El ser humano tiende por naturaleza a primar el orden y el manejo consistente de todo su entorno, por naturaleza somos adversos a la entropía y al caos, es decir buscamos por naturaleza  el logro de la neguentropía o sintropía, es decir buscamos de manera absolutamente natural, las vías para escapar del caos.

Si resumimos los estadios humanos a la luz de un sistema, podríamos decir que el ser humano sistémicamente busca mayores niveles de orden y de racionalidad. En Venezuela atravesamos un período de absoluto desorden, un tramo de nuestro devenir histórico social se ha detenido.

Con los gobiernos de Chávez no era difícil advertir que atravesábamos por un claro y absoluto autoritarismo competitivo, que permitió ir colonizando todos los estadios de la vida social, hasta coparnos la realidad y llevarnos a un Estado absolutamente autoritario, al cual los analistas  inicialmente han calificado de kakistocracia o gobierno de los peores, atendiendo a lo dispuesto por Michelangelo Bovero y pudiendo encontrar tangencia con lo expuesto por el filósofo argentino García Venturini, como un grado superlativo del mal gobierno o kakocracia el gobierno de las mafias o del delito.

Este gobierno debería y tendría que encontrar su fin en semejante desastre de proporciones gigantescas, pero no es así, igualmente todos nos preguntamos cómo hemos logrado continuar trabajando, emprendiendo y funcionando en medio de semejante caos, como es posible que la selección de peores decisiones en el ejercicio del poder, no se reviertan en contra del Estado, la respuesta la encontramos en el concepto de la antifragilidad.

El término  antifragilidad ha sido acuñado por el filósofo americano libanés Nassir Nicholas Taleb, en términos sencillos son sistemas que se benefician del desorden, se alimentan de la entropía y del caos.

En los terrenos de la economía el concepto es enriquecedor, pues  posee un rango de acción mucho mayor que la resiliencia, es decir supone no solamente salir fortalecido de situaciones traumáticas, sino además le imprime un carácter dinámico al permitir que desde el caos las empresas, las alternativas de negocios, las firmas generalmente familiares, se adapten a las hostilidades macroeconómicas, bien sea a una alta inflación o a un proceso de recesión, como el que experimenta el mundo en medio de la pandemia, en fin en economía este concepto permite insuflar de ventajas competitivas a las empresas, firmas familiares y emprendimientos que logren sobrevivir y adaptarse a estas condiciones externas o heteronomía del caos.

Sin embargo en nuestro país para nadie es un secreto que la paralización de la actividad económica supera el 86% del PIB, el otro 24% es un segmento antifragil, es decir  además de ser resiliente, es capaz de sobrevivir en el caos.

Vaya concepto entonces poderoso en materia económica, ser capaces de coexistir con treinta largos meses de hiperinflación y más de 26 trimestres de depresión es un logro más que plausible, incluso operar sin asistencia financiera, ni crediticia. Este reto se constituye en una fortaleza a lo menos, nos prepara para la supervivencia y éxito en condiciones de presencia de neguentropia o normalidad.

En el ámbito de las ciencias políticas, siempre este tema de la antifragilidad reviste características fascinantes que lo aproximan a la necesidad de la interacción sana entre gobernantes y gobernados, es decir hacia una gobernanza que embride bienestar y por ende ausencia de caos.

El caso político venezolano podría ser un ejemplo claro de la estabilidad que reciben los regímenes absolutamente fallidos, frente a la adopción de medidas que contravienen toda lógica de acción y someten a la población a una situación de suma de malestares, pesares y sufrimiento.

Nada define mejor la inexplicable permanencia de Nicolás Maduro en el poder que la antifragilidad estabilizadora. Este régimen encuentra asidero en cada disparate emprendido, en la eclosión de un desastre en la prestación de servicios públicos ya casi inexistentes, en la hiperinflación empleada como mecanismo de control y en  esta pandemia que  le ha venido como anillo al dedo, para terminar de desmontar la poca institucionalidad existente en el país.

El ajuste irracional de los precios de la gasolina a valores internacionales, los atropellos en las colas para surtir, la presencia de mercados negros y el arbitraje entre otros, configurarían para un gobierno que manifestase un débil pulso hacia la humanidad, el bienestar colectivo y el orden una elemental proxemia hacia la necesidad de repensar, reajustar y contextualizar el caos.Pero por el contrario, a mayores niveles de desorden y de atomización en el poder, la antifragilidad confiere estabilidad y sustrato, para persistir en el deseo malvado de hacerlo mal, de infringir dolor.

La adaptabilidad en materia política del régimen antifragil subyace en su naturaleza perversa, orientada a quebrantar voluntades y someternos al servilismo. Hipnotizarnos colectivamente, atontarnos de manera masiva  mientras más miserables somos, ellos por el contrario se adaptan a esa deformación en las formas del ejercicio del poder y obtienen tiempo y estabilidad.

Nadie sostendría que un régimen populista podría sobrevivir sin el dinero de la renta petrolera, pues este lo ha hecho y muy bien, se ha valido del asalto a las reservas de oro atesoradas en un Banco Central, que no es más que una inútil torre de concreto erguida en el centro de la ciudad capital, se adapta cazando rentas y hasta obteniendo dividendos para su aparato represivo, del proceso de expolio masivo al que somos sometidos cada vez que la discrecionalidad se impone sobre un desmontado Estado de Derecho.

Venezuela y el régimen de Maduro son un Estado con Derecho, para tiranizarnos, para someternos y aplastarnos, a mayor grado de desorden más estabilidad y por eso señores es que nunca tocaremos fondo, los países que asumen sistemas en donde la entropía alimente a la estabilidad en el ejercicio del poder, pueden perdurar sempiternamente hacia el dolor.

Finalmente, en el enfoque económico la antifragilidad supone adaptación para navegar en el caos, embrida en si misma robustez para enfrentar momentos en donde se imprima orden al sistema, le confiere además de las fortalezas psicológicas de la resiliencia, la capacidad de amoldarse y sobrevivir.

En el ámbito politológico la antifragilidad supone alimentarse desde las falencias y el desorden, la entropía autoimpuesta o la turbulencia social para lograr estabilidad. Las ventajas comparativas en el ámbito económico son lo que la estabilidad le confiere a los regímenes que imponen el error como acción y la maldad como política pública.

Así pues los choques hacen más adaptables a los agentes económicos, pero en la cuadratura politológica no se logran gobiernos mejores, sino más estables para alimentarse del caos y lograr mayores cuotas de poder y de dominación.

“El método de ensayo-error supera a los conocimientos académicos.” Nassir Nicholas Taleb.




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