La maestra Luz López no tuvo otra opción. (Foto Dayrí)

Luz López no tuvo otra opción. Ella ya no pasa la mañana dando explicaciones con tiza en mano frente a su audiencia de niños en un salón de clases. Ahora ve pasar sus días atendiendo a quienes van a su quiosco de perros calientes y hamburguesas, como la única manera que encontró para sobrevivir.

Tiene casi 25 años de servicio y dos hijos que debe mantener. Y con el salario del Ministerio de Educación es una tarea imposible para ella.

Decidió no incorporarse a clases este año escolar porque el sueldo mínimo que recibe apenas le alcanza para tres kilos de comida.

No fue fácil. “Yo amo mi profesión, pero no es justo que tras haber pasado cinco años en pregrado y dos años y medio en especialización esté dando lástima cuando he entregado mi vida a estudiar y a enseñar a muchos niños del país”.

Mientras trabaja en su quiosco, ubicado en la avenida Enrique Tejera, a 50 metros de Las Ferias, se convence de que no retornará a las aulas. Ahora, con todos los gastos que tiene en el negocio, tiene una ganancia de 20 dólares semanales con los que al menos garantiza la comida en su hogar.

Está haciendo los trámites para la jubilación que ya le corresponde. “Y esa será una triste historia porque yo pensaba que al llegar ese momento estaría con estabilidad económica cuidando de mi hijo menor y dedicándome a mis cosas personales, pero me he dado cuenta que tengo que empezar de nuevo porque he quedado en cero, lo que me van a pagar no me alcanza ni para los pasajes de todos los días”.

Como ella, son muchos los docentes que se dedican a otras labores para sobrevivir, “es lamentable, pero así nos tocó”.

Colegios sin condiciones

Luz conoce muy bien la realidad del plantel en el que trabajó por 25 años. Sabe que, por lo general, no hay agua y que los baños están cerrados la mayor parte del tiempo.

Ese es otro de los motivos por los que decidió no incorporarse a las aulas. “El temor al contagio de COVID-19 es muy grande y no hay condiciones para protegernos”. Tampoco cuentan con dotación de implementos de bioseguridad.

“Es que ni cloro nos manda el gobierno para desinfectar y limpiar las áreas… Quién va a estar en una escuela donde los alumnos no tienen dónde sentarse, llegamos y no hay agua, los baños están cerrados, no es que se considere que estamos de parte de la oposición, sino que es algo que está sucediendo”.

También sabe que muchos de los estudiantes acudían a los colegios para gozar del servicio del Programa de Alimentación Escolar (PAE), “pero en este momento ni eso les dan, antes al menos arroz solo comía, pero nadie va a gastar 10 dólares en zapatos y otros 10 en una camisa del uniforme para ir a la escuela y no hay ni comida”.

Desde la Federación Venezolana de Maestros en la entidad se calcula que la deserción de profesionales es de 61 %, mientras que el Sindicato de Educadores tiene reportes que 90 % del sector que aún está en los planteles, se dedica también a otras labores para sobrevivir.

La maestra mientras trabaja en su quiosco, ubicado en la avenida Enrique Tejera, se convence de que no retornará a las aulas.



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