El sociólogo James Coleman, en su libro “Capital Social en la Creación de Capital Humano” introdujo el término que le da el título -capital social- como la habilidad de la gente para trabajar junta, dentro de grupos y organizaciones, hacia objetivos comunes. Francis Fukuyama, en su libro “Trust” (Confianza), elabora la idea de que un ingrediente clave en las actividades interpersonales, como  es el grado de confianza que se generado espontáneamente entre los miembros de un grupo social, determina en gran medida el tipo de organizaciones que ese grupo será capaz de formar, así como sus características y su modo de gestión. En países con un capital social reducido, donde la gente no confía en sus semejantes -a menos que provengan del núcleo íntimo de parientes y allegados- no se dan las condiciones adecuadas para la creación y permanencia –sobre todo permanencia- de organizaciones sociales de gran tamaño, sean empresas, gremios, ONG o partidos políticos.

Según todos los estudios serios, la sociedad venezolana presenta un caso típico de bajo capital social. El sistema de valores, centrado en la familia y en los clanes, desconfía del ciudadano –del otro- y obstaculiza los propósitos conjuntos: la desconfianza cultural, en síntesis, se traduce en una capacidad limitada de organización.

A pesar de que el bajo capital social no parece ser una condición suficiente para producir el fenómeno del subdesarrollo, en países como Venezuela la suspicacia colectiva se mezcla con otros factores culturales -la necesidad de poder y el poco valor social que tienen la calidad y la excelencia, por ejemplo- y la combinación puede conducir al estancamiento social, económico y político.

Las carencias de capital social se disfrazan con el caudillaje. La sociedad venezolana tiende a dejarse engatusar por líderes fuertes que le prometen el paraíso, por lo que, ante un iluminado carismático, el soberano puede llegar a cohesionarse –mirando hacia arriba- con un espejismo compartido: el Jefe nos llevará a la tierra prometida.

La política muestra ejemplos ilustrativos de esta dualidad. El PSUV es un fiel representante de la tribu reunida que sigue a su superior, mientras que los partidos de oposición forman un mosaico en el que cada quien se junta con sus panas y desconfía de los otros. Un mosaico, por cierto, que no ha sido eficaz ni eficiente y que cuando se empareja parece hacerlo hacia abajo, afiliativamente, siguiendo al más débil o al menos estratega.




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