El cambio que no fue

Sócrates en su diálogo Gorgias menciona una estrofa de lo que él llama una cancioncilla: "enriquecerse sin robar”.

Su propósito, en esa parte de su conversación con Calicles, es demostrar que ocuparse de los asuntos de la ciudad, labor de los políticos, es lograr que los ciudadanos sean lo mejor posible.

Pero empujándose en dirección contraria, algunos de los que integran el gobierno se desvían de estas reglas y se apartan del cumplimiento de las leyes y de su misión.
La revolución que proclamaron dejó de serlo porque entró en crisis con sus ideales y con las ideas que la sustentaron. Es el cambio que no fue.

El autoritarismo del régimen favorece la proliferación de la corrupción en serie. Es así porque todo poder autocrático se funda en la supremacía de la decisión personal sobre la norma institucional, en el secreto, la anulación de controles y contrapesos y la ausencia de rendición de cuentas.

Esta semana el país se indignó ante un nuevo atraco a la casa de petróleo perpetrado por una banda de pillos que desde la nómina mayor del gobierno decidieron caerle a saco a miles de millones de dólares del ingreso nacional. Naturalmente la rabia explotó ante quienes niegan dinero para los maestros, los jubilados, la salud, la educación, la electricidad o la provisión de otros bienes públicos.

La denuncia la hizo el propio gobierno y es evidente que una parte de sus seguidores rechazan este acto por incompatible con sus convicciones. Pero no puede ignorarse la incapacidad estructural para impedir que se repitan, acabar con la impunidad y rescatar el dinero.

A veces la madeja de la corrupción está tan imbricada a las instancias gubernamentales que el poder simula combatirla con la entrega de piezas menores, sacrificio para ocultar la extensión de la descomposición y proteger las manos que mueven el tinglado que carcome al país.

La discusión sobre si se trata de una purga para concentrar mando o si el robo se diluirá para lavar el rostro del gobierno denunciando corruptos en la oposición no es el punto central.

Todos sabemos que padecemos una destrucción que es existencialmente inaguantable. Y en todos, oficialistas y opositores, crece la conciencia de provocar pacíficamente un gran viraje para sacar al país de su empobrecimiento y disolución.

Lo primero es frenar el proceso de descomposición del poder. Una gobernabilidad sin ideas, valores ni soluciones que está infiltrando la desesperanza, la tristeza y la desconfianza en distintos niveles, sectores e instituciones de la sociedad.

Lo segundo es fortalecer una política alternativa de cambio que vaya más allá de su identificación tradicional como oposición y demuestre su calidad con soluciones y el empeño plural de sustituir autoritarismo por democracia en todo espacio donde se pueda.

Lo tercero es convertir la rabia en voto consciente a favor de un cambio sobre el retroceso que hoy nos hunde a todos y que nos interesa superar juntos sellando un trato sobre una transición para vivir mejor y convivir en paz.

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Simón García

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