Encabezamos este artículo con la propuesta de esta pregunta y dos opciones. Respetamos la libertad de dar respuestas a la incógnita. Quizás pensaron que, además de las dos opciones, son muchas más las opciones necesitadas para definir al cambio, porque ‘cambiar’ y ‘cambio’ están en la esencia misma de la naturaleza y el universo.

La idea de tiempo tuvo un rápido y fuerte arraigo, y está presente en cualquier civilización

Desde muy temprano en la historia individual y colectiva de los seres humanos nos hemos apegado a la necesidad de apoyo que nos brindan las actividades rutinarias. En un principio, los primitivos humanos fueron recelosos del cambio, y esa inquietud ha acompañado a la humanidad en la conocida resistencia al cambio, que aún está presente para acompañar nuestras inseguridades. Los animales subhumanos disponen de menos rutinas, por necesitarlas menos para el mantenimiento y sobrevivencia. Ejemplo de una fuerza rutinaria en los humanos es la idea que tenemos sobre el tiempo, sobre sus usos y técnicas para administrarlo eficazmente. El tiempo es una dimensión que se gestó en los cerebros de muchos individuos, operando juntos en labores colectivas organizadas. El tiempo existe en la medida en que ya aparecen necesidades aun primitivas. La idea de tiempo tuvo un rápido y fuerte arraigo, y está presente en cualquier civilización, aun en sus formas ingenuas. Los pueblos primitivos tenían una visión simple del tiempo. Sabían de cambio de estaciones. Diferenciaron días y noches, conocieron rutinas y eventos, y de allí la noción del tiempo y sus usos. Por necesidad y práctica, desarrollaron cronómetros primitivos para medir las rutinas y celebraciones.

Cientos de miles de momentos, eventos, inicios y cambios, necesitaron de ideas que los resumiera y les hiciera manejables. La reducción a formatos gráficos, a lecturas, posteriormente, facilitó la evolución del concepto de tiempo. La celebración de la Navidad el 25 de cada diciembre, y del Año Nuevo el primero de enero, al igual de tantos rituales fechados, son ejemplos de hitos del tiempo, de referenciales, cuyas  celebraciones hacen del tiempo una gran “verdad” universal. Así, el tiempo es normativa aceptada por ricos y pobres, por toda variedad racial, en todo el mundo; la vía conceptual para que establezcamos un principio, un transcurso y un final, de todo cambio. Por más artificial y arbitrario que fuese su concepto, el tiempo influye con fuerza en nuestras emociones, sentimientos, expectativas y ánimo.

Desde la infancia, nos enseñaron a dividir nuestra vida en muchos “antes”, “durante”, y “después”. En estar a tiempo o tarde. Inclusive, en ser responsable o irresponsable. Y con ese “jueguito” manipulativo, también aprendimos a evadir, a posponer, a salir antes, a comenzar último. Nuevos aprendizajes nos llevaron al concepto de lo pasado o viejo (casi siempre desechable), lo que llega a su fin y queda atrás, lo que pasa de moda: lo que necesita un cambio. ¡Se redefinen el pasado y sus problemas! A esto debe darse tiempo, también. .

Relatividad del tiempo vivido…

Está bien celebrar nuevas fechas, pero pensemos que no todo lo nuevo es novedad. Celebrar un nuevo  Enero cada año no es pura novedad; es una continuación con variantes. Es la continuidad indivisible de un tiempo que, por conveniencia, “partimos” artificialmente en segmentos, con significados subjetivos de mayor o menor importancia, y diferentes prioridades. Los dramáticos problemas que afectan al país, los miedos, la miseria, los perjuicios del pueblo, las crisis sociales, los “bajones” de la economía, los divorcios, nacimientos y muertes, son eventos permanentes. Sus cambios deseables los medimos a través del tiempo y los relojes. Después de cada éxito, evaluado cada fracaso, ya vivido cada inicio, y ya cerrado cada final: celebremos. Anclarnos en algunos eventos puede hacernos mucho daño. Nuestro espíritu debe devolvernos hacia la realidad. Cada situación demandará una manera de colocar en el conteo del tiempo las circunstancias de la vida; debemos estar atentos para saber adaptarnos en cada momento, es lo mismo que decir: ¡aprender! Y para la permanencia en este proceso, erradiquemos el miedo a cambiar de opinión. ¡Así podremos dominar las emociones que nos adormecen, para reiniciar el contacto con la realidad del mundo! En eso está el cambio, porque el cambio es ley universal…




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