Casas muertas. Serie: Valencia anacrónica. Autor: Luis Cabrera, 2021. Fotografía estenopeica.

El filósofo Jean-Paul Sartre en su libro “La psicología de la imaginación”, plantea que una de las condiciones necesarias para que ocurra el proceso de imaginación es un analogón, es decir, un equivalente de percepción. Puede ser una pintura, una fotografía, un dibujo. A través del proceso de imaginación, el analogón pierde su propio sentido y lo reemplaza por el del objeto que representa. Cuando alguien ve una fotografía de un paisaje, deja de ver un papel impreso, ve un paisaje.

Partiendo de este concepto, años más tarde, Roland Barthes en su ensayo “El mensaje fotográfico”, incorpora este término en la fotografía señalando:

Si bien es cierto que la imagen no es lo real, es por lo menos su “analogón” perfecto, y es precisamente esa perfección analógica lo que, para el sentido común, define la fotografía.

Y es que, desde su creación, la fotografía viene arrastrando el estigma de ser fiel testimonio de la realidad, adhiriéndose un carácter testimonial a cada imagen.

Gracias a la fotografía digital y a su inmediatez, al modo en que se comparte desde los dispositivos móviles, la difusión de la información se hace prácticamente imposible de evitar, se convierte casi en un acto reflejo. Bien lo enuncia Joan Foncuberta:

La fotografía se volvió ubicua, hay cámaras en todos lados. En la cúspide de esta ubicuidad, la imagen establece nuevas reglas con lo real. Tomar una foto ya no implica tanto un registro de un acontecimiento como una parte sustancial del mismo. Acontecimiento e imagen se funden. En este punto, se ha vuelto hegemónico este enunciado. Los hechos y las imágenes resultan inseparables dentro de la psiquis colectiva. Si no está fotografiado, no sucedió.

Las fotos se van alejando de su propiedad de almacenar recuerdos, pues se adaptan al canibalismo propio de las redes sociales, donde una foto es devorada por el impacto de la siguiente, donde las imágenes impregnadas con la efusividad del caos o violencia que denotan, se convierten en auto-afirmaciones de lo que connotan, estratagemas cuya función implícita (inconsciente o no) es la generación de matrices de opinión.

Es por esa capacidad de generar matrices de opinión a través de las imágenes fotográficas que el fotógrafo se convierte en actor político, aún en el caso de su mayor ética y responsabilidad social, incluso de una utópica y estéril objetividad, porque cada imagen va cargada de un peso emocional (bien sea de rechazo o de aceptación).

Afirma Alberto Sato Kotani que “la tarea de citar para sufragar las imperfecciones del texto es tan corriente como arbitraria”; una válida analogía frente a la decisión del fotógrafo de realizar cada encuadre, porque en esta decisión omite al resto de la escena, y es su arbitrariedad la que impera sobre qué capturar, qué compartir.

A partir de la interpretación que le demos al hecho fotografiado, con cada encuadre generamos un analogón, un mensaje, una reflexión, un testimonio, nos convertimos en coautores de la memoria colectiva. Asimilar esta responsabilidad es uno de los tantos retos que tenemos los fotógrafos en estos tiempos.

Por: Luis Cabrera / @salteveneno




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