El mundo evolucionado de los seres humanos, sus costumbres, sus hechos y creaciones en el planeta, sigue su cambio sostenido. Siempre ha sido así, sólo que los cambios parecen ser ahora más acelerados y profundos, y millones de personas quedan fuera de lo más superficial de esas transformaciones. ¿Para bien o para mal, nos preguntamos intrigados por las circunstancias?

Los avances tecnológicos y las presiones de las energías tradicionales llevan al mundo a experimentar una espiral de cambios fundamentales y sostenidos; es algo parecido, o superior con seguridad, a como se vio en su momento mundialmente, en el siglo XIX, con la denominada revolución industrial. La pregunta obligada es, ahora: ¿Estamos preparados, y preparándonos, para enfrentar esa realidad? ¿Entienden nuestros políticos, autoridades y empresarios estos grandes cambios mundiales?

Basta un ligero vistazo a lo que nos rodea, para descubrir lo poco que sabemos sobre qué somos, y hacia dónde vamos. Todo es a veces un absurdo tan grande, que la tranquilidad se parece al mayor de los desórdenes: ¡Los efectos psicológicos y sociales sobre la población mundial son evidentes! Las enfermedades psíquicas, ansiedad, depresión y estrés, entre otras, parecen estar cada vez más arraigadas y extendidas. El deterioro climático de origen humano parece mostrar ya algunas de sus consecuencias negativas. Por otra parte, decenas de miles de personas deambulan socialmente indefensas, y ceden ante la presión acosadora del narcotráfico y otras bandas criminales; miles más conforman una diversidad de grupos dispersos, inestables, como los sin techo u otros desorientados. Son ciudadanos sin residencia estable en sus propios países, que huyen a la soberbia violenta de los gobiernos totalitarios; ciudadanos acostumbrados a las “guerras” internas del hambre, por conseguir residuos alimenticios en los basureros, o migrantes ante el terrorismo ‘yihadista’; todos estos, peligros desafiantes a la seguridad mundial.

Pero hoy está en pleno desarrollo una amenaza más compleja: Vivimos ciberamenazados, rodeados por un turbulento océano de ciberamenazas sofocantes y efectivas. Padecemos amenazas novedosas y mutantes, sofisticadas y pluridimensionales, sin la ostentación de armas arrasadoras, a la vista. Es el combate ‘online’ ante el poder concentrado de la cibernética, activa, sin límites físicos ni fronteras demarcadas. Un combate con grandes y complejos riesgos para nuestra seguridad ciudadana, y para nuestra integridad personal. Los gobiernos nacionales, comunidades enteras, instituciones ciudadanas, y grandes compañías, son los blancos indefensos de estas multifacéticas amenazas. Los afectados son muchos y la mayoría lo desconocen; son de todas las edades, comenzando cada vez más en el sector “semillero” de niños muy pequeños, desde el kindergarten mismo. Afectada queda, también, la gente común y la gente sencilla, la de todo estrato cultural, social y económico. Son los vulnerados de las batallas sin límites, libradas a diario, sin contemplación, en la ‘Internet’ transnacional, despatriada y pragmática. Convertida esta cosa –la Internet– en monstruo sin culpa, sin culpables y sin juicios pendientes, en el reinado de los extralimites, en la dimensión de lo sin ley, de este recién iniciado siglo XXI…




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