La deliberación en el marco de un sereno sistema legal, son supuestos del Estado democrático que nunca podrá correr a la velocidad reclamada por la multitud, más fácil es “entregarse al improvisado taumaturgo que en nombre de una utopía revolucionaria promete el próximo paraíso”. La reflexión es de Mariano Picón-Salas. Tiene razón, es más fácil y también más peligroso, como lo hemos comprobado en esta experiencia nacional interminable.

En Mérida, ese lugar que como Margarita, es un raro consenso venezolano, leí durante las vacaciones de 1996, Profecía de la Palabra. Vida y obra de Mariano Picón-Salas, el libro de Consalvi regalo de mis hijos. Dos décadas más tarde, en enero de 2016, ante el Concejo Municipal de la misma ciudad natal, me dio por repasar las enseñanzas de su prosa curiosa y optimista. Con motivo de cumplirse ciento veinte años del nacimiento merideño de nuestro gran humanista, regreso a su lectura, buscando a tientas luces en la oscuridad, pistas para comprendernos y para contribuir a encontrar rutas extraviadas, sea en la selva de los duros acontecimientos o borradas por el viento en la arena del desierto dejado por las decepciones.

Me ayuda la magnífica edición que de sus Obras Selectas hizo la Universidad Católica Andrés Bello que puso en mis manos mi querido Luis Ugalde. Homenaje, en sí mismo, hermoso símbolo de la capacidad venezolana para el encuentro y la reconciliación.

El adolescente de “sabiduría alborotada” que sorprende el diecisiete a todos con su conferencia sobre Las Nuevas Corrientes del Arte en el Paraninfo Universidad de los Andes y en quien el Rector Carbonell anticipa sin yerro “una personalidad de la familia espiritual de Cecilio Acosta, Fermín Toro y Arístides Rojas”, madurará. Con la comprensión y las ideas, a un tiempo criollas y universales, su voz se hará clara y profunda. Su criterio sosegado no es el de un conformista sino el de un rebelde que ve la realidad que es y propone la que debe y puede ser.

Al publicar aquel discurso merideño lo titulé “Más allá de la demagogia y el rencor”, como nos invita Picón-Salas a situarnos. Sin que deje de ser válida esa convocatoria, esta vez he preferido empezar por el final del mismo párrafo que nos llama a pasar de la aventura al plan, expresión de la voluntad organizada. Protestar contra la improvisación que aparenta ser audaz arranque caprichoso, altanero desplante, pero que en realidad es dócil sumisión al “cómo se hace”. Así que copio el trozo entero: “más allá de la demagogia y el rencor, pudiéramos iniciar la conquista y la plena valorización técnica de nuestro país. Oponer al azar y la sorpresa de ayer, a la historia como aventura, una nueva historia sentida como plan y voluntad organizada”

Pesimista esperanzado, como Serrat, no quiero rendirme. Me niego a aceptar como condena inapelable un presentimiento que duele. Este país de nosotros tiene derecho a vivir y progresar en paz y en libertad. Todo derecho comporta deberes y el deber es persistir en el trabajo tenaz por conseguirlo. Y el país, se sabe aunque no siempre se recuerde, somos nosotros. El derecho es nuestro y el deber también.




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