La gente, con sus excepciones, no está hecha para el encierro. Tampoco para permanecer aislada por mucho tiempo. Y tampoco para experimentar ansiedad e incertidumbre de forma continua. La pandemia del Covid19 ha cambiado las condiciones de vida de prácticamente toda la población del planeta. Y por mucho que se diga que este tiempo de confinamiento y soledad se puede usar para la reflexión profunda, para aprender nuevas cosas, para ponerse al día con todo lo que teníamos pendiente y para convertirnos en mejores personas, lo cierto es que la cuarentena apesta, por decir lo menos. No es que haya nada malo en tratar de sacarle el mejor partido posible a una situación sobre la que tenemos muy escaso control, pero muchas veces las buenas intenciones no son suficientes para ponerle buena cara a una situación muy difícil que nunca se había vivido a esta escala. No siempre está uno de humor para hacer limonada con los limones que manda la vida.

Todos nos sabemos los protocolos de prevención (y el que no se los sepa los puede buscar en cualquier lado, que de seguro los encuentra). Hay que lavarse las manos, usar mascarillas, mantener la distancia y cumplir en lo posible con el resto de las recomendaciones que dan los que saben del asunto. Si uno vive en un sitio donde los contagios van en aumento, salir solo para lo indispensable. Y si tiene la suerte de que en su zona la curva se aplanó y los brotes están controlados, se puede dar ciertas libertades, pero sin exagerar porque el bicho puede estar a la vuelta de la esquina. Finalmente, ante cualquier síntoma sospechoso, hay que llamar al sistema sanitario y pedir instrucciones. El resto dependerá de la lotería perversa que ya le ha tocado a más de 15 millones de personas, de las cuales casi 9 millones (un 57%) la han superado y 630 mil (un 4%) ya no están en este plano.

Tengo amigos cercanos que se han contagiado, y hasta ahora todos han salido adelante, libres del virus. También tengo amigos que llevan la incertidumbre y el encierro con un ánimo decentemente elevado, y los hay que van de la depre al aburrimiento al temor y de regreso a la depre. Y quizás una primera reflexión pueda ser que todos estamos en esto, no solo como amigos, familiares y conocidos sino como especie. Saber que hay miles de millones que están pasando por el mismo trance es capaz de producir un cierto sentido de compañía, o de comunidad, que quizás ayude a atenuar la soledad del encierro. Saber que la tristeza de hoy la puede estar sintiendo el pana que vive en la casa de enfrente o en el otro lado del mundo es una excusa para llamarlo o para mandarle un mensaje y compartir las penas; porque las penas, cuando se comparten, duelen un poco menos. Y enterarse de que la familia amiga que vive en México salió de la infección y están todos bien, es una de las pequeñas alegrías que hay que saborear con calma, para que dure.

Por supuesto, que hay casos y casos. Si Ud. tiene la fortuna de vivir en Nueva Zelanda, en Alemania, en Noruega o en Finlandia lo más probable es que a estas alturas pueda llevar una vida casi normal. En España, Italia o Francia parece que lo peor ya pasó, pero es muy posible que se mantenga la costumbre de mirar por encima del hombro por si los rebrotes, y de sentir la incertidumbre siempre cerca, resoplando. Aún con la nueva normalidad, no deja de haber cierta prevención de salir a la calle, con el scanner de peligro en modo sensible. Los que viven en países como Brasil, EEUU, México o el Reino Unido, con malos liderazgos y peores resultados, no lo deben tener muy fácil (aunque siempre habrá tierraplanistas e irresponsables que se toman el virus con soda y no ayudan) y aún les queda un buen trecho por recorrer, cuesta arriba.

Finalmente, en nuestra Venezuela, lo que más inquieta es no saber qué pasa, ni cuánto pasa. Pero es que en el mundo hay países, y luego, más allá del sentido común, están Venezuela y su régimen, que es una pandemia.




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