cuarentena
María Alejandra Oñate junto a sus tres hijos, su hermana y sobrino. (Foto: Kevin Arteaga González)

Hace más de cuatro meses María Alejandra Oñate jamás hubiese imaginado que su ya vulnerable situación podría empeorar. Pero ocurrió. De un momento a otro el hambre y necesidad la obligaron recorrer las calles de Valencia a diario, entre comedores populares y escuelas, buscando alimentos para sus hijos y ella, en medio de una cuarentena que no puede cumplir.

Antes de la llegada de la pandemia de COVID-19 al país, trabajaba como aseadora en un lujoso hotel ubicado en Naguanagua. Con 27 años no llevaba una vida fácil, pues nació y creció en el seno de una familia sin recursos. Sin embargo, el ingreso quincenal por su trabajo, aunque era insuficiente, le permitía aliviar un poco las cargas propias de una madre soltera, con tres niños pequeños.

La mayoría de los sectores de la golpeada economía venezolana se vieron afectados por el decreto de estado de alarma y cuarentena radical ejecutado por Nicolás Maduro para prevenir la propagación del virus. El turístico y hotelero fue uno de los que recibió el mayor impacto ante la disminución de clientes, por lo que se vieron en la necesidad, en muchos casos, de reducir su personal para intentar sobrevivir.

Y así fue como se quedó sin trabajo en plena pandemia. El hotel en el que trabajaba la despidió y su dura realidad empeoró. Ya no recorre los lujosos pasillos, uniformada, rodando un carro de limpieza. Ahora le toca ir de una escuela a otra en San Blas, donde vive junto a su hermana y sus padres, a suplicar por al menos un plato de comida.

Por motivos de las restricciones de movilidad propias de la cuarentena, el desempleo aumentó en 6,9 puntos porcentuales en todo el país. Además, hasta un 43% de los hogares venezolanos reportan imposibilidad de trabajar o pérdida de ingresos. Así lo evidencia la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) 2019-2020, desarrollada por investigadores de las universidades Católica Andrés Bello (UCAB), Central de Venezuela (UCV) y Simón Bolívar (USB).

(Foto: Kevin Arteaga González)

Cuatro escuelas para comer

La rutina de María Alejandra está bien definida. En total, son cuatro centros educativos públicos, con comedores que dependen del Estado, los que visita desde que quedó desempleada. No va a uno solo, porque ninguno le da más de una taza de comida por día. La mayoría de las veces le dan granos con arroz o pasta. “Entonces tengo que caminar a varias escuelas para poder reunir la comida suficiente para sustentar a los tres”, explicó.

Los fines de semana, con las escuelas cerradas, no le queda más opción que probar suerte en comedores populares. Este 26 de julio decidió ir por primera vez a Refugios Pana, cerca de la avenida Cedeño, una fundación que cada domingo lleva a cabo el programa de alimentación “Mesa de Lázaro” para brindar una porción de alimentos a personas necesitadas y en situación de calle.

Desde temprano llegó a la “Mesa de Lázaro” junto a sus tres hijos, su hermana y sus padres. Hizo una fila a la espera de que le sirvieran la comida en cuatro recipientes plástico reusados, en los que viene la margarina de 500 gramos, que ella misma llevó. Luego, como el resto, se sentó en la acera frente a la fundación a alimentar a sus hijos. Ese día fueron más de 400 los beneficiados con una taza de asopado de frijoles, pasta, arroz, un poco de carne y verduras.

Tiene una niña de ocho años y dos varones de cuatro y tres años. Pero su mayor preocupación, aseguró, es el menor, porque nació con riñones inmaduros e hipercalciuria tubular renal. Esto significa que existe un defecto en la reabsorción tubular de calcio, que condiciona el aumento de la excreción urinaria de este mineral esencial en el desarrollo y fortalecimiento óseo. Mientras comían, le prestaba especial atención a él.

Es consciente de las consecuencias que acarrea el que su hijo de tres años se quede sin comer. “Si él no come, sus riñones van consumiendo los pocos minerales que ha agarrado. Lo ves gordo, pero tiene la estatura de un niño de un año y pesa 10 kilos y medio”, detalló. Está casi cuatro kilogramos por debajo del peso que debería tener a su edad, que según la Organización Mundial de la Salud (OMS), es de 14,4 kilogramos.

