Crónica.Uno: En Carabobo, la recolección y venta de cartón es el “boom” que amortigua la pobreza
/ Foto: Cortesía (Jacinto Oliveros vía Crónica.Uno)

Son las 6 de la tarde y Luis Caldera pedalea con su triciclo por el centro de Valencia. No quiere irse a casa sin antes recoger unas láminas más de cartón. Necesita 10 kilos para llegar a su cuota diaria: 40 kilogramos, de lo contrario, su familia no podrá comer esta semana.

En cada esquina en la que se detiene, respira hondo, como si tratase de encontrar en el aire la fortaleza para continuar y, una vez hecho esto, se inclina hacia la basura para buscar desechos reutilizables que pueda vender como el papel y el cartón; ha sido esta su única manera de sobrevivir a cuarenta meses de hiperinflación en Venezuela y a la destrucción de la capacidad dineraria de la moneda local.

La alimentación de su esposa, sus dos pequeños hijos y la suya propia, ha dependido estos últimos años de lo que Caldera puede conseguir y cargar en la bicicleta que transformó como un vehículo de carga, un negocio que devela otros problemas de liquidez que tiene la industria venezolana para importar materia prima.

En la capital carabobeña, por ejemplo, existen algunos centros de acopio que compran por kilos este material, para luego venderlo a empresas avícolas. El pago puede realizarse en dos monedas: bolívares y dólares, todo dependerá de la cantidad y la calidad del material que se ofrece, pues en estos casos la humedad puede jugar en contra.

A cambio de un kilo, cualquiera de estos recolectores pudiese obtener entre 100.000 y 155.000 bolívares, con los que ni siquiera pudiese pagar la tarifa establecida para el pasaje urbano en la Gran Valencia, y mucho menos el precio del dólar paralelo, por lo que el reto de la mayoría es recoger diariamente un mínimo de 40 kilos que, en el mejor de los casos serían 2,70 dólares y, promediados a la semana, 13.

Después de tener un camioncito y un carrito para trabajar, ahora tuve que armar un triciclo para medio comer; salgo de la casa a las 5 de la mañana y voy por toda la ciudad buscando cartón y papel, regreso a las 7 de la noche. Trato de acumular todo semanalmente porque al venderlo diario no me da, con eso compro una harina, un café, una azúcar, un cartón de huevo, de ahí no se puede más”, relató Luis Caldera.

Precarización del empleo

Divorciarse forzosamente de la prosperidad financiera no es algo que tengan que hacer únicamente los trabajadores de estas maquilas, de hecho, el pago que obtienen por recolectar 40 kilogramos de cartón es superior al salario que percibe un profesor universitario de tercera categoría por impartir seis horas de clases a la semana.

A este lado de la pobreza se suma buena parte de la población que no tiene acceso a mercados laborales que garanticen un ingreso cónsono con una canasta alimentaria de 322,57 dólares, porque el salario mínimo de un mes ni siquiera alcanza para comprar los alimentos de un día, según datos obtenidos por el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros, hasta marzo de 2021.

Si bien cada vez hay más recolectores, la materia prima en los molinos sigue siendo insuficiente, tal y como indica el superintendente de la planta Fibras Valencia, José Gómez.

/ Foto: Cortesía (Jacinto Oliveros vía Crónica.Uno)

La demanda es mayor que la oferta porque buena parte del sector industrial está paralizado y el sector comercio se limita por la cuarentena radical y eso les impide a los carretilleros recolectar”, expresó.

Las dificultades para importar obligan entonces a quienes controlan estos molinos a llevar a cabo la recuperación del cartón directamente en los mercados o a través de este sector desregulado; pueden elegir entre una tonelada de cartón embalado en 120 dólares o una tonelada de cartón desechado que no supera los 60.

“El boom del mercado”

En medio del caos que generó la pandemia del COVID-19 en el mundo, mientras algunos lloraban otros vendían pañuelos en Venezuela, un país que, de por sí, ya enfrentaba una crisis institucional, económica, política y social. El cooperativismo benefició entonces a quienes se afiliaban a empresas estadales productoras o distribuidoras de alimentos.

