Al chavismo le fascinan los caudillos, los hombres fuertes. Siente que no hay ley que esté por encima de lo que ordena el mandamás, y no cree que el equilibrio de poderes sea necesario. De hecho, prefiere que el Congreso (preferiblemente de una sola cámara, porque es más fácil de manejar) y los tribunales estén subordinados a lo que decida el ejecutivo, de manera que no se les ocurra ponerle obstáculos o negarle al Señor Presidente lo que pide. El chavismo metió en la cárcel a la juez Afiuni para satisfacer un capricho de su comandante. La Asamblea Nacional, con una mayoría chavista precaria, aprobó casi toda la reforma constitucional que se negó en las elecciones de 2007. Y ni hablar del Consejo Supremo Electoral, que desde 2002, al menos, fue invadido –a todos los niveles- por partidarios del chavismo, asesores cubanos y militantes del partido de gobierno.

El chavismo no cree en la libertad de prensa. Aplaudió el cierre de Radio Caracas TV en 2006. Le quitó el suministro de papel a los medios que no comulgaban con el régimen, para forzarlos a salir de circulación. También fue adquiriendo, con el fin de nutrir la propaganda oficial, una larga cadena de emisoras, televisoras y periódicos (en 2009, ya existían 7 televisoras estatales, incluyendo a Telesur) con el dinero de los ciudadanos y con la contribución de testaferros y presta nombres, no faltaba más.

El chavismo no cree en las libertades económicas ni de empresa. Sus acólitos aplaudieron con muchas ganas los ¡Exprópiese¡ del caudillo, desde el show del edifico La Francia hasta las “tomas” de empresas que quedaron en manos oficiales y que luego quebraron, como era de esperarse. Desde los primeros años del gobierno rojo se organizaron y promovieron invasiones de fincas, de viviendas y de terrenos privados. El agricultor Franklin Brito, en protesta porque el régimen le quitó sus tierras, hizo una huelga de hambre y falleció sin que le devolvieran nada.

El chavismo no cree en la crítica ni en las diferencias de opinión, y una de sus estrategias de siempre ha sido especializarse en la represión a los disidentes. El chavismo creó los círculos bolivarianos (hoy “colectivos”) a partir de pandillas de malandros a las que pagaba y mantenía para que atacaran y reprimieran a la oposición. El chavismo asesinó a 19 personas que manifestaban el 11 de abril de 2002, mientras el caudillo, al mejor estilo Corleone, ocupaba las pantallas y los altavoces en cadena de radio y TV.

El chavismo no rinde cuentas. El manejo de los dineros públicos siempre ha sido opaco, por decir lo menos. Y esto es de siempre: basta recordar los miles de millones que se dedicaron al plan Bolívar 2000 sin que se pueda encontrar un solo logro de ese derroche. O los millarditos que se regalaron en petróleo, en dólares y en especies a los aliados y vividores de la región para conseguir apoyo político. El chavismo le regaló la soberanía a Cuba, junto con millones de barriles de petróleo. Le hipotecó el petróleo a los chinos. Dejó que estallara la refinería más grande del mundo y que se cayera el viaducto de la autopista a La Guaira. Nunca reconoció sus errores y culpas.

Todo lo que se ha descrito ocurrió antes de 2013. En esos años, los que hoy se llaman chavistas originarios o disidentes, y arremeten contra la dictadura, eran gente del régimen. Ninguno levantó la voz para cuestionar los horrores que se cometían contra la democracia y las instituciones, contra la libertad de expresión y contra las leyes. Quieren lavarse, y critican el legado de lo que ellos sembraron. Pero no tienen piso. Chavismo y democracia son antónimos. Incompatibles. El chavismo democrático no existe.




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