Inútil resulta el pasado para prometer, porque es el espacio de la decepción; del presente no se puede hablar, y el futuro se deteriora antes de ocurrir.

El progreso, la historia, la razón, la libertad, la felicidad, son conceptos que se desvanecen ante las evidencias de un ambiente que presagia el caos, la hambruna, la escasez; un suspenso imprevisible, paradójico.

Se ha debilitado considerablemente el tejido que unía el pasado, el presente y futuro mediante el cual estructuramos el tiempo; lo perdimos sin percatarnos; como también se va perdiendo la perspectiva histórica. Al pensar en el porvenir de nuestro país, tendemos a transportarnos a un recuerdo plácido, confortable; pero basta darse un paseo por la realidad ineludible y tan solo avizoramos la añoranza de una quimera inalcanzable.

De aquel absurdo y falso empeño en la búsqueda de un “hombre nuevo”, la radiografía social hoy nos muestra un ser hurgando en la basura en pos de su miserable condumio; a otro, formando parte de las huestes cuyo honor no se divisa, reventándole el porvenir a cientos de jóvenes que tan solo luchan para que no les expropien su futuro; y también aparece otro espécimen de “hombre nuevo”, denominado “bachaquero”, ejerciendo una extraña plusvalía al mercadear de manera inapropiada un producto de primera necesidad; y más allá, niños que han dejado las aulas para colaborar en la procura de un mendrugo, o aquel otro que tan solo está pendiente de la dádiva que trae consigo un carnet que promete futuro…negro como un zamuro…como cuanto hace Maduro.

El hombre para desarrollarse necesita libertad, instituciones sólidas, alternancia en el poder, que un sistema de partido único, como el cubano, o el que acá se nos pretende imponer, jamás estarán dispuestos a permitir, puesto que en elecciones verdaderamente pulcras, sin la parcialización no sólo del CNE, sino de todos los poderes, arrojaría un resultado diferente.

Como se nos presenta el acontecer nacional, parece que la incertidumbre se ha convertido en la única certeza. El sentido de crisis se generaliza en todos los ámbitos y ya nuestra imagen no se refleja con claridad en el espejo del futuro. ¿Futuro?… ¿Acaso incrementando la lamentable diáspora?

¿Y esa silente y estoica mayoría?…
El silencio y la indiferencia no son la más apropiada respuesta a los problemas del país, como tampoco lo es la sola crítica a lo que el régimen hace mal o deja de hacer.
El sempiterno reclamo acerca de promesas incumplidas por la revolución, si bien algo evidente, no es suficiente. Hoy como nunca, se hace impostergable el necesario reencuentro de los venezolanos que hemos recorrido calles y ciudades, que hemos sido insultados y agredidos, que hemos sido etiquetados con los más bajos improperios… que hemos sido apartados. Si los ciudadanos se sienten excluidos del futuro, su alienación les proporciona una certidumbre desquiciada y violenta.

Debemos ponernos a trabajar para reconstruir una idea inclusiva y tolerante del futuro. Una idea del futuro en la que cada uno se encuentre protegido de los que quieren destruirlo.

Debemos, analizar, replantear lo que creemos y queremos. Reiniciar la lucha una y otra vez. No hay otro camino. Y ese camino no existe, tenemos que construirlo TODOS, con un verdadero compromiso unitario.

La resignación, la comodidad, el miedo, son conductas razonables. Pero, por escasa que sea nuestra noción de futuro, al percibir que lo que nos espera es más violencia, exclusión y opresión, hay que cambiar la conducta y pensar seriamente en las maneras activas de participar para lograr ese porvenir que nos merecemos.

¿Qué se puede hacer? No aceptar lo inaceptable, no tomar en serio lo que carece de seriedad, lo que es a lo sumo un capricho o un envanecimiento, en casos extremos un ventarrón de demencia. Un país en su conjunto no puede estar a la merced de lo que imagine o disponga un régimen, que se empeña en una hegemonía que postergó el futuro de millones de seres.




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