La falla eléctrica que apagó los servicios en casi toda Venezuela desde la tarde del jueves ha trastocado aún más la vida de los caraqueños que este domingo, por tercer día, se las ingenian para cumplir tareas tan sencillas como comer, hidratarse, asearse o comunicarse.
El afán por mantenerse comunicado o al menos intentarlo ha hecho que cada vez más personas se agrupen en puntos específicos de autopistas o avenidas donde parece haber mejor suerte a la hora de cazar conexión a internet o concretar una llamada telefónica, aunque sea por unos pocos segundos.
En el este de la capital venezolana cientos se han instalado hoy a las afueras de las oficinas de las compañías telefónicas y, unos con más éxito que otros, han podido enterarse de algunas informaciones a través de las redes sociales o han dado cuenta de su estado a familiares y amigos en el extranjero.
Estos puntos mantienen concurrencia a toda hora desde que comenzó el corte eléctrico, que el Gobierno de Nicolás Maduro achaca a Estados Unidos, incluso en la noche, cuando la ciudad, una de las más peligrosas del mundo, se sume en completa oscuridad.
Cuando la urgencia es alimentarse, las opciones aunque limitadas son variadas y escoger entre una y otra dependerá del dinero del que se disponga y hasta de la zona en la que se encuentre.
Al menos una decena de restaurantes en Caracas han mantenido sus puertas abiertas, pues cuentan con plantas eléctricas, y han recibido a cientos de comensales que, en medio de la severa crisis económica, son la excepción que puede costearse estos lugares, la mayoría de los cuales solo acepta pagos en monedas extranjeras.
También algunos supermercados siguen operativos, aunque a media máquina, por lo que las filas de personas a sus afueras que son habituales debido a la escasez de alimentos que registra el país, ahora son más largas y sedientas de productos como hielo, carbón, veladoras y agua potable.
Precisamente este último ítem es uno de los más buscados en la apagada Caracas, y aunque el suministro está regulado desde hace años en comunidades que reciben agua corriente solo uno o dos días por semana, luego del apagón prácticamente todas las tuberías están secas por lo que la necesidad es mayor.
Ante ese panorama, cientos se han lanzado, a pie o a bordo de vehículos, a los chorros que caen desde sitios como el cerro el Ávila, que bordea todo el norte de la ciudad, para cargar bidones o los recipientes que cada uno es capaz de llevar a cuestas.
Entretanto, la tarea de moverse de un lado a otro va volviéndose más difícil conforme pasan las horas y persiste el apagón pues las gasolineras han ido cerrando y los conductores cazan cualquier punto de venta para recargar sus vehículos, aunque para ello necesiten permanecer horas en cola.
El transporte público, que según los transportistas está paralizado en casi 80 % por falta de repuestos en toda Venezuela, prácticamente desapareció en las últimas 72 horas lo que ha hecho que este fin de semana más que cualquier otro las vías de Caracas luzcan desérticas.
Como en islas individuales o grupales, los caraqueños resisten todas estas calamidades sin certezas sobre una eventual reconexión del servicio ni sobre las causas del apagón, ni sobre los daños que este ha causado en sus comunidades y en el país.
Los rumores y las versiones catastróficas que circulan boca a boca se multiplican cada hora y solo exacerban la angustia de los millones de caraqueños que, en su mayoría, no tienen forma de confirmar esas informaciones.
Para el resto del país, el del jueves es solo un episodio más en el historial de apagones que comenzó en 2009 y que solo ha ido recrudeciéndose hasta llegar al actual, el más prolongado y de mayor alcance.