Venezuela tiene que cambiar. Algún día. O no. Puede quedarse como lo que es ahora: una dictadura tropical, sin libertades, sostenida por los militares criollos y sus aliados cubanos, rusos, iraníes, chinos y unos cuantos más, con una clase privilegiada que vive en Jauja y no llega al 1 o al 2% de la población, y una inmensa mayoría que la tiene muy difícil para sobrevivir con algo de dignidad. Este esquema totalitario puede durar mucho tiempo, y las últimas dos décadas y pico han demostrado que el chavismo se sabe mover y sabe reaccionar a las crisis con una resiliencia que nadie le hubiera reconocido cuando empezaron a gobernar. En la acera de enfrente, la oposición ha cometido errores muy seguidos y muy costosos que la han distanciado del colectivo y la han convertido en un mosaico cuya aspiración de poder, al día de hoy, se reduce a lo que se logre en unos diálogos que no prometen mayores concesiones de parte de los que mandan.

Y regreso al principio. Venezuela tiene que cambiar porque de lo contrario no hay futuro. Si no se modifican los valores y las creencias dominantes de la sociedad que cometió el pecado original de elegir a Hugo Chávez presidente de lo que una vez fue una República, la dictadura estará siempre ahí, instalada en el poder o esperando el menor descuido para regresar, si es quealgún día se va. No es casualidad que durante las dos terceras partes del siglo XX y lo que va del XXI el país haya sido gobernado por dictaduras militares de uno u otro signo:apenas en 40 de los 120 años de historia reciente el país ha sido gobernado en democracia.

El cambio no podrá limitarse a los partidos políticos, los funcionarios o la dirigencia, porque no será suficiente ni para empezar. Quienes votaron por el MVR en 1998 venían de todos los estratos sociales y económicos y de todas las ocupaciones y quehaceres.

La idiosincrasia que puso en Miraflores a unos militares golpistas sin experiencia estaba bien repartida vertical y horizontalmente dentro de la sociedad. El caudillismo, la externalidad, el pensamiento mágico, la recompensa inmediata, la búsqueda del mundo perfecto, la falta de sentido crítico, la afiliación y la baja motivación al logro son algunos de los rasgos sociales dominantes en la sociedad venezolana, que a su vez constituyen un abono muy propicio para que se monten dictaduras con el aplauso del soberano.

La sociedad tiene que cambiar para que Venezuela pueda ser un país viable; la gran pregunta es cómo hacer para que ese cambio ocurra. Cómo se logra la conversión de habitantes a ciudadanos de la que tanta gente habla. Cómo se transforma el mandamás en demócrata, el clan de panas en equipo eficiente, el mantenido en promotor, el centralismo abusivo en descentralización y equilibrio de poderes.

Lo primero que tiene que existir es una masa crítica de gente que destile democracia y esté dispuesta a funcionar como agente de cambio. Y un plan. porque el proceso no será espontáneo. Un cambio social como el que haría falta para regresar a la civilidad y al buen gobierno es un proyecto que tomará décadas en llegar a buen fin, si es que la providencia y el entorno lo permiten.

Los procesos de cambio ocurren en dos vertientes complementarias, ambas necesarias pero ninguna suficiente por sí sola para garantizar el éxito. La gente no cambia por gusto ni por iluminación repentina: los individuos aceptan someterse al doloroso proceso de cambiar cuando el entorno los convence y, en cierta medida, los obliga. Por lo tanto, los esfuerzos tienen que suceder a lo largo de dos caminos paralelos y simultáneos, como son el modelo y la cultura. Dicho de otra manera, hay que cambiar las reglas del juego –el contexto, las normas- para estimular el abandono de las habilidades viejas y promover el desarrollo de las nuevas; sin embargo, esta vertiente no basta si no va acompañada de un proceso dirigido a suavizar el shock que inevitablemente se produce cuando la gente se ve forzada a abandonar sus hábitos tradicionales para actuar según conductas distintas y, hasta cierto punto, desconocidas. Estos procesos ya son muy complejos e inciertos en organizaciones empresariales; aplicar la ingeniería social a un país entero, en las condiciones en las que se encuentra Venezuela hoy en día, requiere de mucha visión, muchos conocimientos y, sobre todo, tiempo, mucho tiempo.




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