Esta semana los usuarios en bombas dolarizadas sintieron por un instante que el suministro de gasolina volvía a la normalidad: en menos de cinco minutos lograron echar gasolina, mientras que en las que las estaciones subsidiadas quienes no pueden pagar el litro a $0.5 realizan colas de hasta tres días.
En la E/S Guaparo, Martín Gavidia no tuvo que estacionar su carro ni marcarle un número en el parabrisas porque cuando llegó a la gasolinera apenas tenía un vehículo por delante. Casi no podía creerlo. La última vez que había llenado su tanque fue hace dos semanas y tuvo que hacer una fila que avanzaba a paso de caracol.
Angy Pineda tampoco esperaba encontrarse con una bomba sin colas cuando llegó a la E/S Prebo. Al salir de su casa no tenía planeado detenerse a echar gasolina, pero la soledad de la estación le llamó la atención. “Estoy sorprendida. Venía pasando y vi que no había nadie, entré y ya voy a echar”.
Carlos Castillo también estaba asombrado. Surtió su tanque en la misma gasolinera que Pineda y no tardó más de tres minutos. Para él, la razón por la que no hay colas no es por la abundancia de combustible, sino porque los usuarios no están cargando los 40 litros. “Hay gasolina porque la gente no está llenando los tanques full. Están echando de a poquito. Yo pagué 10 litros y la camioneta delante de mí también”.
Incertidumbre en bombas subsidiadas
Rainer Aponte no comprende lo qué pasa. Madrugó con su moto en la estación subsidiada Palo Negro, frente al Palacio de Justicia, y a las 9:30 de la mañana todavía no había llegado la gandola.
Aponte cree que es injusto que quienes no tienen el poder adquisitivo para comprar gasolina a precio internacional tengan que transnocharse y soportar el cansancio de la cola, mientras que en las bombas internacionales llega el combustible con la frecuencia suficiente para extinguir las filas. “Si yo tuviese dólares no estaría aquí, pero la situación está muy ruda. Tengo tres hijos que mantener y el sueldo no me alcanza”.
El agotamiento de Beatriz Romero era diferente. Además del cansancio la invadía la incertidumbre. Era la primera en la fila pero nadie le aseguraba que los tres días de pernocta valdrían la pena: los dueños de la estación no le garantizaron que surtirían gasolina.
A su lado, Carlos Quintero se había quedado sin energía para seguir conversando. Se limitaba a mirar la gasolinera de brazos cruzados, deseando ver aparecer la gandola. “Tengo dos días aquí y sigo esperando”.
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