Por: Luis Cabrera / @salteveneno
La producción de obras artísticas tiene su propia dinámica, así como cada artista. En un entorno dominado por las redes sociales, algunos artistas han manifestado sentirse muy presionados por no poseer material para publicar frecuentemente, y eso es un fenómeno que puede resultar perjudicial para el desarrollo de su obra.
Todo proceso creativo requiere una problematización (reflexión sobre el tema a desarrollar), búsqueda de referentes, investigación, sinergia, ejecución, confrontación. En algunos casos, como artistas, hasta se hace necesario “dejar enfriar” la obra para poder verla luego con una mirada menos abrumada, y estar en posición de dar una apreciación apegada a la intencionalidad o mensaje.
Saltarnos estos pasos solo por esclavizarnos a la inmediatez de las redes desencadena cierta frivolidad, descuido, o ausencia de esos elementos autorales que deberían caracterizar la obra. Debemos tomarnos el tiempo necesario, nuestro cuerpo de trabajo merece ese respeto.
El poeta y novelista austríaco Rainer Maria Rilke escribió en una carta a su esposa la escultora Clara Rilke-Westhoff: “sí, la obra artística siempre es el resultado de un haber estado en peligro, de haber llegado hasta el final de una experiencia, hasta donde ya nadie puede ir más lejos”. Por lo que tener períodos de “sequía” en la producción de obras es normal, son esos los períodos en los que vivimos y experimentamos, en que nos dejamos permear por esas experiencias que se vuelven materia prima a ser volcadas en una obra.
Claro, no todo debe ser sombrío y lúgubre. La estética es esa diosa que con su mágica investidura le otorga belleza a cada pieza, enamora al espectador, lo envuelve en un halo sensorial para cautivarlo y que se impregne con el metamensaje del artista.
Ahora, la belleza no es exactamente un bálsamo, pues el placer que produce la apariencia estética no deja de tener su cuota de realidad. Agamben señala que “a la creciente inocencia del espectador frente al objeto bello, se opone la creciente peligrosidad de la experiencia del artista, para el que la promesse du bonheur del arte se convierte en el veneno que contamina y destruye su existencia”.
El artista debe asumir uno de los mitos más grandes: el arte no te cura, no te sana. Aristóteles llamó catarsis a la facultad de la tragedia de redimir al espectador de sus propias bajas pasiones al verlas proyectadas en los personajes de la obra (de teatro), y permitirle ver el castigo inevitable e ineludible, pero sin tener que experimentar dicho castigo él mismo. La catarsis es para el espectador, la del artista es utópica.
En lo que sí podemos coincidir, es que el artista encuentra una válvula de escape en cada pieza que desarrolla, en ver una representación física de sus experiencias para que sea contemplada y disfrutada por otros que encuentran algo afín en ella. En algunas oportunidades tiene la dicha de redimirse a través de la mirada del espectador.