No son tiempos para prolongar esa extraña vocación suicida en lo pertinente a la preservación de lo que hemos alcanzado, que no es poca cosa si consideramos que nuestro adversario – o enemigo, como esa aberrante Nomenklatura nos ubica –es la peor fusión de totalitarismo siglo XXI que pudo haberse dado. No es el momento de pasarse a la acera de enfrente, como simples y meros espectadores para criticar, de forma desmedida, y de la manera más cómoda, cualquier modesto o noble intento por renovar y hasta oxigenar las ideas que aparezcan para los momentos que se nos presentan como ineludible reto.

No aporta nada a la deliberación y resulta fastidioso cualquier argumento que venga con ese ritornello de sola confrontación con los pares y  que ya la agudeza concentrada en tan noble intención explicativa  y de catarsis ha expuesto hasta la saciedad.

Hoy día, estas realidades que logran fracturar la unidad, deben afrontarse con acciones y posturas innovadoras, pues ya parece que el destino nos alcanzó, y no hay espacio para retroceder y la ansiedad, la angustia y el sentir del colectivo, así lo exigen. No cedamos a la división. Es bueno que no pensemos exactamente igual, pero seamos capaces de converger al menos para crecer como sociedad responsable ante los tiempos que la vida nos ha deparado; y luego ya habrá tiempo para el juego político, para presentar los diferentes puntos de vista, para exigir lo justo, necesario, y verdaderamente defendible… Pero en su momento.

Hoy tenemos una sociedad más exigente y más politizada que no se conforma con que se le den discursos de unidad, que exige que se le den argumentos que la convenzan. Hoy tenemos una sociedad que exige el respeto a la autonomía de la persona, que reclama el respeto a sus formas de ser y pensar y sobre todo que se considere sus condiciones para defenderse de la presión colectiva y le permitan pronunciarse de manera singular. Hoy tenemos una sociedad que se mueve con la fuerza de sus convicciones y no- como piensan y creen muchos políticos – con la inercia de las circunstancias.

Hoy tenemos una sociedad que exige el respeto a la autonomía de la persona

A los paradigmas de la actuación política se le están exigiendo cambios; los estilos persisten pero los tiempos nuevos exigen modelos nuevos de comportamiento social y político. Se hace menester recordar aquel axioma de Albert Einstein “No se puede pretender obtener resultados diferentes operando siempre de la misma manera y con los mismos métodos”. Hace unos años lo anotábamos: romper paradigmas no quiere decir cambiar y seguir arrastrando los mismos vicios, sino romper con las ataduras que nos limitan. Si queremos romper los paradigmas vigentes en nuestro país, tenemos que empezar por cambiar nuestra actitud de una vez por todas y dejar de lado la presunción de imposibilidad ante las realidades que tenemos ante nosotros. Ha llegado el momento de cambiar estrategias, y por qué no, de romper paradigmas.

Ya se presenta como impostergable el momento de revisar esas debilidades y fortalezas, así como también esas amenazas y oportunidades; de no ocultar los hechos de hoy con esperanzas de ayer; y evitar que la insatisfacción general por la carencia de logros inmediatos avive aún más la confrontación en el seno del sector democrático, en la búsqueda de culpables o de cabezas adicionales por tumbar. La angustia y la incertidumbre no nos pueden conducir a tales desaciertos, pues no hay más espacio para el error.

Jean Paul Sartre tres semanas antes de morir dejó anotadas estas reflexiones: “En cualquier caso, el mundo parece feo, malo y sin esperanza. Pero justamente resisto y sé que moriré en la esperanza, pero esta esperanza hay que fundarla. Hay que intentar explicar por qué el mundo de ahora, que es horrible, es sólo un momento en el largo desarrollo histórico, que la esperanza ha sido siempre una de las fuerzas dominantes de las revoluciones y de las insurrecciones, y explicar cómo siento todavía la esperanza como mi concepción del porvenir”.

Nadie lo niega, la idea de crisis se generaliza en todos los ámbitos. Una vez realizada la necesaria catarsis colectiva por el fastidioso, maluco, chimbo, extenuante, trágico-tramposo, orquestado amañado y cualquier calificativo que se le quiera colocar, pero paso ineludible en la vía hacia la transición, una vez se dejada atrás esa fase que espera una inmediata solución, por el solo  hecho de contar con una ciudadanía mayoritaria  indignada pero tan sólo armada con una soberana arrechera, y, en virtud que la incertidumbre se ha convertido en nuestra  única certeza, se hace necesario replantearnos, con un bloque de hielo en la cabeza y un tizón ardiente en el corazón, las vías para retomar el sendero libertario.

El sociólogo  Manuel Garretón en su obra ¿Polis ilusoria, democracia irrelevante? nos presenta tres vías posibles para salir de la crisis, una vez superada la simple constatación y contemplación autocompasiva que espera una solución surgida mágicamente del hecho de «tocar fondo».

El primero es la ilusión «tocquevilliana», que centra todas sus esperanzas en la sociedad civil y la recomposición del tejido social a través de nuevas formas de asociatividad y organización que rechaza la política.

El segundo es la ilusión «cesarista», que centra toda la esperanza en un líder o en la política tecnocrática cupular, ambos de tendencia autoritaria, y que desconfía absolutamente de la sociedad.

La tercera salida consiste en «aprovechar la crisis como una oportunidad de refundar la polis», reconstituyendo la legitimidad de las instituciones democráticas y fortaleciendo la capacidad de acción política de los actores sociales y políticos.

En estas las últimas semanas hemos podido observar una serie de acontecimientos que han dado al traste con las esperanzas que la gran mayoría de los venezolanos había puesto el referéndum revocatorio como punto de partida para recuperar el país; como por una triquiñuela sin parangón del régimen y sus secuaces,  nos privó de disfrutar una navidad con prácticamente todas las gobernaciones rescatadas por los factores democráticos. Pero como lo afirma el Profesor Benigno Alarcón, la transición democrática en Venezuela no depende de la celebración o no de un referéndum revocatorio, que habría sido un camino ideal para resolver este conflicto por la vía electoral, depende de que la oposición sea capaz de liderar a la mayoría que hoy clama por un cambio para conducirla hacia el ejercicio efectivo de su voluntad. La transición ocurrirá cuando seamos capaces de canalizar y no de castrar el poder de la gente

Ya se acerca el momento de ponerse de acuerdo -una vez más dirán muchos- para lograr crear un consenso sobre las acciones más pertinentes y  realistas, siempre enmarcadas en la Constitución, que nos conduzcan a la salida de este marasmo – que pasa por la salida del régimen – la reconstrucción del país y sobre todo la indispensabilidad de seleccionar un liderazgo capaz de organizar la lucha que tenemos por delante.

Entonces, démosle un espacio a la esperanza.…

 




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