14.000 millones de dólares. Ese es la impresionante suma gastada por los candidatos a las elecciones presidenciales y legislativas en Estados Unidos, un récord absoluto que muestra a la ciudadanía dispuesta a subir la apuesta en los estados bisagra, motivada por un rechazo visceral del bando opuesto.
Es casi el doble de lo gastado hace cuatro años, y más del triple que en el año 2000, según el Centro por una Política Responsable, un centro de reflexión independiente sobre los gastos electorales.
Pero aunque los gastos sean récord, no garantiza el éxito de ningún candidato.
Así lo ilustra el año 2020: los demócratas, que buscan retomar el control del Senado, gastaron sin freno para arrebatar los escaños de pesos pesados republicanos como el líder de la Cámara Alta, Mitch McConnell (Kentucky), Lindsey Graham (Carolina del Sur) o Susan Collins (Maine), pero fracasaron en el intento.
Dinero "desperdiciado"
El demócrata Jaime Harrison fue derrotado fácilmente por Lindsey Graham tras gastar la suma récord de 108 millones de dólares, bastante más que su adversario, gracias a donaciones de los demócratas de todo el país, según Karl Evers-Hillstrom, del Centro por una Política Responsable.
«A todos los progresistas de California y de Nueva York les digo: han desperdiciado mucho dinero», ironizó Graham tras su reelección.
Otra sonora derrota fue la de Amy McGrath, la candidata para derrotar a Mitch McConnell, en el Senado desde hace 45 años y pesadilla de los demócratas, vilipendiado recientemente por haber orquestado la rápida designación de la jueza conservadora Amy Comey Barrett en la Corte Suprema, días antes de las presidenciales.
McGrath, expiloto de caza, quemó en vano 88 millones de dólares en la segunda batalla más costosa de la historia de las elecciones al Senado estadounidense.
Los republicanos perdieron algunas apuestas costosas, pero menos espectaculares. Recaudaron 10 millones de dólares de todo el país para impedir la reelección en Nueva York de la representante Alexandria Ocasio-Cortez, estrella del ala más izquierdista del Partido Demócrata y encarnación de la supuesta amenaza «socialista» que denuncian los trumpistas.
Pero la legisladora de 31 años, as de las redes sociales, venció por 38 puntos porcentuales a su rival, el expolicía y profesor de una escuela católica John Cummings, de 60 años, tras recaudar 17 millones para su campaña en una de las batallas electorales más caras a la Cámara Baja.
La furia, fuente de donaciones
Frente a estas apuestas perdidas, los expertos en financiación electoral gustan de recordar que incluso en Estados Unidos, donde se permiten donaciones de campaña casi ilimitadas, «una elección no se puede comprar».
Si bien el dinero es necesario para comprar la publicidad necesaria para hacerse conocer, un bombardeo publicitario no permite revertir tendencias fuertes.
«Si estás en un estado profundamente republicano, las posibilidades (de que gane un demócrata) son cerca de cero», dijo Evers-Hillstrom.
Para el exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg, uno de los hombres más ricos del mundo, aprender la lección en las primarias demócratas le hizo daño al bolsillo: no pudo imponerse pese a gastar 550 millones de dólares.
¿Entonces por qué se gasta tanto? Para Michael Malbin, profesor de ciencia política de la Universidad del estado de Nueva York (SUNY), mucho se debe a la polarización creciente de la era Trump.
La motivación es uno de los elementos esenciales para todo donante, dijo este experto en financiación electoral. «La furia y el rechazo», sea del «trumpismo» o de los «izquierdistas», por ejemplo, «son factores de motivación más poderosos» que el apoyo a una causa en particular, señaló.
Por eso no es sorprendente que las mayores sumas se concentren en las campañas de candidatos que desatan pasiones, como Mitch McConnell, Lindsey Graham o A.O.C.
Mientras miles de donantes financian estas batallas ultramediatizadas, "el 90% de las campañas electorales del país están subfinanciadas", subrayó Malbin.
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