La Valencia de antier, aquella que recibió a Boves, a Morillo y a Páez, había sido testigo, en el siglo XVIII, de la construcción de una de las casonas residenciales más importantes de su historia. La mandó a construir Don Carlos Tamayo y Pérez de La Fuente, que posteriormente dejó en herencia al ganadero Don Carlos Miguel Hernández de Monagas y Salazar, oriundo de Canarias, quien se mudó desde San Carlos, donde tenía grandes propiedades, haciendas y casas, porque era un hombre de mucho dinero.
Esta casa, ubicada en el antiguo “Camino Real”, frente a la Plaza de los franciscanos, hoy Plaza Sucre, es de las construcciones más antiguas de Valencia, conjuntamente con su vecino, el edificio emblema de la Universidad de Carabobo (antiguo convento de San Buenaventura), el Hospital de la Caridad (hoy “Casa de la Estrella”) y la Casa de los Celis.
De la unión de Carlos Miguel Hernández de Monagas con su esposa, María Isabel Yépez de Lozada, se conocen seis hijos, José María, Juan Antonio, Carlos, María del Rosario, Rosa y Trinidad. El primero fue Subteniente realista de Batallón de Milicias, los otros dos fueron sacerdotes, uno de ellos, Carlos, llegó a ser comisario general del Santo Oficio de la Inquisición. Las hijas se dedicaron, como buenas damas valencianas de la época, a oficios del hogar. De ellas solo se casó María del Rosario, con el Subteniente de Granaderos José Francisco de Paula Galíndez y Anzola. José María, el mayor, también se casó. Su esposa fue Josefa del Carmen Llanos y Gárate y una de sus hijas, María Dolores Hernández de Monagas Llanos, se casó con el alemán Johann Von Uslar, y son bisabuelos del escritor venezolano Arturo Uslar Pietri.
El historiador Luis Heraclio Medina narró hace poco, en su artículo Crónica criminal del pasado: El primer “cangrejo” de Valencia, cómo fue asesinado el presbítero Carlos Hernández de Monagas, a las puertas de la iglesia La Candelaria, mientras supervisaba las obras de su construcción, el año 1809. El padre Carlos era rico de cuna y cuando encontraron su cadáver, su caballo permanecía amarrado junto a él, con todas sus pertenencias encima, su fina ropa, las espuelas de plata, la hebilla de oro, todo estaba intacto, por lo tanto, el móvil no había sido el robo. Entonces, ¿quién habría querido matar a este sacerdote? Muchas hipótesis hay del tema, pero ninguna fue demostrada.
Frente a la casa, el Obispo Diego Antonio Diez Madroñero, comenzó a construir un hospital, en 1764 y a los cinco años, paró la construcción. Entonces, mucho después, sus vecinos, los sacerdotes, Juan Antonio y Carlos Hernández de Monagas, conjuntamente con los hermanos Marcos y el presbítero Juan José Rodríguez Felipes, terminaron de construir el edificio, totalmente financiado por ellos, para hacer del lugar, el “Colegio de Niñas Educandas” con un convento anexo para monjas carmelitas descalzas, el Beaterio de las Carmelitas. Recordemos que, para esa época, mediados del siglo XVIII, las escuelas eran exclusivamente para varones. Allí enseñaban letras, quirografía (hoy caligrafía), dibujo, bordado y música. Esta escuela permaneció ahí por casi cien años. Y digo yo, como cualquier valenciana, en ese beaterio estudiaron mi tatarabuela Antonia Guinán de González y mi bisabuela Carolina Salas Limardo de González.
Cuando llegó el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, en 1874, esta casona, que pertenecía a la iglesia, le fue expropiada, se clausuró la escuela y, con los años, por orden del presidente de la república, el palacio se convirtió en Casa de Gobierno de la provincia de Carabobo y somos la segunda ciudad en Venezuela en tener un capitolio.
Por otra parte, la casa de los Hernández de Monagas, fue prestada al gobierno de Carabobo por cien años y se destinó para la educación, creándose el “Colegio Nacional de Niñas del Estado Carabobo”, por decreto Nº1878. La rectoría del mismo se le comisionó a la Universidad Central de Venezuela. Posteriormente, en 1912, durante la presidencia del general Juan Vicente Gómez, se estableció el colegio «Fernando Peñalver» como un gesto destinado a ampliar las oportunidades educativas para las niñas de Valencia. Este acto de reconocimiento a uno de los destacados héroes civiles de nuestra lucha por la emancipación se materializó mediante un decreto emitido por el ministro de Instrucción Pública, el Dr. José Luis Fortoul, el cual fue oficializado en la Gaceta Oficial el 22 de enero del mismo año. La primera directora fue la Srta. Luisa Cortinal Gil.
A finales de los años cincuenta, ya la casa había pasado a ser propiedad del estado Carabobo y el ejecutivo decide, en 1958, otorgarle oficialmente a la Escuela de Teatro «Ramón Zapata» su estatus como una institución dedicada a las artes, gracias a la labor realizada por la Asociación Carabobeña de Arte Teatral. Previo a encontrar su ubicación definitiva, la escuela exploró numerosos locales, incluyendo la antigua Escuela de Bellas Artes, donde antiguamente había funcionado la cárcel de Valencia. Finalmente, logró establecerse de manera independiente en la histórica casa de los Hernández de Monagas, nuestra protagonista de hoy.
Ya había escuchado que la escuela Ramón Zapata, o la casona de los Hernández de Monagas, estaba muy deteriorada, aunque por fuera se veía preciosa.
La Sociedad Amigos de Valencia, ya se pronunció, como también lo han hecho muchas personas e instituciones que aman nuestra ciudad, el hecho es que se está cayendo la sede de la Escuela de Teatro Ramón Zapata, o la casa de los Hernández de Monagas, a pesar de que está bellamente pintada, pero ahí se demuestra que no basta maquillarse, los arreglos tienen que hacerse de manera profunda.