En estos días, buscando en el baúl de los recuerdos, como diría la cantante española Karina, me encontré con una anécdota que tiene que ser contada. He tenido la dicha de compartir con grandes músicos como Aldemaro Romero, Henry Martínez, Otilio Galíndez, o con otros más faranduleros como Chucho Avellanet, Raphael, Carlos Moreán, Carlos Mata o Guillermo Dávila, pero hay una anécdota que me recuerda siempre lo que es la humildad.
Conocí a Álvaro Granadillo González cuando era apenas un niño. Su padre, Álvaro Moisés, es mi amigo de hace muchos años, compañero gaitero, de esos músicos geniales, multi instrumentistas y su hijo, Álvaro Esteban, resultó una versión mejorada a la del padre. Tal vez tenga que ver algún ingrediente añadido por su madre, Mildred González, muy querida amiga.
Al maestro Juan Vicente Torrealba lo conocí gracias a Marianela Ramos, otra amiga de toda la vida que, como cosa rara, es músico, fundadora del Grupo de Música Popular Latinoamericana de la Universidad de Carabobo. Mi hermano Juan Pablo Correa era director de ese grupo y, aprovechando que Marianela había sido cantante de Los Torrealberos, hizo la conexión entre el maestro y los músicos de la Universidad de Carabobo.
Cabe destacar que, para los valencianos, el maestro Torrealba puede significar mucho. Desde el autor de piezas que acompañaron la infancia de la mayoría de nosotros, los que hoy ya somos algo más que adultos, como “Muchacha de ojazos negros”, “Barquisimeto”, “Esteros de Camaguán” y “Rosa Angelina”, hasta el compositor del himno de Valencia que no nos cuadra, porque es valse y no un himno.
Hciendo un paréntesis, esto se debió a que, en el acto de juramentación de Edgardo Parra como alcalde de Valencia, el presidente Chávez, manifestó que los símbolos de la ciudad eran pavosos, justamente cuando le ponía la banda al nuevo alcalde; específicamente se refirió al escudo de la ciudad bordado en la banda, porque tenía la corona de España, la corona que conquistó y arrasó estas tierras. Es el símbolo de la colonia ¡abajo la colonia! ¡Viva la Independencia! Todo entre vítores y aplausos del público. Luego dijo que había que entregársela a la presidente de la Asamblea Nacional para que la pusieran en un sótano y agregó: Eso es el demonio, hay que hacer un exorcismo en la alcaldía de Valencia.
Como es de suponer, el alcalde Parra de inmediato cambió nuestros símbolos. Y el himno de nuestra ciudad, “Bajo tu límpido cielo”, del poeta Leoncio Lucena y el maestro Otto Sandoval, también fue a parar a un sótano, porque Parra abrió un concurso, que al final no tuvo ganadores, por lo que el alcalde decidió que “Valencia”, la canción letra de Ernesto Luis Rodríguez y música de Juan Vicente Torrealba, fuera el nuevo himno de Valencia. De esta manera, en febrero de 2009, cuando Juan Vicente cumplía 92 años, la alcaldía valenciana le rindió homenaje elevando su canción, “Valencia”, a himno oficial de la capital del estado Carabobo. Fue designado huésped de honor y se le entregó la llave de la ciudad. El maestro, muy agradecido, aclaró que la letra no era suya sino de Ernesto Luis Rodríguez y pidió que no le cambiaran el ritmo a la canción, es decir, que no la interpretaran a ritmo de himno y sus deseos han sido respetados.
Regresando al tema, el 20 de febrero de 2011, el maestro José Antonio Abreu, decidió celebrar los 94 años del maestro Torrealba con un concierto de su música, interpretado por la Orquesta Sinfónica Juvenil de Caracas, dirigida por Gustavo Dudamel. Los arreglos estuvieron a cargo de mi hermano Juan Pablo y de Álvaro Granadillo. Ambos arreglistas se repartieron las piezas y Álvaro arregló, entre otras, “Concierto en la Llanura”. Las Brujas y Zuzón de la Universidad de Carabobo, al que pertenecí desde su fundación, cantamos “La Potranca Zaina”, con arreglo de Álvaro y, el Grupo de Música Popular Latinoamericana, “Rosario”, con arreglo de Juan Pablo.
En aquellos días pudimos compartir con el maestro Torrealba de manera íntima; en su apartamento, lleno de fotos con personajes importantes; conocimos a Mirta, su encantadora esposa, a quien él le había dedicado su “Potranca Zaina” y nos contó que estaba haciendo un libro autobiográfico que contendría fotografías tomadas casi todas por él y un CD con sus audios contando cada anécdota. Prometía ser un buen libro.
El concierto se llevó a cabo en la Sala “Simón Bolívar” del Centro Nacional de Acción Social por la Música, con capacidad para 880 personas. Además de contar con un órgano tubular “Klais”, donado por Fundación Polar, llaman la atención sus butacas, porque el diseño del tapizado se le debe al artista Carlos Cruz Diez.
Total, que el concierto fue un éxito. El director, Gustavo Dudamel, quedó encantado con los arreglos. Entre Dudamel y Juan Pablo hay una vieja amistad. Recordaron que fue Juan Pablo quien le propuso, siendo todavía un niño, que dirigiera a sus compañeros violinistas, en una presentación privada que dieron en Valencia, con arreglo de Juan Pablo y en la que cantó Lucía Montanari, mi comadre, que ahora dirigía Las Brujas y Zuzón. Ahora, en pleno concierto, Dudamel dijo al público con orgullo, que “Concierto en la llanura” lo acompañaría por todo el mundo y a Álvaro, lo trató de “maestro”.
Al poco tiempo, Juan Vicente Torrealba nos hizo llegar un ejemplar de su maravilloso libro autobiográfico, con unas fotos espectaculares de los llanos venezolanos, tomadas por él, como dije anteriormente. Ya casi terminando el libro publicó las partes de uno de los arreglos. Álvaro no nos dijo nada. Pero el arreglo publicado en el libro autobiográfico de Juan Vicente Torrealba, es el de “Concierto en la Llanura”, de Álvaro Granadillo y ahí, recibimos todos, una lección de humildad, la más bonita de las cualidades.