Foto EFE
Quizás sean las capitales, puntos de encuentro que padecen todos los prejuicios y que pocos reclaman como propias, los lugares más difíciles de contar. Caracas no es distinta, pero hace cien años vio nacer a Aquiles Nazoa, el escritor que rompió los usos, la hizo suya y, de la mano del humor, la contó entre soñada, real y recordada.

«Mi padre era un enamorado de Caracas, que se conocía Caracas como si fuese El Cronista», explica a Efe su hijo Claudio Nazoa, que, un día antes del centenario de su nacimiento, recuerda las caminatas por los cerros que circundan la capital venezolana.

«Íbamos a pie e iba contándonos todas las cosas que habían pasado por el cerro: ‘por ahí venían los españoles, los castillos que había por allí destruidos», recuerda sobre esas caminatas.

Eso sí, la Caracas de Nazoa era otra incluso cuando él mismo la contaba y siempre quedaban sobre ella la sombra de la melancolía:

«Hoy quiere hacer memoria mi pluma costumbrista

de una vieja costumbre que ya nadie practica;

una costumbre de esas que están hoy extinguidas

y a la cual en Caracas le deben hoy en día

su renombre y su fama muchas grandes familias».

MUCHOS CAMINOS, MUCHAS DERROTAS

Lo que está claro es que Nazoa escogió muchos oficios de esos que cuando los niños señalan por primera vez, los padres esbozan una sonrisa nerviosa: escritor, poeta, cronista, periodista y activista de izquierdas, muy cercano al Partido Comunista. Para todas ellas se armó de humor, el único eje transversal a toda su actividad.

Y su hijo Claudio le agrega otra más: «mi papá era una especie de mecenas pobre».

Eso sí, a todos ellos se dedicó con total devoción y todos le dieron alegrías y algunos sinsabores.

Como poeta, su hijo afirma que junto con Andres Eloy Blanco «son los que más recuerda la gente porque hay quien dice que Aquiles Nazoa entendió al pueblo».

«No, Aquiles Nazoa era del pueblo pero del pueblo de verdad, no del que usan los políticos para maltratarlo», asevera sobre un escritor que nació en el 17 de mayo de 1920, tiempos del dictador Juan Vicente Gómez, en la barriada popular de El Guarataro.

Las tiranías marcaron su vida. Tan es así que en sus primeras incursiones en el periodismo sufrió de primera mano lo que era la tiranía.

A LA CÁRCEL POR HABLAR DE MALARIA

En 1940, cuando vivía en el entonces próspero Puerto Cabello, a orillas del Caribe, una crítica suya en la prensa local por la indolencia de las autoridades en la campaña antimalárica termina con sus huesos en la cárcel.

«No le gustó eso a alguien del Gobierno y le hicieron un juicio y se lo llevaron preso. Inauguró la cárcel Modelo de Caracas», explica Claudio Nazoa, que heredó una de las pasiones de su padre y hoy es comediante.

Lejos de buscar paralelismos entre los años 40 y 2020, Claudio se arma como su padre de la ironía y añade: «Siempre las autoridades pueden estar contra las voces de alerta cuando pasan cosas. Nada nuevo bajo el sol».

UNA VIDA HECHA DE PERSECUCIONES

Las persecuciones fueron una constante en la vida de un hombre que su hijo define como «un anarquista de izquierdas» pero su peor momento llegó en 1956 cuando otro dictador, Marcos Pérez Jiménez, hizo lo que corresponde a los tiranos y mandó a Nazoa al exilio.

A Claudio, testigo de cómo abandonaba su padre el país, aquellos días le quedaron marcados en la memoria.

«Me acuerdo. A él lo llevaron detenido, era una época en que el que al que escribía algo contra el Gobierno lo fregaban, no como ahora en Venezuela que hay libertad», dice, apostando de nuevo por la ironía.

«Pero igual al dictador del momento no le gustó, le agarraron y se lo llevaron. Fuimos al aeropuerto a despedir a mi padre, estaba esposado, nos abrazó esposado y, lo que yo siempre vi en él, incluso en ese momento tan difícil (…) es que nunca estaba derrotado», recuerda Claudio, que hoy pasa la cuarentena en Tenerife.

La crueldad de Pérez Jiménez, al que algunos en Venezuela dicen añorar hoy, iba más lejos: Nazoa ni siquiera sabía a dónde le llevaba ese avión, solo le dijeron que iba a Panamá o Bolivia.

EXILIO PACEÑO

Aterrizó en La Paz, donde sobrevivió gracias a un amigo librero, José Bayón, al que pudo devolver el favor cuando las tornas se invirtieron y fue él quien se exilió en Caracas cuando la bota militar cayó sobre Bolivia.

Al volver a su tierra natal retomó su actividad y vivió sus mejores años. Publicó sus obras que más trayectoria han tenido «Caracas, física y espiritual» y «Vida privada de las muñecas de trapo», así como compilaciones poéticas.

Y, contra todo pronóstico, murió en su pico de popularidad el 25 de abril de 1976. Un accidente de tráfico.

SU ÚLTIMA HISTORIA

Incluso después de muerto, la pasión de Nazoa por Caracas le deparó una última sorpresa que recuerda su hijo.

«Su mejor amigo en los años 30 se llamaba Alarico Gómez, un escritor que murió muy joven, pero escribió muchísimo. A él lo enterraron en el Cementerio General del Sur. A veces, a mi papá le gustaba ir al cementerio porque hay esculturas muy valiosas y, enamorado de su ciudad, buscaba cosas curiosas del cementerio», explica Claudio.

Encontró las tumbas de expresidentes y hombres ilustres pero nunca localizó la de su amigo, se había olvidado de ella en medio del atestado camposanto.

«Cuando se muere mi padre, lo llevan al cementerio (…) A los quince días fui con mi mamá a llevar unas flores a mi padre y la tumba de al lado era la de Alarico, quedaron cabeza con cabeza. No lo encontró en vida y lo encontró muerto. Un final asombroso para una persona que tuvo la vida que tuvo», concluye Claudio.




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