Bach y su Doble Concierto

Corría el año 1982. Finales de julio, para ser exacto.  Tendría yo doce años, pronto a cumplir trece. Lo recuerdo porque aún no se había casado mi hermana Anamaría y vivíamos en la casa de Guaparo. La música de moda de la época: Diana Ross, Barry Manilow, Michael Jackson, Air Supply, Stevie Wonder, Chicago, Earth, Wind & Fire… Tal vez no eran los artistas del momento, pero sus canciones llenaban mis cassettes en mi flamante y moderno walkman con audífonos stereo.

Si bien iniciaba formalmente mis estudios de piano, me encantaba la música pop. Mis incipientes prácticas musicales correspondían a lo que todo preadolescente debe hacer al respecto, y por supuesto, lo que ello conlleva: escalas, ejercicios, arpegios y piezas de siglos pasados. Mi mamá, sobre todo a mi hermano Toby y a mí, nos llevó a explorar diversas disciplinas hasta encontrar uno en el cual cada nos podamos sentirnos plenamente identificados. Toby, con el deporte, y yo, gracias a Dios, atiné con la música, luego de una muy traumática experiencia emocional y física con el karate y una fugaz pero interesante vivencia con el teatro. Rocé con las letras escribiendo cuentos infantiles. Pero nada. Lo mío era definitivamente la música.

Quien me adentró en el mundo del piano, mucho antes de mis queridas profesoras de la escuela de música, fue el maestro, genio y excelente amigo Jesús “Súper” Sosa, quien pudo acercarme al difícil arte de la guataca. La guataca, para quien no lo sepa, es tocar sin partituras, de oído, con feeling, tomando influencia de pianistas populares y entendiendo la música como un esquema geométrico tridimensional: armonía, melodía y ritmo. Algo numérico y abstracto, más que presionar notas. Y por encima de ello, la musicalidad desde el corazón.

Mi papá, melómano y coleccionista, guardaba más de quinientos discos de acetato, de diferentes géneros y estilos. Y mi mamá, bibliotecónoma y maniática del orden, los dispuso de acuerdo a géneros, y de allí, alfabéticamente según el título. El hecho es que, teníamos un mueble de cuatro estantes largos, mandado a hacer ad-hoc, para tener dichos long plays clasificados. Teníamos desde discos de 1950 hasta los más recientes editados por Sonográfica o Sonorodven.

A todas estas, yo intentaba aprender el famoso moonwalking, aquel icónico movimiento de baile popularizado por Michael Jackson, que creaba la ilusión de deslizarse hacia atrás mientras aparentaba caminar hacia adelante, dando la impresión de que está desafiando la inercia corporal.

Sabía muy poco de teoría musical. Tocaba bastante bien el piano de oído y podía, con tiempo, leer una partitura, como cualquier chico de doce años. El hecho es que, un día de julio, revisando los discos de mi papá me tomé con uno cuyo título me llamó la atención: “Doble Concierto de J. S. Bach”. ¿Doble concierto? ¿Se trataba acaso de un concierto con dos orquestas a la vez? ¿Eran dos conciertos diferentes que sonaban simultáneamente? Pero pasé de largo y seguí refvisando la parte “clásica” del inusual mueble. ¡Bah! Retrocedí y saqué el disco a ver de qué trataba. Lo saqué de su funda y lo puse en el picó.

Mientras escribo esto, siento cierta vergüenza, lo reconozco. Pero sinceramente no conocía esa obra. Creo que no conocía ninguna de las obras orquestales de Bach, solamente las del cuaderno que Johann Sebastian le había escrito a su esposa Anna Magdalena, y que es materia obligatoria para piano principiante.

Ese disco, Doble Concierto de J. S. Bach, se trataba del Concierto para dos violines y orquesta en re menor, BWV 1043, compuesto por Johann Sebastian Bach durante su estadía en Köthen (1717-1723) donde trabajaba como Maestro de Capilla. Los solistas eran David Oistrakh y su hijo Igor, con la Orquesta de Cámara de Moscú. Como dato curioso puedo comentar que el manuscrito original se había perdido durante muchos años y fue redescubierto en la segunda mitad del siglo XIX. Antes de esto, la obra se conocía principalmente a través de copias y transcripciones. La recuperación del manuscrito permitió una interpretación más fiel a la intención original de Bach.

Ese fue mi primer encuentro con el contrapunto, es decir, donde la suma de todos los instrumentos da un colorido entramado armónico donde las voces se van destacando como un tejido. La sensación de poder escuchar cada melodía de manera independiente, hacía que no me cansara de escucharlo una y otra vez. La gallardía del primero movimiento, la belleza y ternura del segundo movimiento y el vigor del tercero, convierten al Doble Concierto en una gran obra. Definitivamente una de las más valoradas y famosas del catálogo de Bach. Por cierto, existe una versión para dos clavecines y orquesta, hecha por el mismo Bach en 1739.

Ahora, más de cuatro décadas después, confieso que cada vez que la escucho, me transporto a ese preciso día donde me enamoré a “primer oído” de la música de Bach y del universo que de su mano salió al mundo.

A propósito del Doble Concierto, conseguí precisamente el video del disco ese, del que me cautivó, del que marcó mi vida. Puede haber grabaciones o versiones mejores, pero esta, en particular, me sigue llenando el alma.

https://www.youtube.com/watch?v=4mcucvpIatY

 

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Bach y su Doble Concierto

Juan Pablo Correa

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