Se debate… ¿o se delibera? Y al fondo alguien clama: ¡Tolerancia, es cuestión de tolerancia!

Una palabra que escuchamos desde muy niños, en nuestros hogares, en la escuela, en el trabajo, en las asambleas…Pero, ¿de que se trata, qué encierra este término?
Su significado clásico ha sido «permitir el mal sin aprobarlo». ¿Qué tipo de mal? El que supone no respetar las reglas del juego que hace posible la sociedad.

Como segunda acepción encontramos que es «respeto a la diversidad». Se trata de una actitud de consideración hacia la diferencia, de una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta a la propia, de la aceptación del pluralismo.
Ya no es permitir un mal, sino aceptar puntos de vista diferentes y legítimos.

La tolerancia es el respeto y la consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás aunque no las compartamos, pero en la condición de que se cumpla el principio de reciprocidad. Es decir, no se pueden aceptar las opiniones o prácticas exclusivistas, porque tratan, a cualquier precio, de acabar con todas las otras, de imponerse a todos los discrepantes, o bien de anular la voluntad y el pensamiento. Se ha dicho que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de practicar y muy difícil de explicar.

La tolerancia también puede entenderse como aquel deseo permanente de conocer al otro para aprender de él, y así salir de la ignorancia, pues el intolerante es un ignorante del otro, y lo que es peor, de las creencias, sapiencia y valores del otro. Tal como afirmase Michael Walter: «Tolerar a alguien es una relación de poder, ser tolerado es una aceptación de desigualdad».

Ahora bien, si a la tolerancia no se le pone límites, comporta el peligro del relativismo y renuncia de los valores básicos de la convivencia democrática. La tolerancia no implica contubernios ni complicidades con quienes tengan costumbres reñidas con la moral y la ética. La tolerancia no llega a bastar, como actitud pasiva, y puede ser tan solo un disfraz de la conmiseración, de la condescendencia, o de la resignación ante lo irremediable.

A medida que se deteriora la situación económica del país y aumenta la resistencia al régimen, en esa misma medida ha ido aumentando la intolerancia del gobierno, la represión, la persecución de sus enemigos y la pérdida de derechos políticos de los venezolanos…

¿Cómo tolerar esa concepción totalitaria, dominada por la arrogancia y la prepotencia de poseer la “verdad” hegemónica, que considera que el enemigo debe ser suprimido para salvaguardar la propia “revolución”? ¿O acaso no lo afirmó recientemente la vicepresidente Delcy Rodríguez: La Revolución bolivariana es nuestra venganza personal?

No puede tolerarse tanto daño flagrante; somos constantemente carajeados por la violencia y las mentiras de esta gente. Ha llegado el momento de hacer sentir el rigor de un país cansado de atropellos, un país de ciudadanos dispuestos a dejar en claro para la posteridad que este alocado sistema ha sido una amenaza para nuestra forma de vida y que, por ello, no habremos de tolerar absolutamente más disparatadas afrentas al futuro de nuestros hijos.

La tolerancia no llega a bastar como actitud pasiva, y puede ser tan solo un disfraz de la conmiseración, de la condescendencia, o de la resignación ante lo irremediable. Así las cosas, tal como lo hemos preguntado en muchas ocasiones, y lo repetiremos tantas veces sea necesario: ¿Cómo ser tolerantes con la intolerancia?…




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