La burbuja política del poder establecido en Venezuela, sea roja o de cualquier otro color, en general y con mínimas excepciones, tiene a sus voceros muy afanados en el tema fantasmal de las condiciones electorales. Surrealismo o realismo mágico, es casi lo mismo. Un país sojuzgado por una hegemonía despótica, está sepultado en sus verdaderas condiciones, por la cuestión de las llamadas condiciones electorales, que son una burla sangrienta y que oxigenan al continuismo.

Después de la charada de las llamadas elecciones legislativas, que han sido un impulso para Maduro y los suyos- -descontando a Cabello–, ahora el tema dominante en variados sectores de «oposición» es las condiciones electorales adecuadas para participar en los comicios regionales… Uno no sabe qué pensar: o la ingenuidad llega a niveles de subsuelo, o la
complicidad es galáctica. ¿Qué opina usted, paciente lector?

En Venezuela, el drama de las condiciones no tiene que ver con los intereses de la élite político-militar-seudo electoral, sino con la realidad trágica de que un cafecito vale más que el salario mínimo oficial. Una realidad alucinante que es inconcebible en el exterior, léase los señores Borreles, en Europa, y el señor Biden en Washington.

Por cierto que en un artículo anterior, manifesté que ojalá Biden avanzara en su propuesta de unión nacional. No luce que sea así, al contrario.

Las condiciones verdaderas del pueblo venezolano, son la miseria, el hambre, la violencia y la represión; la desaparición de los servicios públicos, el dólar salvaje y, en pocas palabras, el imperio de la destrucción política, económica y social.

Esas son las condiciones que encadenan a la abrumadora mayoría de la población, que sobrevive día a día por un sacrificio sin precedentes.

Todo lo cual da plena legitimidad a los derechos de recuperación de la democracia, como lo consagra y exige la Constitución formalmente vigente. El punto no es el cómo, es el porqué. Si de veras se asimila lo segundo se puede despejar lo primero.

Todo está clarito, pero la masiva propaganda, y la negligencia y el dolo, de los llamados a encauzar, políticamente, la protesta y la rebeldía por la catástrofe nacional, oscurece la realidad.

 




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