la creencia que la política y la amistad son compatibles, cuando se nutren del sincero diálogo y encuentro entre la necesidad y el afecto, entre el respeto y el reconocimiento de ser diferentes e iguales a la vez.

En su conocida novela «El Principito», Antoine de Saint-Exupéry nos señala una tangible realidad: dos personas no son amigas porque se miran mutuamente, sino porque miran ambas en la misma dirección, lo que nos permite recordar y expresar con sinceridad que en este largo recorrido por ese sinuoso camino de la política, creemos haber cultivado amistades con las cuales, además de mirar hacia una misma dirección, vale la pena perseverar en la brega, seguros de contar con muchísimos y comprometidos amigos que nos acompañarán en ese importante reto que se nos presentará con las Primarias.

Manuel Barreto Hernaiz

 




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