(Foto: Kevin Arteaga González)

Los resultados de la Encovi 2019-2020 sobre la situación nutricional de los menores de cinco años, de acuerdo con el indicador peso-edad, evidencia que alrededor de 21% se encuentra en riesgo de desnutrición y 8% está desnutrido, un nivel que se distancia considerablemente del registro en Colombia (3,4%), Perú (3,2%) o Chile (0,5%). Igualmente, según el indicador talla-edad, se ha estimado en 30% quienes se encuentran en desnutrición crónica.

La última vez que le hizo exámenes al niño para el seguimiento de la enfermedad fue en diciembre. La falta de dinero le impide llevar un control constante como el que requiere cualquier padecimiento renal. En mayo preguntó los precios en un laboratorio de nefrología, y tan solo uno de los varios estudios que debe realizarle costaba 20 dólares para ese momento, monto que ni siquiera ganaba cuando trabajaba.

De las autoridades gubernamentales María Alejandra no espera nada. Está acostumbrada a ganarse la vida por sus propios medios, aunque en este momento dependa de la caridad para comer. “Lo único que quiero es un trabajo, aunque yo sé que está difícil por la pandemia”, señaló.

El sueldo no alcanza

Jenni López también es una madre soltera, habitante de San Blas. Durante estos cuatro meses de cuarentena, ha tenido un poco más de suerte que su vecina María Alejandra, porque todavía se mantiene trabajando como cocinera en un restaurante. Sin embargo, sus ingresos son insuficientes para mantenerse con su hijo de un año, Jeanpierre, por lo que cada domingo acude a la “Mesa de Lázaro” para intentar ahorrar comida.

En la semana, deja a Jeanpierre bajo el cuidado de la madrina, mientras sale a trabajar. Gana sueldo mínimo (400 mil bolívares, equivalentes a menos de dos dólares), con lo que a duras penas puede comprar algo de comida solo para el niño. Por fortuna, ella logra comer en el restaurante en el que labora. “¿Para qué alcanza el sueldo mínimo ahorita? Para nada”, sentenció.

La Encovi reveló que 96% de los hogares venezolanos están en situación de pobreza y 79% en pobreza extrema, hecho que significa en el último caso que los ingresos percibidos son insuficientes para cubrir la canasta alimentaria. El estudio concluyó, además, que Venezuela se ha alejado considerablemente de sus pares suramericanos, acercándose a la situación que ostentan algunos países del continente africano.

Según Jenni, las bolsas con alimentos CLAP las distribuyen en su comunidad cada tres meses. Recuerda con exactitud que la última vez que llegó fue el 26 de abril, hace ya tres meses, y todavía no hay esperanzas de que les vuelvan a hacer una entrega pronto. Del gas tampoco han tenido noticias desde abril y, después de una semana sin agua, les llegó este domingo un chorrito durante un par de horas.

Jenni López y su hijo de un año, Jeanpierre. (Foto: Kevin Arteaga González)

La calle, su casa

Miguel Escalante lleva aproximadamente tres años viviendo en la calle. “Mi hija murió, se destruyó mi hogar y lamentablemente me tocó esta situación”, dijo el hombre, de 53 años. Desde hace seis meses se “hospeda” en un cartón que despliega sobre los bancos de la Ciudad Hospitalaria Enrique Tejera (CHET), también conocida como Hospital Central de Valencia.

De lunes a sábado resuelve su comida con lo que encuentra en la basura o con lo que otras personas le llegan a dar entre algo de dinero en efectivo o alimentos. Desde hace un año, fijo, acude a la “Mesa de Lázaro” cada domingo. “Vengo para acá por la necesidad de alimento”, sostuvo.

Antes trabajaba como tornero, pero “la compañía se fue a pique por la situación. Además, por la edad pareciera que fuésemos obsoletos en este país”. Miguel sufrió en carne propia las consecuencias del debilitamiento del otrora robusto parque industrial de Valencia, que en su mejor momento llegó a agrupar 40% de toda la industria venezolana y a generar más de 600 mil empleos directos.

Las historias de María Alejandra, Jenni y Miguel no son aisladas, ni tampoco tienen como único origen la pandemia por COVID-19. La llegada del virus al país solo profundizó todos los problemas preexistentes: desde la crisis económica sin precedentes, hasta la Emergencia Humanitaria Compleja.

Los alrededores de Refugios Pana se llenan de personas que esperan un plato de comida cada domingo. (Foto: Kevin Arteaga González)



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