COVID
Foto referencial

Miedo. Eso fue lo que sintió Joel Ortiz cuando empezó la fiebre. La temperatura era alta, y solo le bajaba por periodos cortos. También le dolían los huesos, no quería pararse de la cama y en dos días comenzó la tos. Se sentía realmente mal, pero lo que más  tenía era miedo, un profundo temor de morir en un hospital de Carabobo por COVID -19.

Se encerró en su cuarto. Vive en un apartamento pequeño que comparte con un compañero de universidad que logró irse un mes atrás con su familia en el estado Guárico. Así que estaba solo. Trabaja desde casa frente a su computadora que comenzó a utilizar para investigar detalles de cada síntoma.

Pero se encontraba con informaciones que solo acrecentaban su miedo repecto al COVID -19. Leía del colapso en las áreas de aislamiento en los hospitales de la entidad, de la falta de equipos de bioseguridad, del déficit del personal médico, de la necesidad de más respiradores mecánicos, de lo costoso del tratamiento, y de la muerte de varias personas, muchas, incluso médicos.

Joel además tenía temor de contarle a sus seres queridos que tenía síntomas de COVID -19. También había leído de discriminación y señalamientos negativos hacia los enfermos. Así que mantuvo el secreto por un tiempo, pero muy corto. Antes de cumplir una semana con el malestar tuvo que llamar a una amiga y contarle porque cada día era peor y ahora tenía miedo de morir solo en casa.

Los dólares del COVID -19

Lo primero que le dijo Sofía, su amiga de la universidad, fue que debía hacerse la prueba para descartar. Él ni siquiera lo había pensado porque no quería ir a un CDI. “Me asustaba que me dejaran ahí o me llevaran a un hospital”.

Así que investigaron dónde podía hacerse el estudio. Preguntaron a gente cercana, buscaron en diferentes sitios web, hasta que encontraron uno de ventas en el que ofrecían la prueba rápida importada de COVID -19 desde 25 hasta 40 dólares.

Sofía concretó una en 30 con lugar de entrega cercano al apartamento de Joel, así que la buscó y se la llevó. “Yo lo menos que quería era contagiarla, así que en todo momento estuvimos distanciados, con tapabocas y hasta guantes”.

Leyeron las instrucciones, siguieron los pasos, extrajeron la muestra, la colocaron en el dispositivo, esperaron y sí, finalmente Joel era un paciente con COVID -19. En ese momento ambos lloraron. Pero comenzaron a actuar. Siguieron investigando y se dieron cuenta que los 30 dólares de la prueba no eran nada comparado a lo que les venía.

Pidieron cita con un neumonólogo en una clínica privada que se tradujo en 50 dólares, muchas recomendaciones y medicinas que no podían pagar. “Decidimos abrir un grupo de Whatsapp para hablar con familiares y personas cercanas, explicarles lo que estaba pasando y así tratar de conseguir el dinero”.

En dos días lo lograron, pero ese tiempo fue suficiente para que Joel empeorara. Ya no tenía fiebre, pero la dificultad respiratoria aumentaba… y el miedo también. “Se gastaron más de 300 dólares en medicinas, pero sentía que nada de eso era suficiente”.

La emergencia inevitable

Era el octavo día con síntomas y ya había perdido el gusto y el olfato. Pero lo que más le preocupaba era la tos y que le costaba respirar bien. No dormía entre la angustia y el malestar y pasaba las noches acompañado virtualmente de sus amigos y familiares, quienes se turnaban para hablar con él en todo momento.

Sentía que perdía el aliento, que me cansaba solo de sentarme en la cama. Me dolían los huesos”.

Una mañana, Sofía lo visitó y se dio cuenta que debían hacer algo más. Él se negaba. “Me insistía en ir a un ambulatorio. Porque me costaba mucho respirar”. Ella simplemente no lo escuchó. “Recuerdo que llamó a varios taxistas y ninguno quiso prestar el servicio cuando le decía que era para ir a un centro de salud. Así que le pidió el favor a un vecino”.

Al llegar al CDI más cercano de inmediato le dijeron que necesitaba oxigeno, pero ahí no tenían. “El médico que me atendió fue sincero, me dijo que si podía alquilara la bombona yo porque en ningún ambulatorio u hospital ya había disponibilidad, que estaban colapsados”.

Tampoco le hicieron la prueba rápida para diagnosticar COVID -19 ahí porque no había. “Cuando le dije que me había hecho en casa una importada me respondió que había hecho lo mejor, y que siguiera actuando por mi cuenta. Eso me asustó aún más. Porque todo lo que había leído era cierto. Estamos totalmente desamparados”.

Lo siguiente fue conseguir una empresa con bombonas de oxigeno y el dinero para pagar. El grupo de Whatsapp volvió a funcionar y en cinco días Joel presentó una mejoría que sorprendió a todos.

“Así como sentí miedo desde el principio, mucho, pero mucho miedo, tuve suerte”. Joel es un sobreviviente del COVID-19 en Carabobo que se enfrentó a todos los vicios, la corrupción y la decadencia del sistema de salud. Su caso no está en la cuenta de 908 que hasta el martes 8 de septiembre se reportaron de forma oficial, así como muchos otros que alimentan el subregistro de enfermos, incluso de muertes.




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