En La Habana la vida transcurre con calma. Mientras Estados Unidos arrecia medidas que complican inversiones y el envío de dinero a la isla, los ciudadanos siguen con su rutina. Aunque cuando se les menciona a Donald Trump, fruncen el ceño.
“Es una constante amenaza, pienso que Trump es una persona complicada y le gusta tener a la gente en un puño. Es su forma”, dice la profesora Mercedes Martínez, de 85 años.
Estados Unidos habilitó sus tribunales para acoger demandas contra firmas cubanas y extranjeras que gestionan propiedades confiscadas tras la revolución de 1959. “Estas fueron nacionalizadas con arreglo a derecho”, asegura el canciller cubano, Bruno Rodríguez.
Además limitará los viajes de estadounidenses a la isla y el envío de remesas, vitales para complementar los magros ingresos de muchas familias y para el surgimiento de negocios privados.
En el céntrico barrio del Vedado está el hotel Habana Libre, antiguo Havana Hilton, uno de los inmuebles nacionalizados por la revolución y que, en teoría, podría ser objeto de demanda.
Lo rodean restaurantes, negocios de artesanías y también modestos supermercados donde los ciudadanos hacen sus compras. De allí viene Iris Lara, ama de casa. Como muchos en la ciudad, prefiere no hablar de política.
En estos días, los cubanos están más preocupados en las dificultades de abastecimiento de alimentos que afectan al país, consecuencia de una economía cuya modernización no despega, pero también a causa del embargo que les aplica Estados Unidos desde 1962.
Aunque al hablar de las medidas que aplicará Trump, con demandas que pueden afectar propiedades en la isla, Iris cierra filas.
“Eso no va a llegar, aquí estamos todos para apoyarnos. No nos vamos a dejar quitar nada”, asegura, y continúa rauda su camino.
Trump justifica las medidas contra Cuba en represalia al apoyo que el gobierno socialista le brinda a la Venezuela de Nicolás Maduro, cuyo mandato no reconoce.
“Sin perder el sueño”
Por el Malecón continúan los paseos despreocupados de los turistas, en busca de un auto descapotable de los años 50 y de playas. Este año Cuba espera recibir 5 millones de visitantes.
Para impulsar su economía, la isla socialista ha apostado todas sus fichas al desarrollo turístico, con hoteles de lujo, donde empresas europeas como las españolas Meliá -que administra el Habana Libre- o Iberostar, y la francesa Accor tienen participación.
Varias empresas de la Unión Europea, el mayor socio comercial de la isla desde 2017, podrían verse afectadas con las medidas estadounidenses, contenidas en el capítulo III de la denominada ley Helms-Burton, que entrará en vigencia el 2 de mayo.
En su rechazo a la medida, el bloque ha advertido que cuenta con leyes para contrarrestar los efectos de esas demandas e incluso llevar los casos ante la Organización Mundial del Comercio (OMC).
El embajador de la Unión Europea en La Habana, Alberto Navarro, consideró que esta decisión de Estados Unidos busca ahuyentar inversiones, claves para la reactivación económica del país.
“Es para que un empresario diga: bueno, en vez de invertir en Cuba, voy a invertir en Punta Cana (República Dominicana)”, agregó.
Cuba ha rechazado las medidas. De acuerdo con el canciller Bruno Rodríguez, éstas afectan a las familias cubanas, la emigración y a los ciudadanos estadounidenses.
Pero toma las cosas con calma: “Sin perder el sueño, con toda serenidad, entusiasmo y certeza de que vamos por el rumbo seguro, enfrentaremos cualquier dificultad”.
Ponerse de acuerdo
Cuba hace gala de haber resistido una invasión dirigida por Estados Unidos en 1961, la batalla de Bahía de Cochinos, cuyo aniversario aprovechó el gobierno de Trump para anunciar las medidas contra la isla.
El abuelo de la profesora Mercedes participó en la gesta de independencia contra la corona española en 1895, su padre en la revolución de Fidel Castro y ella misma en actividades durante la Crisis de los Misiles en 1962.
Además, su generación resistió la crisis económica de 1990 tras la caída de la Unión Soviética, el llamado “Período Especial”.
Pese a todo, Mercedes aboga por una convivencia pacífica. “Demostramos que no tenemos miedo, que estamos unidos, pero no estamos dispuestos a pelearnos como niños chiquitos, sino a ponernos de acuerdo. Porque, ¿qué gana él (Trump) con todo esto?”
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