Por: Luis Cabrera / @salteveneno
Desde hace 59 años, la comunidad de El Rincón del municipio Naguanagua, celebra el Velorio de Cruz de Mayo. Al menos dos generaciones de la familia Ramírez, vecinos de este sector, se han encargado de mantener viva esta tradición.
La convocatoria es este domingo 30 de mayo. Muy temprano en la mañana se reunirán y con la cruz a cuesta, ya vestida con telas y flores, la subirán entre cantos y oraciones, a una de las planicies del cerro en El Rincón.
He tenido la oportunidad de asistir y registrar fotográficamente esta celebración en sus recientes ediciones. Este acercamiento me ha permitido conversar con la familia Ramírez -custodios de esta tradición en la zona- para intentar ver el impacto que tiene la manifestación más allá del día de la festividad religiosa en sí. Lo que busco es conocer y registrar lo que esta expresión de fe significa para la familia y los creyentes.
El fotógrafo que decida adentrarse en las manifestaciones culturales, tiene varios retos por delante, porque hay una serie de planteamientos que debe abordar para poder realizar un trabajo cónsono a lo que se experimenta en este tipo de actividades.
Lo primero que debe tener claro es qué es una manifestación cultural, entendida como aquella actividad pública de corte religioso, folklórico o artístico, que congrega a un grupo de personas que comulgan con el mensaje que se quiere transmitir a través de esta expresión. Sin embargo, esta definición es tan amplia como los elementos que tipifican a las manifestaciones culturales: Vestimenta, comida, creencias, fiestas, velorios, desfiles, artesanos, artistas, monumentos, entre otros.
La fotografía con su lenguaje visual añade un valor testimonial a este hecho, permitiendo al espectador rescatar parte de la experiencia presencial a través de las imágenes registradas durante el desarrollo de la manifestación y más relevante aún, a través del tiempo, esas fotografías, se convierten en un documento.
Una práctica común -sobre todo errada- es llegar el día de la manifestación cultural a tomar fotografías y luego retirarse sin más, es decir, actuar como cazadores de encuadres. Publicar las fotos en redes sociales, contando una historia de lo que fue nuestra experiencia, sin haber terminado de entender qué fue lo que sucedió frente a nosotros. ¡Qué fácil resulta hacerse llamar documentalista por solo estar fotografiando in situ!
El trabajo es más arduo y demandante. El primer paso es escoger qué manifestación cultural se va a registrar fotográficamente. Plantearse si existe algún tipo de conexión o afinidad con esa expresión cultural; definir qué se quiere lograr con ese trabajo de investigación. Sin importar el motivo, comienza la búsqueda de información en base al qué, cómo, cuándo, dónde, por qué y quién (es).
Dependiendo de la fecha y la locación, hay que elaborar un plan de trabajo que prevea estar disponible durante las fechas previas y/o posteriores para levantar información sin la presión del desarrollo de la actividad tanto para el fotógrafo como para los participantes. Por ello, es de mucha importancia localizar a alguien que “haga el lobby”, esto facilita la interacción.
Haber levantado la información previo a la fecha de la manifestación es de suma ayuda pues permite conocer la dinámica del evento hasta dónde tenemos permitido llegar, por sobre todas las cosas, no podemos convertirnos en una incomodidad. Entender la dinámica de la manifestación nos dará una mejor lectura y estaremos en capacidad de anticipar, cualidad muy importante en todo fotógrafo.
Algo muy importante, no se requiere ser creyente de la manifestación pero sí se debe mantener un grado de conciencia de lo importante que es para quienes la practican, así que el respeto por el desarrollo, signos, rituales y figuras debe ser absoluto.
Tomar notas también es de mucha importancia, en especial con la información levantada para poder tener material con un contenido basado en la fuente directa, y no sólo en nuestra “experiencia sensorial”.
En este entorno multimedia en el que convivimos, registrar algunos audios sería de mucha utilidad para ambientar el registro fotográfico con los sonidos propios de la manifestación cultural como voces, cantos y oraciones.
Luego, nos toca revisar el registro fotográfico y generar un ensayo. Para ello, deberíamos haber conseguido diversidad de planos y ángulos de los distintos momentos de la actividad, que nos permita tener: inicio, desarrollo, desenlace, y final. Estamos contando una historia.
El registro fotográfico no es para que repose en redes sociales y se pierda en lo efímero de cada timeline, estamos en la obligación moral con quienes nos abrieron las puertas a sus tradiciones de buscar soportes más perdurables y que le sirvan como aval de lo significativo que son estas manifestaciones culturales para su identidad, en la pervivencia.
En el caso de la Cruz de Mayo en El Rincón, el día de la actividad no es el único momento de esta tradición. En fechas previas hacen la limpieza de la zona del cerro donde reposa la cruz todo el año; el primero de mayo la bajan y guardan en la casa de la familia Ramírez hasta que llega la hora de vestirla; la tarde anterior al velorio, se prepara el sancocho y bebidas además de cantarle y rezarle; finalmente, a primera hora del último domingo del mes, salen en procesión para subir la cruz al cerro donde permanecerá hasta el año siguiente.
Por su valor antropológico, cultural y religioso, todo este periplo merece ser registrado. Lo mismo pasa con otras manifestaciones culturales que conforman la identidad de cada comunidad, esta documentación debe estar apegada a sus prácticas y costumbres, a sus protagonistas y participantes.
