(Foto AFP)

Al ritmo del calipso, los habitantes de un remoto pueblito minero de Venezuela celebran este lunes su carnaval, recién galardonado por la Unesco, una catarsis entre la crisis económica, el caos y la violencia en esta región rica en oro.

El día empezó lento luego de los trasnochos del fin de semana, pero para la tarde de este lunes el pueblo espera el desfile de comparsas, de las «Madamas» -mulatas elegantemente ataviadas con turbantes y vestidos de colores- y los «diablos danzantes».

Con más de un siglo de historia, el Carnaval de El Callao, que reúne cada año a miles de lugareños y foráneos, fue declarado el 1 de diciembre Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.

Pero el júbilo contrasta con los graves problemas sociales de este pueblo de 21.000 habitantes -sin contar a la población flotante de mineros-, ubicado en el estado de Bolívar, fronterizo con Brasil.

«La situación económica y la inseguridad nos ha golpeado mucho. La mafia del oro aquí es muy grande. Pero si no hacíamos el carnaval era matar al pueblo. Uno no puede dejar que la delincuencia lo acorrale», declaró a la AFP Elvis García, un comerciante de 35 años.

– Enmascarados y encapuchados  –

Fuertemente armados, los «malandros» (delincuentes) se dividen por sectores el control de la minería artesanal e ilegal de El Callao y de otros pueblos del estado de Bolívar, cobrando un porcentaje de su trabajo a los mineros y extorsionando a comerciantes.

En Tumeremo, un pueblo vecino, ocurrió hace un año la masacre de una veintena de mineros. En El Callao, los enfrentamientos entre bandas que se disputan las minas han dejado una decena de muertos apenas empezando el año.

«No somos ajenos a la situación difícil que vive Venezuela. No estamos escapando de la realidad, pero entre tanta dificultad y el miedo con el que vivimos, necesitamos una alegría», declaró a la AFP Lourdes Wallace, una farmacéutica de 55 años, quien se alista para desfilar de «madama».

A través de un altoparlante, en la plaza de El Callao, el alcalde Coromoto Lugo anunció una nueva norma del carnaval: «Después de las seis de la tarde nadie puede andar con el rostro cubierto o enmascarado».

Así podrán trabajar mejor, dice, los cientos de militares y policiales desplegados durante la fiesta.

Encapuchados, con armas largas y vestidos de camuflaje, miembros del Ejército recorren el pueblo en motocicletas. «Ojalá fuera así todo el tiempo, pero después de esto se van», se queja un hombre que mira el desfile.

– Malaria en carnaval – 

La zona de Bolívar donde están El Callao, Tumeremo y otros pueblos mineros, cundidos de malaria, reciben a más de 60.000 personas que llegan de todo el país buscando oro, lo cual ha expandido la enfermedad, también llamada paludismo, con 232.000 casos nuevos en 2016.

«Nos preocupa que el carnaval ayude a propagarla aún más. La malaria aquí es normal como la gripe, pero el turista no la conoce», asegura un técnico de laboratorio en un centro de Tumeremo, adonde diariamente acuden decenas de personas a hacerse la prueba de paludismo, la gran mayoría mineros.

Golpeada por caída de los precios del petróleo, Venezuela, 95% de cuyos ingresos dependen del crudo, sufre una severa falta de alimentos y medicinas. Los medicamentos contra la malaria también escasean en esta región.

Los venezolanos enfrentan además el rigor de una inflación que el FMI cifra en 1.660% para 2017. La vida en esta región, donde se mueve mucho dinero en efectivo del negocio del oro, es aún más cara que en el resto del país.

En diciembre, El Callao, Tumeremo y otras localidades de Bolívar fueron escenario de saqueos por la salida de circulación del billete de 100 bolívares -el de mayor denominación- sin que entrara en vigor el nuevo cono monetario. La falta de efectivo provocó el caos.

– Oro, calipso y ron – 

Para Lourdes este festejo cobra vigencia en tiempos difíciles. «El carnaval surgió porque nuestros antepasados trabajaban muy duro y su única diversión era el calipso», dijo.

La fiesta, que la Unesco elogió como una representación de «la memoria e identidad cultural», mezcla el folclore local con las tradiciones de los migrantes de las Antillas francesas y británicas que llegaron en el siglo XIX atraídos por la fiebre del oro.

Daina Quintana, una comerciante de 55 años, promete que no dejarán «morir la tradición» de sus antepasados: «Somos un pueblo con una cultura muy rica. El Callao no es solo oro, calipso y ron».




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