Valencia tuvo siempre grandes sacerdotes a la cabeza de su diócesis. El primero, Monseñor Francisco Granadillo, fue nombrado el 22 de junio de 1923, luego de la creación de la diócesis, por el Papa Pío XI, en 1922. Después de su temprano fallecimiento, el 13 de enero de 1927, es nombrado obispo, el hoy Siervo de Dios, Monseñor Salvador Montes de Oca, un caroreño que se enfrentó a la dictadura gomecista y que sufrió las injusticias de una guerra mundial que lo llevaron a una terrible muerte, y por la que ahora se encuentra en proceso de beatificación. Mi padre, Juan Correa, le dedicó un libro que llamó “Inefable Monseñor”, en el que narra su historia.
Le sucedió Monseñor Gregorio Adam, quien permaneció en el cargo por veinticuatro años. Además de luchar por la apertura de la Universidad de Carabobo con el Dr. Alfredo Celis Pérez, fue elegido miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia y Lenguaje venezolanos, tenía una columna en el diario “El Carabobeño” y fue fundador y primer presidente de la Sociedad Bolivariana de Valencia. Falleció Monseñor Adam, de un edema pulmonar y un infarto al miocardio, a los sesenta y ocho años, siendo nuestro obispo.
El 19 de marzo de 1962, el Papa Juan XXIII nombró IV obispo de Valencia a José Alí Lebrún Moratinos, cargo que ocupó durante diez años, tiempo en el que participó activamente en el Concilio Vaticano Segundo. Posteriormente fue trasladado a Caracas, donde fue arzobispo y luego Cardenal, llegando a presidir la Conferencia Episcopal. Destacó siempre por su generosidad y defensa de los valores cristianos.
Por cierto que Monseñor Lebrún era carabobeño y su familia y la mía gozaban de una bellísima y amistad, esas que parecen eternas. Recuerdo que Rosa Alecia Lebrún, hermana de monseñor y su esposo, Fernando Castillo Orduz, muchas veces se llevaban a mi hermano menor, Toby, a su casa en la playa de Chichiriviche con ellos, debido a la gran amistad que tenía con Lupe, la menor de la tropa Castillo Lebrún. Cuando iba monseñor, compartía habitación con Toby.
En una oportunidad, ya adultos los jóvenes, un amigo muy querido de nosotros, Chúo “Saltaperico” Rodríguez, conguero del grupo gaitero “Maracaibo 15”, coincidió en Chichiriviche con ellos y se pusieron a jugar “bolas criollas”. Cabe destacar que tal vez monseñor le pareció conocido, pero en traje de baño no lo reconoció. Sorteando parejas, “Saltaperico” y monseñor formaron un equipo contra Toby y otro amigo. “Saltaperico”, muy “pedagogo”, le daba lecciones a monseñor, sin saber quién era y se limitaba a llamarlo “gordito”. Simplemente le decía: “gordito, pégale a esta” o “gordito, dale por aquí” o “gordito, mosca con el mingo”. En una de esas, alguien le va a preguntar algo a monseñor Lebrún y lo llama como debe ser: “su eminencia”. “Saltaperico” abrió los ojos más de la cuenta y preguntó “¿por qué eso de su eminencia?” Y le contestaron: “porque ese señor a quien tú llamas ‘gordito’, es su eminencia Cardenal Lebrún”. Cuentan que para Chúo se acabaron el juego y las vacaciones, se moría de la vergüenza y monseñor Lebrún, entre risas, demostró una sencillez incalculable. Por algo hoy en día es Siervo de Dios con una causa abierta para su canonización.
El 6 de enero de 1973, monseñor Luis Eduardo Henríquez llegó a Valencia como obispo. Durante su tiempo en el cargo, el obispado fue elevado a arzobispado, convirtiéndose en el primer arzobispo de Valencia. Después de 18 años y numerosas obras que, en 1987, lo hicieron merecedor de un doctorado Honoris Causa de la Universidad de Carabobo, renunció. Así, el 17 de marzo de 1990, Su Santidad San Juan Pablo II, nombró a monseñor Jorge Urosa Sabino, segundo arzobispo de nuestra ciudad y tomó posesión canónica como arzobispo de Valencia, el 25 de mayo de 1990. Fueron muchas sus obras entre las cuales está la erección de la diócesis de Puerto Cabello. Otra de sus prioridades fue fomentar las vocaciones sacerdotales, además de fortalecer el seminario. Tras dos años del fallecimiento del cardenal Antonio Velasco García, en septiembre de 2005, el Papa Benedicto XVI lo nombró XV arzobispo metropolitano de Caracas, por lo que, en Valencia, como nos quedamos sin jefe eclesiástico, el Santo Padre, nombró como administrador apostólico de la arquidiócesis, al obispo de Maracay, el valenciano Reinaldo Del Prette Lissot. Pero en dos años, en 2007, fue nombrado por Su Santidad Benedicto XVI, III arzobispo de Valencia y la alegría del valenciano se volvió contagiosa. Del Prette, “el curita”, como le decían sus hermanos desde pequeño, fue amado por toda la feligresía. Su carácter campechano, alegre, simpático, aunque de voluntad férrea y fe inquebrantable, se metió en el corazón de todos sus coterráneos. Todavía lloramos su partida. Nos costó mucho superar el fallecimiento de ese amigo de todos.
Cuando anunciaron que el nuevo arzobispo de Valencia sería monseñor Jesús Antonio González de Zárate Salas, mi hermano del alma, Eduardo Sanoja, me contó, muy emocionado, haber estudiado con él en el instituto Juan XXIII de El Trigal. Me comentó que su habilidad para resolver problemas y auxiliar a los demás, era muy grande. De hecho, sacrificaba sus vacaciones para ayudar a aquellos que no habían conseguido aprobar los finales, explicándoles lo que no tenían claro para cuando presentaran las “reparaciones”.
En una entrevista que le hizo el padre Rafael Paredes en su Podcast “Dios y sus cosas”, monseñor contó que había amado su colegio Juan XXIII, adornando todo con anécdotas muy agradables. Recordó a su maestra de sexto grado, Alexis Winkelmann, que le enseñó a ser “humano” y él mismo aclaró también que su nombre “Jesús” en realidad es “Josu”, que es su traducción al vasco, el idioma de su padre.
Tuve la dicha de haber sido invitada como presidente de la Sociedad Amigos de Valencia, a la toma de posesión del arzobispo en la Basílica Catedral de Valencia, el pasado sábado 22 de septiembre. El mismo Nuncio Apostólico en Venezuela, Monseñor Alberto Ortega, cuando se refirió a nuestro nuevo arzobispo lo llamó “monseñor Josu”, y comentó que nuestro arzobispo también es el actual presidente de la Conferencia Episcopal venezolana. El domingo pasado, la iglesia La Asunción y Santa Rita de El Trigal, se vistió de gala con una misa concelebrada por el padre Alfredo Fermín y el arzobispo Jesús González de Zárate, además de otros sacerdotes. La iglesia estaba llena. Asistieron varios de sus compañeros de bachillerato y su maestra de sexto grado, que a todos nos “aguó el guarapo”. Finalmente, en el jardín de la iglesia, el profesor Douglas Montenegro y alumnos del colegio Juan XXIII, interpretaron varias piezas como homenaje al arzobispo. No hay duda, ya lo queremos. ¡Bienvenido Monseñor Josu!