Estoy en Buenos Aires desde comienzos de junio de este año. La idea era visitar a mi hija Isa y a mi hermano Juan Pablo, que viven en esta ciudad desde hace siete años y que hicieron que nos sumáramos a la lista de familias venezolanas, separadas gracias a los problemas de nuestro país.
La idea inicial era pasar aquí tres meses con ellos y reunirnos todos los Ramos Correa, que no estábamos juntos desde 2016. Ya Isa nos había visitado en febrero de este año, pero a su hermano menor, Juan Sebastián, no lo vio, porque también huyó en 2019, a Madrid. Así que nuestro hijo “madrileño” también vino a Buenos Aires y pasamos dieciocho días inolvidables, toda la familia y aquellos agregados queridos, que siempre están ahí, como María Lucía Briceño, César Manzanilla y Axel González.
El frío nos atacó fuerte. A mí me dio una bronquitis que mi esposo, médico homeópata, logró curar. Pero a él, también lo había atacado el inclemente clima en sus piernas. Cada vez que salíamos, se quejaba del frío que sentía en sus extremidades inferiores. Al final resultó ser una vasculitis que, así como agredió sus piernas, también arremetió contra sus riñones, cosa que se evidenció cuando faltaban dos días para regresarnos.
Solo retornó al país mi hijo mayor, César y mi marido fue hospitalizado en Hospital General de Agudos “Dr. Ignacio Pirovano”, un centro de salud ubicado bastante cerca de la residencia de mi hija. Recuerdo que le dije a la médico de guardia que nos iríamos en dos días a Venezuela y me respondió que bajo mi responsabilidad, porque era un paciente delicado y que ella no le daría el alta.
Llamamos a la línea aérea para pedir la liberación de los pasajes, para lo cual habría que pagar una multa de trescientos dólares entre los dos, a no ser que se demostrara, con constancia médica, la enfermedad de Sergio y así lo hicimos. Ahora tenemos el pasaje abierto por un año. Por otra parte, mi hija fue hasta Migraciones, del Ministerio del Interior, para solicitar un permiso de estadía para nosotros, ya que sólo se nos aprueban tres meses como turistas.
Después de una semana de hospitalización, comenzaron las diálisis. En el Pirovano no hay máquinas que hagan este procedimiento y, el Gobierno de la Ciudad, prestó la máquina, sin importar que el enfermo fuera un turista que no paga impuestos. Y a mi marido le salvaron la vida.
Para no tener que depender de la posible inestabilidad que implica la caridad del Gobierno de la Ciudad, mi marido fue trasladado al Hospital “Dr. Cosme Argerich”, uno de los más grandes y mejores de Argentina, que ofrece un sistema de salud pública, gratuito y de alta calidad, que se brinda a todos los ciudadanos que viven y transitan la ciudad de Buenos Aires, es decir, a mi marido, que es un turista, también le tocó su parte. Y conste que este hospital también es manejado por el Gobierno de la Ciudad.
Le hicieron exámenes de todo tipo, desde los de laboratorio, hasta ecografías, radiografías, electros, un ganmagrama óseo y un fondo de ojos, sin dejar de hacerle las hemodiálisis que necesitan sus riñones. Lo han consultado todos los especialistas, incluyendo diabetólogos, especialidad que ignoraba que existía. Y los gastos nuestros solo se han destinado a los taxis que nos llevan a diario a visitarlo. Es decir, todo lo relativo a su enfermedad, ha sido gratis.
En otro orden de ideas, mientras mi marido lucha por su salud en Buenos Aires, en Valencia, Miguel, cuñado de la Morocha, la nana de mis hijos, lucha por la suya. Miguel, de cincuenta y tantos años, después de una subida de tensión, hace unos días sufrió un ACV.
Está hospitalizado en el Central. A diario nos comunicamos con la Morocha y nos dice que los gastos son impresionantes, porque el Hospital Central de Valencia, no tiene nada que ofrecer. Entregaron un listado de cosas que deben llevar los familiares del hospitalizado y diariamente los dólares se van sin piedad. Da lástima, un hospital que fue maravilloso, con médicos excelentes (tal vez todavía los tenga), un centro de salud pública, gratuita, que era la garantía de salud de los valencianos de pocos recursos, y no ofrece casi nada.
Ayer, la taxista que nos llevó a casa era una venezolana. Como entre paisanos, es fácil conversar, me dijo que era de Guacara, licenciada en enfermería y que tuvo que salir de Venezuela porque, además de ganar un sueldo miserable, en el hospital donde trabajaba no tenían insumos y que a veces tenían que reutilizar guantes, cosa completamente antihigiénica.
Así está la salud en mi país. Sin mencionar que, los seguros médicos con los que contábamos los profesores universitarios, ahora no ayudan mucho, porque la suma asegurada es mínima o son impagables.
Alguien me contó que, en aquellas épocas del “exprópiese”, una potencia europea había donado a una clínica, más de cien máquinas para realizar hemodiálisis y el presidente Chávez ordenó devolverlas, porque éramos un país próspero que no necesitaba limosnas. Sin embargo, también me han comentado que, para enfermedades renales, en Carabobo, el gobernador Lacava ha ayudado a ciertos hospitales, cosa que le alabo.
Cada día damos gracias al Señor porque mi marido se enfermó en Buenos Aires y no en Valencia. Imagino que ya hubiéramos necesitado un GodFoundMe. ¿Qué hay que hacer para salir de esta pesadilla? Por lo pronto, ir a las primarias y conseguir un candidato único, que ya se vislumbra quién será.
Dice la tradición que antes, cuando se le quería desear a un enemigo, un mal augurio, se decía: “entre abogados te veas”, ahora me imagino que será: “entre hospitales te veas”, pero que sean venezolanos.