Sí, Venezuela es un país destruido. En lo político, económico y social. Las burbujas enchufadas son eso, burbujas que dependen del poder despótico y depredador. No son pocas en apariencia, pero comparadas con una nación en catástrofe humanitaria, son pequeños segmentos donde el poder establecido lava su corrupción, en compañía de mucha gente que se ha sumergido en la charca.

La alternativa a los mandoneros del poder, no es alternativa para bien, sino para peor. Con honrosas excepciones. El pueblo confundido lucha por sobrevivir, día a día, pero esa lucha no se acuerpa en un gran movimiento político y social, porque no se ve una alternativa.

El país parece adormecido por la resignación. No hay lucha política verdadera. Maduro y los suyos navegan tranquilos en un ambiente que no tiene fuerza opositora. Los laberintos de la llamada oposición política no parecen tener salida. En Miraflores se frotan las manos.

Todo eso genera una gran angustia. La emigración continúa. La falta de credibilidad en las opciones de cambio, también. Las cúpulas de cierta autonomía, buscan acomodarse al poder despótico a ver qué consiguen.

Esa es la realidad. Pero esa realidad puede cambiar. Y debe cambiar. Repito una y mil veces: el inmenso rechazo social a esa realidad, tiene que encontrar un cauce político de compromiso radical. Eso no es imposible. Por eso, de la angustia profunda puede surgir una esperanza de cambio verdadero.




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