Nos plantearon que el cartón se estaba vendiendo en la calle, en los supermercados, abastos, quincallerías, en todos lados y los muchachos que usted ve, vienen de la calle recogiéndolo, nosotros lo compramos, lo llevamos a un galpón, lo compactamos y se lo vendemos a la compañía, este es el boom del mercado”, afirmó Alirio Juárez, encargado de un galpón en Valencia.

Para él, es un negocio que ha resultado sumamente rentable porque depende de la ambición y el esfuerzo físico de cada vendedor.

“El señor trajo hoy 300 kilos de cartón, semanalmente recoge 100, le pagaré entre 25 a 28 dólares; pero hay otros que traen 30 o 10. Jóvenes, mayores, mujeres, niños y niñas, todo el mundo trabaja con eso, qué mejor beneficio que te regalen algo en la calle, lo vendas y agarres plata”, comentó.

Oportunidades inciertas

Antes de recoger cartón, Carlos Sánchez trabajaba como barrendero en el municipio Valencia, limpiando calles y avenidas a cambio de 5 dólares semanales que, repartidos en pasaje y algunos kilos de harina, parecían esfumarse. Ahora que ha ingresado al mundo del reciclaje, puede que gane esa misma cantidad de divisas en un día, pero el único lujo que, admite, ha podido darse es acompañar su plato con una bebida.

La razón es que el pago que generan sus tres triciclos no es suyo únicamente, debe administrarlo entre quienes lo acompañan y ayudan a hurgar la basura localizada al norte de Naguanagua y Valencia.

Los tres recogemos material, nos alcanza para el café, el azúcar, la harina y el arroz; cuando nos hace falta un pedacito de pollo, vendemos el plástico”.

Otros vendedores con más años en el mercado de la chatarra y el reciclaje son más osados, no solo reciclan cartón, papel y plástico, también se atreven a desafiar la ley escondiendo entre su cargamento bronce, aluminio y hierro; materiales que el Ejecutivo declaró como estratégicos, de manera que quien los comercie sin autorización, podrá ser penado con prisión de ocho a 12 años.

“La situación está ruda, reciclo todo eso para sobrevivir. Por el aluminio me pagan 400.000 bolívares el kilo, por el plástico 160.000 y por el bronce un dólar. Todo esto lo consigo en la basura; esa es mi caja de ahorros”, reveló Luis Meléndez, un albañil de 62 años de edad que viaja en triciclo desde La Florida hasta Prebo para recolectar.

El riesgo de no conseguir nada

Mientras la propagación del coronavirus se extiende y los criterios aleatorios de la flexibilización y la cuarentena radical generan el cierre de comercios, más familias venezolanas se suman a las zonas grises del mercado laboral. Betania Gómez, por ejemplo, vende plástico y cartón junto con su esposo desde hace ocho años.

Esa imagen de ellos empujando un triciclo rudimentario con sus hijas de 12 y 8 años de edad, y sus dos varones de 1 y 3, dormidos dentro del vehículo, es la radiografía de un país que poco a poco perece por hambre.

Antes podíamos esperar, pero ya no, si no salimos a buscar y vender lo que tenemos, no podremos comer nada. Hoy recogimos 18 kilos de cartón, con eso compramos un kilo de arroz y un huevo, es lo único que hemos comido”.

Fue un día bueno, aunque no lo parezca. A veces sale a las 3 de la mañana y regresa a las 4 de la tarde a las invasiones de Villa Samán, en La Florida, donde está su casa, con los mismos envases que le habían quedado del día anterior, y con una bolsa plástica llena de comida congelada que encontró en la basura.

No fue fácil para Betania admitir esto: “Como vimos que había gente que comía de la basura y no les pasaba nada, nosotros hicimos lo mismo; caminamos por el Terminal Viejo y la avenida Lisandro Alvarado y revisamos las bolsas que están en las islas y elegimos las cosas buenas de la basura que se pueden comer, el arroz, la pasta y la sopa congelada; todo lo hervimos y lo colamos antes de llevarlo a la boca”.

Aún así nada parece quebrarla, tiene sueños como los de cualquier mujer a sus 29 años de edad, pero teme que siendo analfabeta e indocumentada no pueda cumplirlos. El cartón no solo ha reforzado su vivienda improvisada, también el estómago de su familia, una que, desafortunadamente, paga las más duras consecuencias del socialismo del siglo XXI.

Fuente: Crónica.Uno




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