El concepto de liderazgo se ha hecho, a veces, una expresión pervertida, descalificada con nombres y dominios insanamente comprometidos. El único liderazgo, el auténtico, el a veces calificado en error como el “bueno” (porque el “malo” no existe), es una única forma de movilización personal, de entender y hacer eficiente a grupos y sociedades humanas. El liderazgo es una realidad de solidez, solvencia y presencia activa, que puede surgir en todo lugar y tiempo,  aunque a veces se haga difícil de iniciar, desarrollar y sostener. Sólo con una presencia movilizadora constante, y una orientación clara, podremos hablar con nombre completo: “liderazgo de personas y sociedades”…

“Quien quiera ser líder, debe comprender muy bien el sentido de la motivación central que le impulsa, y sentirse a plenitud existencial mientras cruza los puentes y distancias que le llevan triunfal con sus colaboradores”. Esos líderes pueden desaparecer, ocasionalmente, pero sólo bajo presiones estratégicas o tácticas que operen en condiciones desventajosas; así mismo, pueden reaparecer fortalecidos, en avances y logros.

Del buen líder podemos decir muchas cosas, mayormente favorables. Podemos asegurar que, en el momento crucial, cuando se haya completado el trabajo y las acciones del líder, y cuando estén cumplidos los compromisos propuestos, sus seguidores –agradecidos y dinamizados– dirán: ¡Nosotros lo hicimos, lo logramos! ¡Nosotros, juntos, hemos cumplido! Una vez más veremos cómo, al comprender la esencia de los detalles, el valor absoluto y relativo de lo pequeño, y el valor relativo de lo escaso, se engrandece así la figura de todo líder.

Por esto mismo, “el mayor peligro para un líder, señaló Emile Chartier, es que tenga una idea, y que sea ésta la única que tenga”, porque veríamos un liderazgo en decaída y debilitamiento, en proceso de devaluación ante las circunstancias: que reacciona pendiente del “equilibrio” pasajero; ajustado a la improvisación y el riesgo, ubicado fuera de los tiempos. Un liderazgo eficiente no es el que vive de la calistenia y ejercitación física, para tratar de correr más deprisa que los demás, porque no es el liderazgo una exhibición de poses y acciones, de machismos y propaganda. ¡Estrategia e inteligencia triunfan sobre la fuerza bruta! Como orientador y guía, el líder debe señalar el camino, y lo escoge entre varios, ya transitados en sueños, o con visión de futuro. En este sentido, el líder, como escribió el gran Antonio Machado, poeta emérito, también “se hace camino al andar”.

Esta adaptabilidad a los cambios situacionales, y la generación constante de ideas, dejan ver dónde está presente un líder: ¡Vivir en el presente histórico, estar en el momento social y político preciso, son otras características del liderazgo eficiente! El líder se maneja bien en las dificultades, opera con naturalidad en las cosas grandes, porque las presenta como si fuesen pequeñas. El líder organiza y da sentido a lo que es caótico y desordenado. Siempre se busca un liderazgo “ideal”, como centro importante de cualquier escenario o circunstancia social. La condición de liderazgo ideal no es generalizable. Lao-Tse, filósofo chino, enunció: “Quien conoce lo externo es un erudito. Quien se conoce a sí mismo es un sabio. Quien conquista a los demás es poderoso. Quien se conquista a sí mismo es un invencible”. Para Lao-Tse, el liderazgo es la combinación de esos elementos, y su recurso mayor, como líder, es la armonía.

Para hacer, hay que ser; en esto descansa la maestría del liderazgo. Una combinación del taoísmo, entre pragmatismo occidental y el virtuosismo oriental, nos aclara el modelo del liderazgo que podríamos “armar”. De las tradiciones taoístas viene la devoción del hombre maduro por su presencia social, mediante sus virtudes. Son virtudes muy bien precisadas: Coraje, Generosidad y Credibilidad. Virtudes de la ética taoísta. El líder virtuoso propicia el bien a los demás, espontáneamente, con sentimiento genuino, sin buscar la aprobación de otras personas. “El líder debe actuar, sin actuación”; debe manifestarse activo, pero sin teatralidad”, sin participar en un súper show orquestado, y mucho menos, preparado para la manipulación de personas.

Se define la trascendencia del liderazgo, al decir que “para hacer liderazgo, primeramente tenemos que ser líderes”. Y ahondamos en la combinación pragmático-virtuosa, al plantearnos que “desarrollarnos como líderes es aprender a ser personas, porque ser líder es ser persona”…




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