Cotidianamente son más los venezolanos que no pueden comer balanceadamente ni tres veces al día, al tiempo que  cada día  se multiplican  las personas que hurgan en los desechos para saciar el hambre.  Realidad no vista por  el presidente Nicolás Maduro ni por ninguno de los  miembros de su gabinete y demás aliados que le acompañan en la concreción constitucional del Socialismo del Siglo XXI. La baja calidad de vida también se hospedó en los hogares de quienes en otrora conformaban la gente de la clase media. El alto precio de los alimentos no lo puede cubrir ni aquellos que por una u otra razón tienen ingresos mensuales de 10 millones de bolívares, porque esa cantidad de dinero es insuficiente para adquirir los bienes y servicios requeridos mensualmente para vivir dignamente y sin el hambre que actualmente destruye la salud de más de 16 millones de venezolanos y que amenaza con matarles si la estanflación sigue presente en la economía nacional, debido a las medidas de corte comunista que desde hace rato viene implantando el Jefe del Estado sin ningún prurito en su conciencia sobre el daño que las mismas causan en la población y país en general,

Encadenado con la vieja práctica del populismo,  ese mismo que acabó con la vida política de Alberto Fujimori, así como con el ejecútese de medidas efectistas, el primer mandatario nacional no soluciona ningún problema en el país, porque sus antídotos no van ni atacan sus causales. Pasean por sus ramales y no rastrean ni esculcan  sus raíces. Pero tampoco frenan sus consecuencias. Sólo origina más conflictos de los que ellos han fomentado desde que impusieron la revolución bolivariana como filosofía para gobernar a un pueblo acostumbrado ya a vivir bajo la tutela de los principios democráticos y bajo el amparo de los derechos humanos.

De pobres ya está llena Venezuela.  Aquí sobreviven únicamente aquellos que reciben las remesas de sus familiares exiliados en el extranjero, los cuales aun limpiando  pisos reciben un sueldo que les permite no sólo cubrir sus gastos en la nación donde huyeron de las atrocidades del comunismo, sino también enviarles a sus seres queridos que    por una u otra razón no han podido emigrar, aunque eso sea lo que ansían frente a las terribles penurias que minuto a minuto están sufriendo en su tierra natal.

La revolución bolivariana ni los revolucionario no han conducido a ningún habitante de este país al mar de la felicidad que tanto prometía Hugo Chávez durante sus arengas dominicales en el Programa Aló Presidente o en cualquier discurso novelero emitido en las miles de cadenas de radio y televisión a las cuales sometió a los venezolanos en los tiempos de su gestión para vender  al  Socialismo del Siglo XXI  como la panacea para lograr el bienestar colectivo a través de la igualdad social.

Verborrea falaz y propia de quienes han tejido un discurso poético alrededor del comunismo y deplorado a ultranza al capitalismo, al cual le endilgan  todas las nefastas consecuencias de una sociedad. Critican vorazmente todo lo relacionado con la propiedad privada y le achacan a los empresarios la pobreza existente en una nación capitalista, mientras ensalzan y acarician a la propiedad colectiva como el remedio para curar la desigualdad social. Cuan gendarmen,  expropian, confiscan y se adueñan de todos los bienes y propiedades que otros han alcanzado con su  trabajo e inversión y lo reparten entre los pobres sin ninguna preparación intelectual, académica y laboral para promocionar al comunismo como un justo sistema de gobierno. No obstante, ese accionar es deplorable y una ruina segura para la producción nacional de todo país. Prueba de eso, es la paralización de   todas las empresas y fábricas expropiadas y nacionalizadas durante la gestión de Hugo Chávez Frías y Nicolás Maduro. El emporio empresarial e industrial de Venezuela es hoy una total ruina, muy parecida a la existencia de los asalariados y no asalariados connacionales.

Por sus frutos lo conoceréis dice la biblia y los frutos dados por quienes hoy gobiernan desde hace ya casi 20 años son pésimos y nefastos para todos los venezolanos, excepto para aquellos quienes conviven con el poder y han logrado beneficiarse con sus mieles y las divisas dadas por la comercialización del petróleo, el oro, el diamante, entre otros recursos naturales legales e ilegales con los cuales, al parecer, se negocia tras bastidores.   Su comportamiento desde las arcas del poder muestra  que no le importa los padecimientos de la gente. Al parecer,  alcanzar ese sufrimiento perenne en los venezolanos es su meta para  doblegarlos a sus mandatos y señales. Son comunistas. Actúan fríamente. No les conmueve ni el cuerpecito esquelético de los tantos niños muertos por desnutrición.  Tampoco se conmueven por quienes hoy lamen los desechos orgánicos para paliar el hambre y, menos, les duele ver las ruinas en la que  convirtieron a la Venezuela pujante y prometedora que encontraron en 1998, cuando llegaron a Miraflores y otros ámbitos del Poder Nacional.

Ese cuadro tétrico no les importa. Total, ellos no padecen hambre ni calor, porque en sus casas jamás falta la comida ni la electricidad. Mucho menos dinero para comprar  en Aruba o Curazao todas las provisiones requeridas en sus  respectivos hogares.  Hasta los dulces, aromáticos y perfumados antojos pueden adquirir, pues la miseria y la necesidad no se decretan para quienes pernoctan en el poder. Es sólo para la población, a la cual se le debe asegurar su constante  desasosiego y estrés ante la búsqueda de los alimentos y medicinas, así como en la larga espera de las cajas del Clap.

Ellos quieren seguir de por vida disfrutando de esos placeres que solo se los garantiza el estar en el poder. De allí que ya la presidenta de la Asamblea Nacional Constituyente advirtió que  jamás entregaran el poder político, mientras que el Jefe del Estado aseguró no importarle la opinión internacional sobre su gestión, sobre sus abusos en derechos humanos y la ilegitimidad que representa las elecciones pautadas para el próximo 20 de mayo por la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena. Es diáfano. Es visible y tangible que a los revolucionarios sólo  les importa  perpetuarse en sus cargos y curules públicos y  trabajar desde allí para que todos los medios de producción pasen a manos del Estado interventor. Aplauden, reviven y revitalizan la economía socialista encontrada en el libro El Capital de Carlos Marx. Lo abrazan. Lo acarician. Lo conjuran como el mejor tratado económico para devorar las desigualdades creadas, según ellos,  en el capitalismo salvaje. Le asumen como el legado idóneo para  instaurar una sociedad perfecta y justa, donde todo pasa sin conflicto y en plena armonía.  Equivocada visión de quienes han hecho del comunismo una utopía y no se atreven ni ver ni reconocer los pecados capitales que envuelven su praxis.

Solo una vana teoría para pescar incautos en pro de su proyecto comunista  trasnochado que en la Unión Soviética fue sepultado ante el atraso y la pobreza de sus habitantes. La perestroika los regresó a la vida y al proceso de socialización, al cual  les fue muy difícil reencontrarse por el encarcelamiento que por años les hizo vivir el adoctrinamiento y las demás atrocidades del comunismo. Los cubanos aún no podido librarse de ese yugo que por más de 60 años les ha trastocado el derecho inalienable de todo ser humano, su libertad y pensamiento libre. Y como esa isla caribeña dominada por los Castro desde la invasión de Bahía Cochino, Maduro y sus colaboradores  quieren transformar a Venezuela y convertir a cada venezolano  en una marioneta que puedan dominar a sus anchas en aras de que no puedan huir de esta barbarie llamada Socialismo del Siglo XXI o como dijo Fidel Castro, comunismo.

 




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