El miedo y el temor, en todas sus formas y amenazas, han perseguido a los seres humanos a lo largo de toda la historia universal. En términos generales, el miedo es una alerta que ha estado siempre pendiente sobre las naciones y los seres humanos. Las grandes guerras mundiales son dos de los mayores duros ejemplos de estos tipos de emociones humanas. El miedo es una aversión ante las amenazas pendientes, que acosa y puede matar a las personas selectivamente, o multitudinariamente, tan rápidamente como lentamente. El terror amenazante casi mataba, de antemano, a muchos de los escogidos por los asesinos nazis para ser cremados en los campos de concentración, o ante las crueles torturas de esos criminales…

No temas a la prisión, ni a la pobreza, ni a la muerte; pero, témele al miedo”. Eso dijo Giacomo Leopardi (1798-1837), poeta italiano, dos siglos atrás al tiempo presente. ¡El miedo –quiso decir, Leopardi– es más temible que la prisión, que la pobreza y la muerte! Ahora, casi al día con la historia presente, Bob Dylan, cantautor estadounidense, cuestionó en su música a la muerte trágica, al preguntarse: “¿cuántas muertes más serán necesarias, para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas?

El miedo es una alerta, es una aversión a las amenazas, que acosa y mata lentamente. Pero, el miedo a una amenaza inventada es mayor que el peligro real de esa amenaza. No heredamos el miedo. Sentimos miedo a una persona, quizás porque la hemos empoderado, fortalecido, entronizado, y concedido poder sobre nosotros. Porque la hemos autorizado. Entonces, podríamos decir que el miedo es de sabor “amargo” y tiene una “odiosa” presencia…

El miedo y el terror nacen y se expanden en muchas de nuestras sociedades humanas, en algunos los países, en los sistemas autocráticos de gobierno, en las privaciones y carencias ciudadanas, con efectos perjudiciales y destrozos emocionales en grandes sectores de la población. Ahondando al respecto, es posible considerar que ambas condiciones (miedo y terror) pueden verse “florecer” ahora, también, como sofisticadas tecnologías, tácticas o recursos de manipulación, propias de organizaciones humanas y sociedades nacionales y universales. Estas variantes de manipulación están tan desarrolladas, que resultan funcionales, y hasta “necesarias”, como instrumentos de control ciudadano, social y de algunas naciones (unas más que otras). ¡Por ello, se les alienta y se les utiliza políticamente; se les administra! Algunos otros casos son los miedos derivados de violencias y crueldades muchas veces incomprensibles —como las ideológicas, las económicas, las terroristas y las mafiosas—, todas encriptadas en los propios aparatos estatales de las naciones.

Aunque de distintas maneras, todos somos blanco —y víctimas— de estas manipulaciones del miedo. Pero, esto no nos convierte a todos, de ninguna forma, en sujetos pasivos que esperan por ver que hacen los demás. Somos objeto de estrategias que alientan en nosotros el miedo y desencadenan el terror; pero, al mismo tiempo, tenemos la capacidad de comprenderlas, de saber cómo se generan y cómo actuar… El miedo en sí mismo es positivo, cuando nos ayuda a alejarnos de un suceso que nos afecta, o para el cual todavía no estamos preparados. ¿Qué pasaría si viviéramos sin miedo? Sólo existe una posibilidad: viviríamos de forma tan temeraria, tan arriesgada, que pondríamos en peligro nuestra vida y moriríamos a los pocos días de no tener miedo. ¡El miedo cumple un papel fundamental: la supervivencia! Pero eso no quiere decir que gritemos: ¡Viva el miedo!




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