El incansable e insigne demócrata, profesor (UCV) Luís Montes hace pocos días dejaba en el aire unas serias – como todas sus observaciones – interrogantes que nos invitan a reflexionar a propósito de un tema delicado, que si bien tan viejo como la humanidad, pues hay autores que ubican su origen en la Grecia Antigua por aquel término «metanoeo», que significa “cambio de mente” pero se traduce como arrepentimiento; en tanto que para la teología judeocristiana el equivalente al término arrepentimiento es traducido del Hebreo «(תשובה)», que significa literalmente “volver” o «volverse»; el hecho es que el arrepentimiento es algo que aún no se vislumbra en la irresponsable Nomenklatura que dirige este perverso régimen, que ha conducido a nuestro país a la peor crisis de toda su historia como república, pero ante la indescriptible catástrofe que ha resultado esta “revolución bonita”, y por lo que reseñan las encuestadoras más creíbles del país, ya el 80% de la ciudadanía quiere salir de este marasmo tan absurdo y para ello, bien lo sabe, hay que salir de este gobierno.

Apuntaba el Profesor Montes: “Habría que hacerles una pregunta a los que votaron a Chávez que deberían contestar con la más completa honestidad (cuestión altamente dudosa), ¿qué les llevo a votar a Chávez, aunque hoy muchos estén decepcionados?. ¿Examinaron cuidadosamente sus propuestas? O resulta que el desastre actual no tendría nada que ver con el «comandante eterno» como musitan muchos chavistas arrepentidos. ¿Cuántos de los votantes de Chávez han hecho autocrítica? Hemos vistos a opositores apesadumbrados por la muerte de Fidel Castro, a quien idolatraban. ¿Resulta que lo ha ocurrido en Venezuela no tiene nada que ver con «el caballo» y su amado hermano Raúl? ¿Quiénes seleccionaron al «presidente obrero» como sucesor de Chávez y hoy lo siguen sosteniendo irrestrictamente?…”

Por supuesto que del estamento gubernamental no habrá ninguna señal de arrepentimiento, pues su esencia así lo dicta. Santiago Carrillo, un sempiterno Secretario General de Partido Comunista español dejó esta histórica máxima: “En la política, el arrepentimiento no existe. Uno se equivoca o acierta, pero no cabe el arrepentimiento”; en tanto uno de los “Padres” de este desastre –Fidel Castro- le confiaba en una entrevista a Ignacio Ramonet: “He cometido errores, pero ninguno estratégico, simplemente táctico. No tengo ni un átomo de arrepentimiento de lo que hemos hecho en nuestro país.”

En estos seres no se advierte ni el más mínimo atisbo, ni el mínimo asomo de un mea culpa por las desgracias causadas, por las tragedias producidas, de haber impedido a toda una Nación ingresar con seguridad, salud y concordia, al Siglo XXI.
El arrepentimiento es a la vez una confesión y la expresión de un pesar por una falta, en la esperanza de un perdón. La falta hace que se sienta culpable el que la cometió. La confesión es el acto por medio del cual el sujeto declara haber cometido la falta. El pesar es otro acto con el cual se expresa que no se ha debido actuar de cierta manera… Ahora bien: ¿Se imaginan, estimados lectores, un sublime acto de arrepentimiento del régimen? ¿Visualizan al estamento gubernamental reconociendo que han actuado mal al llevarnos a esta espeluznante situación?
¿Los ven reconociendo actos corrupción, de negligencia, de injusticias, y expresando al mismo tiempo pesar por haberlos cometido, porque asumir una falta no equivale necesariamente a arrepentirse?…
¿Les imaginan mostrando remordimiento por tanta incapacidad en 18 años de terribles desaciertos? ¿Acaso se prevé una escena en la cual estos seres bajen la cabeza, asuman responsablemente sus desaguisados y esperen con dignidad el merecido castigo?

Nos dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que el arrepentimiento consiste en el pesar de haber hecho algo; y su origen nos llega del latín «poenitere», que significa ser penitente… sin embargo, este régimen y sus secuaces tienen como penitente a todo el pueblo venezolano, en tanto que ellos tan solo consideran – en ese extraño pragmatismo – que tan solo ejercen sus funciones como consecuencia de la decisión del “Soberano” que les eligió y que por tanto deberán aplicar las medidas en “favor del pueblo”… luego, una disparatada decisión no puede ser subsanada con muestras de arrepentimiento público. Lo único que logramos observar son las quejas por la falta de comprensión y una justificación en nombre de “todos esos grandes logros revolucionarios”.

De darse cierto arrepentimiento no será otra cosa que una falsa confesión. Por otro lado, los no muy convencidos partidarios y militantes todavía desean creer y celebrarán el arrepentimiento, pero sólo en apariencia porque saben que hay que defender, a como dé lugar, este desvencijado parapeto. Como mentirosos que son, intentarán ciertos malabarismos publicitarios para recobrar su credibilidad. José Saramago se preguntaba: “Para qué sirve el arrepentimiento, si eso no borra nada de lo que ha pasado. El arrepentimiento mejor es, sencillamente, cambiar”. Para que nuestro país salga – esperamos en un futuro no muy lejano – de esta absurda travesía, lo principal no es que crea en los arrepentidos y los perdone, eso va en cada uno y no se puede exigir, lo fundamental es que quienes tengan que arrepentirse lo hagan. El arrepentimiento no es solo pedir perdón a otros, es pedirse perdón a sí mismo por haber traicionado el futuro de su país. Para eso, más que entereza, hidalguía y coraje, hace falta don de gentes y altas dosis de humanidad…
Manuel Barreto Hernaiz




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