(Foto cortesía: Carolina Campos)

Carlos González salió temprano de su casa a comprar algunos alimentos para el día. Como a muchos otros carabobeños, la necesidad lo obliga a incumplir con la cuarentena social decretada para evitar la propagación del COVID-19. Tiene 65 años  y sabe que forma parte de la población con mayor riesgo de contagio, pero no le queda otra opción: debe salir a diario.

No podemos morirnos de hambre, hay que salir a la calle a comprar y conseguir lo que se pueda”, dijo. En su casa, aunque viven cinco personas junto a él, cada quien se ocupa de sus propios gastos. Sobre el tapabocas blanco que usa debido al decreto obligatorio ejecutado por el régimen de Nicolás Maduro, aseguró que lo compró días antes, en tres unidades por dos dólares.

El salario mínimo en Venezuela es de 250 mil bolívares (3 dólares al cambio paralelo) mensuales. Este es el mismo ingreso que reciben los más de cuatro millones de jubilados y pensionados registrados en el país, según cifras actualizadas por del Instituto Venezolano de Seguro Social (IVSS) en 2019.

En medio del proceso hiperinflacionario por el que atraviesa la nación, el poder adquisitivo de los venezolanos quedó pulverizado, situación que le impide a la mayoría hacer las compras necesarias para abastecerse durante al menos una semana y así cumplir con el aislamiento preventivo recomendado, incluso, por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

“Aquí no hay autoridad ni hay gobierno. Aquí sobrevive el que puede”, agregó González.

Floralba Fuentes, de 71 años, también se vio obligada a interrumpir su confinamiento. A su madre, de 91 años, se le terminaron las pastillas para controlar la presión arterial y tuvo que salir a recorrer varias farmacias porque “son difíciles de encontrar”. En el camino, aprovechó y se detuvo en un mercado de frutas al aire libre para hacer algunas compras.

No  tiene hijos afuera ni familiares que la ayuden económicamente, pero aseguró estar en mejor condición que otros integrantes de su familia porque “mata tigritos” para sobrevivir. “Tengo un familiar al que le llevé algo de comida ayer a las tres de la tarde y no había comido nada en todo día”.

A su juicio, Maduro decretó la cuarentena no como una estrategia preventiva contra la pandemia, sino como una “cortina de humo” ante el colapso de los servicios. “Todo lo que está paralizado no es solo por el coronavirus. No es por el bloqueo. Es por su ineptitud e ineficiencia en hacer las cosas”.

(Foto cortesía: Carolina Campos)

Tapabocas, un lujo

Según la OMS, las mascarillas no deben ser reutilizadas y, aunque recomienda sean usados únicamente por enfermos y personal médico, el régimen madurista decretó su uso obligatorio en lugares públicos. El cumplimiento de esta medida es otra dificultad a la que miles de carabobeños se enfrentan.

Yanet Golindado, quien se encontraba en un Farmatodo de Valencia comprando medicinas, tuvo que improvisar un tapabocas ante la escasez de este artículo. Según su testimonio, las mascarillas en algunos lugares llegan a costar hasta 150 mil bolívares por unidad, lo que no se ajusta a su presupuesto.

Pero para no quedarse completamente desprovista de protección, resolvió con lo que tenía en casa, aunque admitió que no es la mejor opción. “Tenemos que resguardarnos y cuidarnos porque aquí en Venezuela estamos muy mal, tanto en medicinas como en hospitales, no tenemos una buena alimentación, entonces debemos cuidarnos de esto”.

Sin combustible

Aunado a las medidas restrictivas que implica el aislamiento, en Carabobo desde hace casi 15 días se agudizó la escasez de combustible debido a una supuesta falla operativa que impide el abastecimiento de los expendios. Desde el sábado 21 de marzo solo se encuentran operativas 11 estaciones de servicio, destinadas a atender únicamente a los sectores priorizados.

La limitación del combustible ha afectado el trabajo de personas como Adriana Sánchez, quien vive en el sector Naranjal de Naguanagua y labora en una empresa de distribución de paquetes y encomiendas. Señaló que en los últimos días no les han entregado las cargas provenientes del exterior porque no hay gasolina para transportarlas.

Sánchez afirma que si el problema del combustible persiste, el sector económico en el que se desenvuelve va a colapsar y se le hará difícil incluso abastecerse a sí misma de productos esenciales. “Si no trabajamos y producimos, ¿cómo compramos la medicina y la comida? Sin gasolina no podemos transitar hacia lugares puntuales, como farmacias y mercados”.

(Foto cortesía: Carolina Campos)

 




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