El continuismo empeorado del presente es lo que busca a toda costa imponer la hegemonía despótica y depredadora que impera en Venezuela. En otras palabras, destruir el futuro de nuestro país.

Hasta ahora los mandoneros del poder han sido muy hábiles en sus esfuerzos para presentar un decorado de seudo democracia, que ni ellos mismos se creen, pero que suministra pretextos para que unos y otros se sigan beneficiando de la situación. Me refiero a las élites depredadoras.

Han sido y son hábiles en confeccionar una narrativa de que «ésto se está arreglando», y de que la fantasía comicial es la vía exclusiva y excluyente para la llamada oposición política. De nuevo, pretextos para aceitar el afán continuista.

Es necesario denunciar y luchar a fondo en contra de estas premisas, sobre las cuales se ha montado el tinglado opresor. En especial cuando la hegemonía suscita un rechazo masivo.

Rechazo que no se convierte en causa política, por la conveniencia del estatus, y por el descrédito de gran parte de la corte opositora.

Construir un futuro radicalmente distinto al presente, en cuánto sea democrático, productivo, y de justicia social; parece un objetivo imposible de alcanzar. Y no es así. Es sumamente difícil, cierto, pero hay opciones constitucionales que pueden permitir que tal empinada cuesta se empiece a subir. Construir ese futuro es el gran desafío del presente.




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