Hace más de dos años, con motivo de aquellos sucesos originados por la violenta respuesta del régimen a las sentidas y nobles protestas de los muchachos que celebraban el Día de la Juventud, apareció un lema que invitaba a la resistencia, a dejar la indiferencia, a participar en el rescate de nuestra democracia, a dejar de ser pusilánimes.

”El que se cansa pierde”; esa máxima que nos convocaba al cívico deber de comprometernos con el futuro de nuestro país, era igualmente un claro mensaje que esta lucha sería de largo aliento, que no sería fácil, tan así el asunto, que su creador, hoy cumple una absurda condena.

no es cuestión de pesimismo y desesperanza, sino de agotamiento y cansancio

Hoy sentimos la obligación de retomar el asunto, pues se hace evidente que la extenuada  sintomatología reaparece – cuando menos debería- con efectos de pernicioso contagio. Pareciera que no es cuestión de pesimismo y desesperanza, sino de agotamiento y cansancio.

Hay quienes afirman que el cansancio puede ser es el resultado de la ansiedad por la incertidumbre que nos embarga en ocasiones tan prolongadas  y que vivir en permanente conflicto no solo cansa, también amarga y mata toda posibilidad de sana convivencia, al punto que cuando sentimos que nada arreglará esto, hasta que nos percatamos que si no empezamos por nosotros, tendremos razón. Y es que podemos cansarnos de tanto análisis que nos agotan y aturden  a tal punto que el lógico razonamiento nos parezca un estorbo y consideremos alocados pensamientos como posibles opciones.

La mayoría de los venezolanos sienten cansancio, y no precisamente de las largas colas para conseguir uno que otro anhelado, escaso e inalcanzable producto alimenticio, como tampoco de todas esas peripecias que tanto fatigan y descorazonan por conseguir los obligados medicamentos. Digamos que lo que se aprecia en buena parte de los compatriotas es simplemente cansancio político. Hasta algo tan grave para el porvenir de la democracia, para el rescate de nuestro país y para asegurar la concordia de toda una descarriada nación como han sido las inconstitucionales sentencias de ese forajido TSJ contra el derecho contemplado en la Constitución que nos permite decidir electoralmente lograr los cambios necesarios, despertó las expectativas que se esperaban. Como tampoco la persecución despiadada contra cientos de estudiantes y menos aún el absurdo encarcelamiento de Leopoldo López, tan sólo fueron noticias que produjeron hastío y tedio.

Tal vez el cansancio ha neutralizado -además de la brutal actuación de Guardias Nacionales y ese aparato represor fascista- a cientos de miles de ciudadanos que consideran que ya marcharon lo suficiente, que ahora el gas está más picante, que los zapatos no dan para más, o que ya dieron lo mejor de sí.

Y las sempiternas explicaciones, para muchos, se tornan fastidiosas. Así están las cosas. Esta sensación subjetiva de falta de energía física o intelectual, o de ambas, se convierte en apatía, en esas letales expresiones: «eso no es conmigo», «qué me importa», «se lo buscaron» y la más común: «De la política estoy cansado». La MUD nos engaño; los diputados no hicieron lo que tenían que hacer… Y estas posturas resultan dramáticas para el porvenir del país; pues apartarse de cualquier asunto que se refiera a la política, implica dejar en manos de un régimen totalitario, corrupto y ruin el futuro de todos. Y si algo tenemos que tener presente es que  la maldad no descansa y la resistencia puede agotarse, lo que no implica que la primera venza, pero si sugiere que la lucha deberá ser persistente y tenaz.

Esa apatía en lo pertinente a la toma de posiciones respecto más que a la política, a los asuntos públicos, en la que vivimos atrapados millones de ciudadanos, es probablemente reflejo de una actitud cotidiana de desinterés, o de temor ante las embestidas intolerantes del régimen y del escepticismo relativo a cualquier tipo de proceso electoral. Muchos se preguntan: ¿Por qué es tan leve la reacción ante la infame vida que este régimen nos hace transitar; por qué ante esas violentas represiones y abusos de todo tipo que estamos sufriendo son tan tímidos los reclamos? Produce, más que extrañeza, perplejidad, que ante comprobados casos de corrupción, de terribles vejaciones, de comprobadas triquiñuelas, de sempiternas burlas a la ciudadanía, a la cual precisamente le han robado su futuro, y aquí y ahora no suceda nada…

Pero es que también ciertos sectores de la oposición contribuyen al cansancio generalizado. Aceptan las reglas de juego que impone el régimen. Se diría que le facilitan el juego. ¿Por qué lo hacen? No se sabe. Puede que sea por cansancio de tanta lucha sin éxitos relevantes -hemos ganado y no nos hemos percatado- o por impotencia o incompetencia. La desidia es completa. La ignominia también.

Vivimos en un país que no mira en su conjunto al futuro sino que vive sepultado en las miserias del pasado, un país donde no hay justicia para todos sino para quienes detentan los mismos ideales del régimen. Vivimos normalizados en una anormalidad que se torna norma, hábito y destino.

Cuando una sociedad espera que le digan sólo lo que quiere oír, o cuando se niega a mirar de frente lo que está ocurriendo, ha entrado en una espiral de decadencia, al menos cívica, que permite conjeturar un futuro en el que las libertades efectivas vayan reduciéndose progresivamente aún sin que la sociedad se dé cuenta. Esperar la recapacitación de los demás, es de algún modo permanecer en ese aletargado cansancio que nos debilita, nosotros somos «los demás» para los otros, acaso no es válido entonces preguntarnos ¿cuál es nuestra parte en esta sempiterna lucha? ¿En qué podemos contribuir para mejorar estas condiciones del país que nos ha correspondido vivir?
Algún día, algún hecho insólito, no previsto, hará que la gente despierte del letargo. Quizá la pérdida de nuestra esencia se deba a ese factor humanizante que escasea en nuestra sociedad y del que sólo nos acordamos cuando vemos que la juventud se nos va de las manos… hablamos de la educación. Aquella cuya lucidez académica queda opacada por la desidia y el cansancio político que sólo espera voces de contundente indignación y contundentes protestas para poder recién escuchar a quienes en algún momento nos reemplazarán, tomando las riendas de nuestro futuro.
En algún momento, un imponderable disipará el cansancio, en ese momento, nos cansaremos de estar cansados  y otro país será posible. ¿Cuánto tiempo falta para que eso suceda…?

 




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