Los gases letales usados en contra de los manifestantes proclaman a gritos que quienes gobiernan en este momento a Venezuela no tienen escrúpulos para matar ni se han leído la cartilla de los derechos humanos, mucho menos los 10 mandamientos. Aunque  se declaren cristianos y “amantes de la paz”, únicamente tienen la intención de silenciar para siempre a quienes en su justo derecho se alza en contra de una tiranía, lograda en el país a través del voto popular  y atornillada en el poder, mediante una tuerca apretada con exabruptos legales, corrupción administrativa, abuso de poder y un constante cinismo para vender el Plan de la Patria como el libro mágico para desarrollar este país,  con el  encanto del Socialismo del Siglo XXI, mientras que el sol deshidrata la piel de quienes hacen colas para adquirir comida, medicinas o cualquier producto requerido en el hogar,  o la angustia trasvasa la tranquilidad de los cabeza de hogar cuando esperan la bolsa o caja repartida por los miembros del Comité Local de Abastecimiento y Producción y no saber si los recursos que se tienen en el monedero o bolsillos alcanzará para adquirirla.

La opresión de la dictadura Madurista es dentro y fuera de la casa. Es constante. Y más aún cuando los miembros de las familias venezolanas se lanzan a la calle a protestar y exigir el bienestar arrancado por la revolución bolivariana desde que los oficialistas agarraron el poder y que ha lanzado a dos de cada 10 venezolanos a esculcar entre los desechos sólidos domiciliarios y comerciales para comer.

Al presidente Maduro no le importa el llanto de los pobladores

Al presidente Maduro no le importa el llanto de los pobladores, causado por su ineficiencia e ineficacia para gobernar. Por tanto, no quiere quejas ni ruidos que denoten su ingobernabilidad. Tampoco nada que destape su  perfil autoritario. Tiene fobia a las marchas y protestas en su contra, razón por la cual sus aduladores las contraatacan con otra contramarcha abultada  con asistentes obligados y tarifados. Y si sus “aliados” no son suficientes para demostrarle a sus opositores quien domina en la nación, apuestan a  francotiradores en las azoteas de condominios públicos y, ahora como arma letal que no falla, activan  helicópteros para lanzar bombas lacrimógenas, vencidas y tóxicas desde el espacio,  a quien se atreva a elevar su voz y manifestar su descontento  a cielo abierto, al tiempo que ordenan a sus hordas criminales, como los colectivos, flanqueados por militares, a irrumpir en zonas residenciales, donde expresen su inconformidad con la revolución, y asesinar a mansalva a quienes detracten al gobierno nacional.

Satánica alianza que apagó la vida de dos jóvenes en Barquisimeto y Cabudare, estado Lara e hirió la piel y el alma de otros 12 ciudadanos, mientras que ahoga de la tristeza y la desesperación a las madres de esos muchachos que parieron con la ilusión de que soñaran su juventud con esperanzas y despertaran su madurez, con logros alcanzados por la disciplina y la constancia que otorga cuando los hijos se consideran como el mejor y mayor tesoro de la humanidad. Brayan Principal ni Miguel Ángel Colmenares ya no están. Tampoco Gruseny Canelón.  Balas salientes de armas disparadas por los colectivos apostados en varios  lugares de la capital el estado Lara y del municipio Palavecino, se encargaron de silenciarlos para siempre y, al parecer, no hay ley que le impida a esos desadaptados y resentidos sociales dejar de disparar para defender la revolución. Para el gobierno, ellos no son delincuentes. Al parecer son sus aliados perfectos para acabar con quienes le estorban; para destruir y provocar el caos para luego culpar a aquellos opositores que no soportan en el escenario político. Los como los saqueos propiciados y planificados por los oficialistas  en la capital del estado Miranda para incriminar a Henrique Capriles son prueba de eso, pues  necesitan  tener razones para llevarlo a la prisión e impedirle, al igual que a Leopoldo López, participar en las próximas contiendas electorales. Jugada macabra y vil que desnuda el corazón perverso de quienes gobiernan desde el Poder Ejecutivo Nacional.

La Policía Nacional Bolivariana, esa que supuestamente limpiaría las actuaciones criminales cometidas por funcionarios de la Policía Metropolitana el 11 de abril de 2002, tampoco titubea para disparar a mansalva contra quienes  calientan  las calles de las distintos municipios del país y gritan su hastío e indignación por el bojote de desgracias acumuladas en cada uno de sus hogares por la falta de alimentos que consumir y dinero para comprar éstos u otros requerimientos para vivir, por la carencia de tranquilidad y el desasosiego que produce depender de una cola para adquirir alimentos o de un carnet de la patria para tener garantizado un bocado o un servicio público.

Nicolás Maduro y su gente no tiene respuesta para el clamor de la gente en la calle. Ya inventó otro intento golpe de Estado en su contra, cuando sabe muy bien que el  único que ha dado en Venezuela un golpe de Estado es el Tribunal Supremo de Justicia, cuando elimino a la Asamblea Nacional y se abrogó sus competencias para compartirlas con el poder Ejecutivo. La única contesta del Presidente  de la República para quienes claman por alimentos, medicinas, seguridad, empleos, sosiego, libertad, elecciones  presidenciales, de gobernadores y alcaldes, justicia imparcial, educación sin adoctrinamiento, democracia y no totalitarismo, ni comunismo y socialismo son gases tóxicos, balas, perdigones y un sinfín de esbirros dispuestos a matarlos sin ningún miramiento.   Seis asesinatos, más un sinfín de heridos y detenidos retratan claramente cuando un dictador masacra con la opresión.




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