Hace días escuché a un joven indicar que una de sus vecinas dejó de estudiar, se dedicó a
Onlyfans y ahora monetiza cientos de dólares a la semana, los suficientes como para darse una “buena vida”. El chico, esperando que yo expresara alguna impresión ante semejante anuncio, quedó algo decepcionado, pues guardé absoluto silencio. Siempre he defendido el derecho que tienen las personas a disponer de su cuerpo, pero obviamente, como hombre creyente en el valor de la educación, que alguien abandone la posibilidad de obtener una carrera universitaria por considerar que no vale la pena, me preocupó grandemente.

Luego, socializando el tema entre colegas me indicaron que son muchísimos los casos de
jóvenes, hombres y mujeres, que decidieron bajar la santamaría educativa y centran sus esfuerzos en crear contenido para esta plataforma por suscripción, en la que reciben dinero por parte de sus “fanes”. Si el contenido es subido de tono, los ingresos pueden resultar enormes. Pareciera que complacer el morbo de quien decide pagar, se cotiza muy bien en estos mundos propios de la hiperrealidad, en donde la gente compra placer virtual y se olvida momentáneamente de su propia miseria.

Reflexionando pensé en lo jodida que está la sociedad. Se ha banalizado la educación y se
apuesta a lo más fácil. El propio sistema económico y las crisis sostenidas de los países en vías de desarrollo, pareciera que alientan a miles de personas a incursionar en estas nuevas formas de generar dinero sin mucho esfuerzo. Quien lo hace se olvida de las bondades de creer y crecer en aulas de clase. Es alarmante que algunos jóvenes piensen en que estudiar no tiene sentido. Estas circunstancias degradan el valor de la reflexión, de la criticidad, del razonamiento, de la interpelación, del crecimiento sostenido que adquirimos cuando somos copartícipes de nuestra formación. En este sentido, la propia educación debe asumir retos para reestructurarse y rescatar a tanto naufrago del hedonismo excesivo.

No cuestionamos a quienes se dedican a estas puestas de escena. Cuestionamos la creencia en que estas practicas vienen a resolverlo todo en la vida, como que si los relojes son estáticos y los árbitros del tiempo permanecen inmóviles. Los días pasan y mientras  ello ocurre, me convenzo de lo importante que resulta formarse en una casa de educación superior o adquirir conocimientos para dominar un oficio digno, que contribuya a mejorar la calidad de vida.

Obviamente la educación tiene un valor que se pierde de vista y siempre será necesaria. Acá los que no sirven son los gobernantes de turno, incapaces de generar las condiciones para que las empresas se reactiven y comiencen a generar miles de empleos para nuestras juventudes, cada día más precarizadas laboralmente hablando.

Estudiar siempre resultará un gran privilegio. Estamos en el barco que sigue apostando a que las grandes transformaciones que requiere el planeta dependerán del talento que se forma en las aulas universitarias. Estudiar abre horizontes, amplía la mirada, la comprensión, nos hace empáticos, más solidarios y menos individualistas. El mundo de hoy requiere una juventud más comprometida con las buenas causas, exigente ante sus gobernantes y protestataria ante la barbarie y la injusticia. A estas juventudes las ayudará a formar un sistema que edifique en valores, que los prepare para tomar decisiones correctas en la vida, a aprender de los errores, que los enseñe a desobedecer cuando sea necesario, pues la educación, en esencia, siempre será
liberadora.




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