“No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos.” Martin Luther King

Pancracio Celdràn, en sus “Anécdotas de la Historia”, nos narra la siguiente: “Dicen que Kruschev estaba en una ocasión criticando duramente a Stalin en un discurso, atacándolo y llamándolo asesino sin reparos, cuando entre el público alguien le gritó, amparado por el anonimato que daba la multitud: Si era así, ¿por qué todos se callaban? Kruschev detuvo el discurso y le pidió que se hiciera visible aquel que le había preguntado, y al ver que aquel prefería seguir en el anonimato a pesar de todo, concluyó: Ya veo, quien ha dicho que por qué nos callábamos todos tiene miedo, es natural. Sin embargo, en su silencio ahora está la respuesta a lo nuestro de antes: nosotros callábamos porque teníamos miedo. Conociendo la época y el lugar, lo más seguro es que el anónimo que entre el público se dirigió a Kruschev era un amigo de éste, con él para limpiar su pasado, para poner la respuesta antes que alguien hiciera la pregunta de verdad.

Hace pocos días Gustavo Tovar – Arroyo nos hablaba de esa triste realidad, pero con la mira puesta en nuestro terruño: “No culpo a los acomodados, aunque me han escrito algunos en las últimas semanas reprochando el tono insultante de mis artículos, no los culpo. Como ellos mismos señalan, yo estoy fuera y ellos dentro, no pueden hablar por miedo. Me pregunto: ¿hablarían críticamente si no existiese una dictadura? Imagino que sí. Por tanto, el que yo sea crítico con la dictadura deberían agradecerlo, ¿no lo serían ellos si pudiesen hablar? Aun cuando mis críticas los señalen por ser acomodaticios. En vez de molestarse porque los insulto, deberían agradecerme… »

«Aquiescentia»: asenso, consentimiento. De allí aquiescente: Que consiente, que permite o autoriza. Podría argumentarse que se trata de la desidia en acción. Supone consentir, permitir, asentir. Consensuar con el enunciado, aceptar el precepto, asumir el (des) orden creado, estar de acuerdo con quien grita más fuerte, con quien somete voluntades. La persona aquiescente no tiene argumentos en contra, no se plantea en su interior qué piensa realmente sino que repite como un autómata lo que expresaron los que detentan el poder, o sus secuaces. Consiente el dolor propio y ajeno, permite que las injusticias se produzcan y nada dice al respecto. La persona aquiescente deja pasar todo por debajo de la mesa; parece cubierto de teflón, todo le resbala; y cuando le preguntan. Escondiendo todo aquello de lo cual pueda ser capaz; viviendo una personalidad devaluada, aquella «políticamente» aceptada; aquella que aprendió para no tener problemas.

Anotaba en uno de sus precisos artículos Ibsen Martínez… «No sé si sea apropiado decir que se trata de un sentimiento moral. En cualquier caso, la aquiescencia es una indisposición anímica, un algo muy adentro y sumamente extendido que se opone a la acción política en Venezuela. Me la figuro como una especie de lenteja lacustre moral que asfixia al espíritu contestatario, demócrata y liberal… En consecuencia, algunos aquiescentes preferirían que los chavistas permaneciesen en el poder al menos el tiempo suficiente para contratar con ellos -con el pañuelo en la nariz, por supuesto-puesto que los aquiescentes se precian de ser escuálidos de uña en el rabo».

La desconfianza, la incertidumbre, el cansancio y la inseguridad del ciudadano que ha entregado su ser en manos de este perverso sistema, provocan la pérdida de la responsabilidad personal. Y tal vez acá esté el origen del problema, puesto que – tal como indican quienes estos asuntos han indagado – no hay responsabilidad sin libertad personal y no hay libertad personal si el hombre tiene miedo a buscar la libertad porque pierde su aparente seguridad. Y cuando somos incapaces de comprometernos, somos incapaces para elegir, por miedo, por comodidad, por inconsciencia, por falta de formación e información; y es entonces, cuando realmente dejamos de ser libres.

Paulo Freire señalaba en “La pedagogía del oprimido”, como la opresión, (una de las causas del silencio), puede generar deshumanización cuando el oprimido quiere revelarse, no haciendo valer sus derechos sino queriendo convertirse también en opresor, poniendo en juicio la libertad de ambos. Para ello, él proponía la humanización, la cual no trata de aceptar lo que otros quieren que aceptemos, o decirle a la gente lo que quiere oír, si no en alzar la voz.

Así las cosas, nos vemos en la necesidad de repetirlo tantas veces sea necesario: Valorar la construcción democrática -y trabajar por ella- en estos momentos es la mejor apuesta a futuro y el mejor antídoto contra este régimen y su recurrente presunción y aspiración por el control y sumisión de una sociedad pusilánime, temerosa, que acepta las cosas sin querer cambiarlas; y que necesita restringir su libertad para sentirse segura, ya que no hay justificación moral para soportar el yugo de la coacción, la imposición o la violencia. No, ante dos décadas de tropelías, corrupción y desmesurado autoritarismo, el silencio no es una opción, pues nos hace cómplices, por omisión, de la barbarie.

No es perdonable ni justificable el silencio, la aquiescencia o la desidia ante desmesura del poder. Ese ingreso una espiral del silencio tropical, por analogía a la tesis de la politóloga alemana Elizabeth Noelle-Neumann. Esa ausencia de una digna respuesta, esa inexistencia de una posición ante el marasmo que estamos viviendo como nación, ese ocultarse tras la falta de palabras; esa sensación subjetiva de agotamiento o falta de energía física o intelectual, o de ambas, se convierte en apatía; es la sensación de que nada va a cambiar, que todo esfuerzo es en vano, que todo va a seguir igual. Y la lectura que tiene la ciudadanía en general, es que estamos ante una fase más de la puesta en marcha de un imaginario de la irreversibilidad e invencibilidad del régimen, lo que nos hace ver que cualquier opción de cambio está totalmente cerrada. Al final – decía Martin Luther King – no recordaremos las palabras de nuestros enemigos sino el silencio de nuestros amigos.

Manuel Barreto Hernaiz.




Estimado lector: El Diario El Carabobeño es defensor de los valores democráticos y de la comunicación libre y plural, por lo que los invitamos a emitir sus comentarios con respeto. No está permitida la publicación de mensajes violentos, ofensivos, difamatorios o que infrinjan lo estipulado en el artículo 27 de la Ley de Responsabilidad en Radio, TV y Medios Electrónicos. Nos reservamos el derecho a eliminar los mensajes que incumplan esta normativa y serán suprimidos del portal los contenidos que violen la Constitución y las leyes.